martes, 20 de junio de 2017

Néstor Darío Figueiras: “Los cuentos de “Capricho #43 juegan con la ciencia ficción, parodian el terror y chapotean en el fantástico”




El escritor Néstor Darío Figueiras publicó el libro de cuentos Capricho #43 a través de la editorial Peces de Ciudad y ya agotó la primera edición. El autor habló con Entre vidas acerca de sus comienzos en la escritura, de la reciente publicación y de los proyectos en los que está trabajando entre los que se encuentra una novela corta que se publicará el año que viene por Ayarmanot.



Sos escritor, músico, productor musical. ¿Con qué profesión te quedarías?
Qué difícil contestar… Si sólo tuviera en cuenta el aspecto financiero, hoy me quedaría con mi labor de músico, porque me reporta más ingresos que la literatura (aunque no muchos más). Por otro lado, ahora que lo pienso, no sé si me considero ‘escritor’ en el sentido de ser un profesional de la escritura. Como que todavía me cuesta creerlo, a pesar de contar con dos libros en mi haber, varias publicaciones más o menos importantes —aquí y en el exterior—, y algún que otro premio. Sí está muy claro para mí que cualquier profesión a la que me dedique hoy debe ser fundamentalmente de tipo creativo. Fui cadete, data entry, pinturero y oficinista, y siempre sentí que algo no estaba bien. Es una gran decisión dedicarse a lo que uno ama, pero no sólo como un hobby, sino con el objetivo de poder vivir de ello. Y cada día me convenzo más de que en esa decisión el azar tiene muy poco que ver, que la determinación es lo más importante.

¿Qué fue lo primero que escribiste?
Un cuentito de ciencia ficción llamado “Organicasa”, a los dieciséis, para la categoría Alumnos de Escuela Secundaria de la edición de 1991 del Premio “Más allá”, una distinción que otorgaba el CACyF (Círculo Argentino de Ciencia-ficción y Fantasía). Mi profesora de Lengua y Literatura, Ana Pérez del Cerro, me convenció de participar (y siempre le estaré agradecida por éste y otros estímulos). Bioy Casares fue el presidente del jurado. No fui a la ceremonia de premiación —celebrada durante la ConSur 1, uno de los primeros intentos serios de hacer una convención del fandom— porque estaba seguro de que no iba a quedar seleccionado. Ni hablemos de pensar en ganar… (Entonces los participantes de cualquier certamen se enteraban de la suerte de su cuento en la misma ceremonia). Al final, “Organicasa” ganó una segunda mención y me perdí la oportunidad de estrechar la mano de Bioy al recibir el diploma… Pero ya lo superé, jajaja. Ese pergamino, ahora medio amarillento, es uno de los reconocimientos que más valoro.

¿Cuándo sentiste que lo que escribías era publicable?
Buena pregunta, porque suele suceder que cuando el escritor lo siente no coincide con el momento en que lo publican. Yo sentí que lo que hacía era publicable después de que se vinieran mostrando mis textos en diferentes revistas y antologías virtuales (y en algunas publicaciones en papel). Esa convicción de que estaba escribiendo algo que era digno de ser leído terminó de emerger con “Una nota que garpe”, el cuento que cierra la antología “Buenos Aires Próxima”, de Ediciones Ayarmanot (criatura de Laura Ponce). De ese relato estoy verdaderamente orgulloso. Hoy lo releo y siento que pasa la prueba del tiempo (tal vez la más difícil). Ahora puedo ver aquello que Laura —una gran profesional, de esos editores que tienen ojo clínico— me marcaba cuando lo estaba escribiendo. Ella entrevió el potencial del texto antes de que estuviera terminado. Esto no quiere decir que reniego de todos mis textos previos a esa antología, para nada (aunque a veces peco de autoexigente). Hay cuentos anteriores que me gustan —y gustan— mucho, como “Reunión de consorcio” y “Misión diplomática”. Pero creo que a partir de “Una nota que garpe” me afirmé en cuestiones de temática y estilo, y encontré mi voz.

