En un bar cercano al shopping Alto Palermo, Ulanovsky habló de su rica trayectoria como periodista y, sobre todo, como entrevistador. Su carrera incluye una participación destacada en diversos medios y nos trae al presente, con La vuelta en las tardes de radio Continental. De lunes a viernes, María O’Donnell y Fernanda Iglesias comparten el micrófono con él en ese espacio radial.
¿Cómo fue su comienzo en los medios?
Mi comienzo fue en la escuela secundaria, yo iba al Nacional Moreno y era compañero de Rodolfo Terragno. A Terragno se le ocurrió hacer una revista estudiantil que se llamaba Orbe. Él era el director y alguna vez le pregunté por qué me había elegido, y me dijo que porque yo leía los diarios. Y es cierto. Mi casa era una casa diariera y revistera, no librera, y de hecho me fijaba cómo comenzaban las notas de los periodistas más importantes; por ejemplo, Bernardo Neustadt. La revista Orbe la hicimos en tercero, cuarto y quinto año del secundario. La experiencia de la revista fue buena porque nos permitió ponernos en contacto con gente que admirábamos, como Leopoldo Torre Nilsson o Jorge Luis Borges. Con la excusa de la revista conocimos mucha gente: Dante Panzeri, Dalmiro Sáenz, Neustadt, Pinky, Augusto Bonardo. Antes de hacer periodismo se me hizo cierto ese refrán medio irónico que dice que el periodismo es lindo porque se conoce gente. Pero es verdad, además de ser irónico es cierto, es una manera de conocer gente que a uno le interesa. Muchos años después, yo trabajaba en Clarín y pensé “nunca le hice un reportaje largo a Borges”. Un día lo propuse, le hablé a Borges y lo hice.
Además de la entrevista a Borges, ¿qué otras recuerda?
Recuerdo muchísimas. En especial gente por la que yo no daba mucho y terminaron siendo fantásticos entrevistados, por ejemplo Canela. No todos los entrevistados los elegía yo. Entonces me pidieron que vaya a entrevistar a Canela y yo tenía prejuicios, pero la conocí y descubrí que era una persona extraordinaria, con una vida maravillosa. Eso me enseñó que en periodismo no hay que manejarse con prejuicios. Cualquier persona puede encerrar un tesoro. Y Canela, en este caso, encerraba el tesoro de un pasado en Europa, era una persona que había vivido la guerra en Italia, que había sufrido el exilio, que se había adaptado a la nueva vida en la Argentina junto con su familia y que había aprendido español escuchando radio. Veinte cosas diferentes que yo no conocía. Y eso también me dio otra enseñanza y es que uno tampoco puede preparar tanto las entrevistas, debe dejar una parte de la entrevista librada a lo que salga, porque si uno la prepara demasiado, no sorprende.
¿Se encontró con protagonistas de los que esperaba más pero que terminaron siendo muy chatos?
No voy a dar nombres pero me pasó varias veces. Así como una de las mejores cosas del periodismo es conocer gente, también una de las peores cosas es conocer gente. Gente que yo admiraba pero finalmente el personaje no era tanto como imaginaba. De todos modos las entrevistas que hacía en Clarín siempre eran a favor, no en contra, y eran muy trabajadas, muy editadas. La idea era que brillara el entrevistado, no el entrevistador. Ése era un objetivo fuerte.
¿Recuerda alguna entrevista que terminó mal?
Mi único mal recuerdo de entrevista fue cuando yo trabajaba en Confirmado y Horacio Verbitsky me encargó una serie de reportajes que hice que se llamaban “Reportajes insolentes”. Eran para ir a molestar a los entrevistados, para provocarlos, hacerlos tropezar con alguna pregunta y ponerlos en aprietos. Los cuestionarios yo los armaba en base a chismes que me contaban. Y sobre esa misma base le fui a hacer un reportaje a un psicoanalista que en los años 60 estaba muy de moda en el ambiente artístico, se llamaba Alberto Fontana. Fui con el fotógrafo, el tipo me recibió y a la tercera pregunta se enojó, me insultó. Creo que le pregunté si era cierto que estaba gordo porque se comía las uñas. Me echó. Y eso también terminó siendo una gran enseñanza para mí, porque dije “no me parece que la misión del periodista deba ser ir a joder a alguien”. Era un momento de la vida argentina en la que se había puesto de moda la tendencia de agresividad de parte de los periodistas, debíamos ser agresivos, punzantes. La verdad es que con los años yo fui cambiando ese costado agresivo que tenía y me empezó a interesar otra cosa. En lugar de sacarle una frase que fuera un titulazo prefería sacarle una frase inteligente. Poco a poco fui cambiando eso y definitivamente lo cambié cuando estuve exiliado, eso me ayudó a encontrarme en otra faceta.
¿Qué recuerdos tiene del exilio en México?
Tuve dos estadías en México. Primero, en el ´74, me fui cuando clausuraron Satiricón. Ahí tenia un miedo terrible, las revistas de la ultraderecha peronista y de la Triple A nos atacaban a los que hacíamos Satiricón. Tenía un miedo espantoso, la verdad que no podía vivir y nos fuimos. En noviembre de ese año ya estábamos en México y ahí, rápidamente, conseguí trabajo gracias a un amigo argentino. La pasé bien pero mi mujer no se adaptaba y nos volvimos a pesar que todo el mundo nos decía que no nos convenía regresar porque iba a haber un golpe. Fue el golpe más anunciado de la historia, se sabía con varios meses de anticipación. Nosotros nos volvimos en diciembre del ´75, fuimos primero a Nueva York y de ahí vinimos para acá. Vino el golpe y la pasé pésimo, no trabajé en periodismo.
¿De qué trabajó en ese período?
En publicidad. Soy bueno en eso, tengo mucho oficio de redactor publicitario.
Usted es uno de los fundadores de la hoy prestigiosa escuela de periodismo TEA (Taller Escuela Agencia). ¿Cómo surgió ese emprendimiento?
Fue un invento de Carlos Ares, que citó a ocho o nueves personas y finalmente quedamos cuatro, los que persistimos en la idea. Fue un momento extraordinario, de reclusión, porque todos terminamos dejando los medios en los que estábamos trabajando para dedicarnos a TEA únicamente. También fue un momento de aprendizaje porque yo no soy recibido de nada, no tenía una formación universitaria, apenas había hecho unas materias de Sociología, y empecé a leer, a devorar libros sobre medios de comunicación. Pero cuando todos nos sentamos los cuatro y dijimos “bueno, ahora tenemos que empezar a enseñar”, fue como que reaprendimos el oficio. Primero que nada nos sorprendió la realidad, nosotros creíamos que era uno de esos tantos proyectos en los que uno se junta con amigos y a los seis meses todo fracasa. Pesábamos que con mucha furia iban a anotarse 50 alumnos y vinieron 120, superó absolutamente nuestros cálculos. El lugar que teníamos, en Salta 319, nos lo prestó Julio Bárbaro y las clases de los lunes las dábamos a la vuelta, en un sindicato. Fueron 10 años muy buenos en los que yo pude hacer todo lo que quería y plasmar todas mis ideas. Después tuve algunas diferencias con alguno de mis socios y me fui. Yo me voy de los lugares, en general tengo esa actitud y no me parece mal, creo que hay que irse cuando uno tiene ganas y lo siente así.
Radio y televisión van de la mano
Posiblemente se lo pueda definir como un historiador de los medios de comunicación y sin ninguna duda su experiencia en ellos influyó para que pudiera escribir la cantidad de libros que tiene en su haber. Por eso, Ulanovsky nunca abandona su mirada atenta hacia la actualidad de la televisión y la radio argentina, de cuyas historias también es parte.
¿Cuáles fueron sus primeras experiencias en radio?
Lo primero que hice fue con Silvia Rudni en una viejísima etapa de radio Municipal, cuando estaba en el subsuelo del Teatro Colón. Ahí, en el ’68, ’69, hicimos un programa que se llamaba Jarabe de pico, para darnos el gusto. Lo hicimos un par de años, mientras duró esa gestión de la radio, y después lo dejamos, nos aburrimos. Lo segundo fue un programa que hicimos con Alejandro Dolina y Mario Mactas que se llamaba Mañanitas nocturnas. Fue muy curiosa esa experiencia, primero porque fue la primera participación de Dolina en radio, pero además porque iba dentro de un programa grande que se llamaba Clin caja. Era una época maravillosa, a comienzos de los 70, en la que yo trabajaba además en La Opinión y Satiricón. La recuerdo como una de las épocas más felices de mi vida.
¿Qué recuerdos le vienen a la cabeza de esa época?
En La Opinión me divertí mucho. Yo trabajaba en Cultura y Espectáculos y Jacobo Timmerman me dijo: “Quiero que hagas radio y televisión como si hicieras cine o teatro, te sentás a escuchar radio y te sentás a mirar televisión”. Y ésa fue una de las razones por las cuales pude hacer los libros que hice. Los sábados íbamos todos a reunirnos en el séptimo piso del diario, que era una peña; ahí el Gordo Osvaldo Soriano nos mostró los primeros capítulos de “Triste, solitario y final”. Había un plantel de gente extraordinaria, fue muy lindo ese lugar para trabajar.
Volviendo a Alejandro Dolina, ¿cómo fue trabajar con él en aquella época?
Ya en ese momento Dolina era un tipo de un talento extraordinario, de esas personas nacidas para la radio. Le dabas un hueso y con eso hacía un puchero. Él hacía un personaje que se llamaba Gómez porque era la época en que empezaron a ponerse de moda los móviles en las radios. Cacho Fontana tenía 1500 movileros con auto, equipados, recorriendo la ciudad; uno de ellos era Magdalena Ruiz Guiñazú. Y entonces para parodiar, para satirizar esa cosa de los movileros inventamos el personaje de Dolina, que era el movilero Gómez. Lo mandábamos a todos lados y el tipo hablaba desde café de la esquina. Un atorrante, pero era maravilloso lo que hacía. Hacíamos sketches de 10 o 15 minutos y era todo improvisado, lo nuestro y lo de él.