¿Quién te inculcó tu amor por el género fantástico y la ciencia ficción?
Muchas personas, pero mencionaré algunas que fueron decisivas. Para empezar, María Elena, una maestra del primario que me inició en algunas lecturas fundacionales: Julio Verne (“Viaje al centro de la tierra” y “20.000 leguas de viaje submarino”) y la maravillosa serie “Los conquistadores de lo imposible”, del belga Philippe Ebly. Luego, en el secundario, la ya mencionada profesora Pérez del Cerro fue una gran impulsora de mi incursión en estos géneros. Te doy un ejemplo: en quinto año, decidió leernos “La intersección de Einstein”, un clásico de la CF de la New Wave, de Samuel Delany. Se tomaba 20 minutos cada clase para leernos la novela en voz alta. Lo genial del experimento era que ella nunca había leído el libro. Lo estaba descubriendo al mismo tiempo que nosotros. Huelga decir que sólo dos o tres alumnos estábamos interesados en lo que leía. Para colmo esa novela de Delany es experimental, no aconsejable para abordar el género. Pero igual me enganchó. Esta profe querida me prestó uno a uno todos sus números de El Péndulo —la emblemática revista argentina de la ciencia ficción—, los cuáles fueron una gran puerta para adentrarme en lo último de la ciencia ficción, el fantástico y la ficción especulativa de entonces, tanto en traducciones como en la producción local y latinoamericana. Por supuesto, en esta lista de personas también están mis viejos. Mi papá fue un gran lector de historietas —“Afanancio”, “Las andanzas de Patoruzú”, las revistas de Editorial Columba, por nombrar algunas—. Digo “fue” porque ahora está ciego. Él apenas pudo terminar el secundario. Mi mamá es oriunda de La Rioja, nacida en un hogar completamente disfuncional (mis abuelos maternos eran alcohólicos y muy violentos, y mi tío pasó gran parte de su vida en cana). Ella tuvo que trabajar desde los cinco o seis años, vendiendo empanadas en la estación de trenes de Chepes. Durante su adolescencia se desempeñó en un taller de fabricación de zapatos. En algún momento se escapó de su casa siguiendo a la dueña del taller, quien había decidido mudarse a Rosario. Con gran esfuerzo, mi vieja terminó la primaria en la escuela nocturna. Más tarde, ya en Buenos Aires, conoció a mi viejo y se casaron. Cuando yo nací en casa había una biblioteca de más de quinientos libros, porque ambos habían decidido que sus hijos no sufrirían las mismas carencias que ellos. Mi vieja se había asociado al Club de Lectores y todos los meses compraba muchos libros, de forma indiscriminada. Imaginate: desde la Biblia hasta Los Trópicos de Miller, pasando por los melodramas de Guy des Cars, novelas de escritores rusos (abiertamente comunistas, algunas de ellas), Borges, Alfonsina Storni, René Barjavel... ¡De todo! A los doce (cuando ya estábamos en democracia y no era peligroso tener una biblioteca tan nutrida), mi viejo empezó a comprarme los títulos de la colección de ciencia ficción de Hyspamérica. Y cuando cumplí dieciséis mi mamá me regaló “Crónicas marcianas”, de Bradbury. Definitivamente, tengo la enorme fortuna —aunque prefiero usar el término ‘bendición’— de haber nacido en un hogar en el que sobraron los estímulos para que pudiera desarrollar mi pasión por las letras. A veces escucho que no se puede dar lo que no se tiene. Pero no termino de creerlo: cuando hay interés, cuando hay amor (al decir de Theodore Sturgeon), se puede dar hasta lo que no se tuvo. De algún lado se termina sacando.