Hablemos acerca de la radio actual. ¿Por qué hay tantos columnistas en los programas?
Quizás porque el formato que se impuso es el magazine, que es como una revista, que lo admite todo. Entonces el magazine te permite tener un poco de política, un poco de deportes, un poco de espectáculos, un poco de economía, etcétera. Es una radio colmada de especialistas, en parte porque los especialistas cuestan menos. Un columnista que quizás tiene participación en varios programas de radio, no cobra tanto.
¿Le influyó a la radio la aparición de tantos canales de noticias?
Sí, los canales de noticias influyen decisivamente porque en todos los estudios de radio hay por lo menos uno o dos televisores encendidos sintonizados en canales de noticias, y eso marca la agenda de la radio. En mi último libro, “Siempre los escucho”, dedico un capítulo al tema que se titula “La radio ‘televisión-dependiente’”. Esa dependencia absoluta de la televisión es muy mala para la radio porque le quita identidad. La mayoría de los que trabajan en radio también lo hicieron en televisión y eso le quita posibilidad de magia al medio radiofónico. La gente antes escuchaba un radioteatro y se imaginaba a los protagonistas y recién podían verlos si salían en alguna revista o en algún teatro cuando hacían giras. Pero ahora no hay nada para imaginarse, casi todos aparecimos en televisión, la gente nos conoce.
¿La investigación periodística en radio está en extinción?
Sí, especialmente en radio porque cuesta mucho todo, implica más gente, más horas de estudio, más despliegue, es decir, más dinero. Está en extinción lamentablemente, es una deuda que la radio actual tiene con sus oyentes porque prácticamente se basa en lo que dicen los diarios. Lo que sí creo es que hay gente más inteligente y con estilo personal en la radio que en la televisión; eso en algunos aspectos la salva de ser superficial. Por otro lado, la radio es la primera en empezar a hablar como habla la gente, como se habla en un bar, en una esquina, en un trabajo. La radio no es superficial, lo que a veces tiene es cierta banalidad: es muy veloz, muy sintética, lamentablemente hay que decirlo todo en no más de dos minutos. Pero bueno, son exigencias del lenguaje. Así como en la gráfica vos te podés expandir, en la tele y en la radio hay que sintetizar.
¿Qué opina de la nueva camada de conductores de radio, como Andy Kusnetzoff o Matías Martin?
Todos tienen cantidad de valores. Algunos me gustan mucho, me parecen imaginativos, audaces y escucho con mucho agrado sus programas. Igualmente, el último gran fenómeno de la radio fue Fernando Peña, extraordinario.
Ahora vayamos a la televisión. ¿Por qué piensa que se recicla tanto material de los otros programas?
Por cuestiones económicas, tiene que ver con costos. Es mucho más fácil ir a revolver el avispero de los archivos que hacer cosas propias. Son programas muy baratos, después se verá con cuánto ingenio se resuelven. Y una cosa curiosa que no pasa en ningún otro país, sólo en Argentina, es que no se cobran derechos por la utilización de materiales que en realidad pertenecen a otras personas y que originalmente fueron creados para otro fin. Acá a nadie se le pasó por la cabeza establecer un canon, que no sea una barbaridad pero que se pague. Eso es lo que pasa en Estados Unidos o en Europa, si utilizás materiales de otras personas sin permiso te hacen juicio.
¿Cuál es motivo de la aparición de tantos mediáticos y personas desconocidas para los medios de comunicación?
No creo que sea un tema de costos en estos casos, sino que hoy la televisión es un escenario en el que se plantean muchas cosas que antes estaban vedadas. Diez o quince años atrás era impensable imaginarse que una prostituta, un alcohólico o alguna mujer golpeada se iban a presentar de frente a las cámaras, siempre se presentaban de espaldas a la cámara. Hoy todos dan la cara. Así como se ha desregulado el lenguaje, también se ha desregulado ese tipo de presencias. La televisión está muy entregada al impacto inmediato, a lo que se pueda conseguir en un minuto; luego se verá, y si eso rinde en términos de rating, mucho mejor.
Había escrito un capítulo para el libro “VideoMatch & ShowMatch. 20 años de Historia” pero al final su texto no fue incluido. ¿Cuál fue el motivo de la exclusión?
No sé el motivo, nunca tuve la menor idea. Lo que no me gustó fue que al principio me dijeron que escribiera lo quisiera, con absoluta libertad, y yo escribí una nota que no era sangrienta, era una columna en la que observaba cosas a favor y cosas en contra. Luego no me gusto la actitud de cómo me lo dijeron. Dejaron pasar un tiempo y me mandaron un mail en el que me informaban que por razones de espacio no iba a ser publicada. Yo se lo comenté a mi amigo Pablo Sirvén y a él le pareció que se podía publicar en La Nación, entonces lo publicó ahí. Me pareció perfecto. No le tengo ningún rencor a Tinelli, no me sentí censurado ni nada por el estilo. Me parece que está bien lo que ofrece aunque no es para mí. Yo soy de los programas de hasta 5 puntos de rating, no de los de 30.