¿Cómo fue el proceso de selección de los relatos que aparecen en tu libro Capricho #43?
Los treinta y seis cuentos breves y microficciones que forman Capricho #43 son textos escritos a lo largo de una década, más o menos, para distintos sitios web y publicaciones virtuales. Una vez que definí el concepto del libro —una idea que pudiera englobarlos a todos—, la selección se dio en forma natural.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Bueno, ahí viene eso de definir el concepto integrador. Lo explico en la introducción. Resulta que un amigo de mi primer trabajo me prestó un libro de su hermano, un estudio de los Caprichos de Goya. La cuestión es que ni llegué a hojearlo porque lo perdí a los pocos días. Busqué por todos lados, si resultado. Unas dos semanas después me preguntó cómo iba con la lectura: le mentí, obviamente. La cosa es que luego de un mes el libraco apareció en la biblioteca de mi casa, como por arte de magia (y eso que había dado vuelta la biblioteca buscándolo). Al día siguiente, sin dudar, se lo devolví a mi amigo y le conté la verdad. Ni se inmutó. Me dijo que no me preocupara, que ése era “un libro andariego, lleno de monstruos, y que cada dos por tres le hace lo mismo a su hermano”. De esto hace más de veinticuatro años. Cuando buscaba ese concepto para darle identidad al libro, me acordé de esta anécdota y me pareció genial incluirla como texto introductorio. El grabado n° 43 de los Caprichos se llama “El sueño de la razón produce monstruos” (casi una máxima para el surrealismo, que surgiría unos 120 años después de la publicación de este trabajo de Goya). Así que el título me pareció adecuado, no sólo porque tengo cuarenta y tres años, sino principalmente porque en los treinta y seis cuentos de Capricho #43 hay monstruos, de los clásicos —vampiros, zombis, licántropos—, pero también de otros tipos, monstruos más terribles, por ser cotidianos e invisibles: religiones y deidades, políticos y gobiernos corruptos, tecnologías mal empleadas… Incluso el tiempo y el destino pueden ser monstruosos. Capricho #43 tiene un poco de todo eso.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
Mi escritura siempre ronda en torno de la ciencia ficción, aunque yo digo que los cuentos de “Capricho #43” juegan con la ciencia ficción, parodian el terror y chapotean en el fantástico. La ironía es el tono más frecuente. De entrada puede parecer que estos textos se jactan de una levedad que mi primer libro —“El cerrojo del mundo está en Butteler”— no tiene. En éste casi no me meto con la ciencia ficción dura, ni empleo las atmósferas medio surrealistas u oníricas del anterior. Pero pienso que a pesar de esto igualmente tiene planteos profundos, enmascarados por el humor y la parodia. Incluso hago varios ‘homenajes’ a escritores que me gustan mucho, como Philip K. Dick, Isaac Asimov, Stephen King, Frank Herbert y Úrsula K. Le Guin.

¿Cuál es tu relato preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
Mis preferidos son “Želva”, “Reeducación”, “Ahora no tiene gracia”, “Los besos son un recurso natural renovable”… Y algunos más, seguro. Pero por ahí anda la cosa. Algunos lectores me han comentado su predilección por “Abuso de los FX en el cine extranjero”, “Reeducación”, “Alegato”, “Reality” y “The end”.

¿Cómo surgió la posibilidad de publicar el libro con la editorial Peces de Ciudad?
El gran escritor y amigo Hernán Domínguez Nimo me recomendó el emprendimiento de Mariana Kruk y Sole Blanco. Puedo decir que es un gustazo trabajar con ellas: le ponen garra y corazón a la edición, laburan sin parar y editan unos libros hermosos por dónde los mire, tanto en la elegancia del objeto en sí como en la calidad de los textos. Peces de Ciudad es una editorial independiente más que recomendable, con una producción asombrosa y mucha energía.

¿Qué libros recomendarías?
Uh… Muchos. De lo último que he leído recomiendo “El mar aéreo”, del uruguayo Pablo Dobrinin, “Mondo Cane”, de Pablo Martínez Burkett, “Conversaciones con Pablo Capanna”, de Marcelo Acevedo y la novela “Verde”, de Ramiro Sanchiz (también oriundo de la vecina orilla). En cuanto a los escritores anglosajones —y del palo de la ciencia ficción—, recomendaría “Las islas del verano”, de Ian R. MacLeod y “Carbono alterado”, de Richard Morgan. En cuanto a la poesía moderna, me han gustado mucho los poemarios “Pequeño manual de anatomía masculina”, de Analía Pinto, y “Mal abrigada”, de Paola Soto, ambos publicados también por Peces de Ciudad. Y quisiera aprovechar la ocasión para sugerir la lectura de WhiteStar, una novedosa antología inspirada en la multifacética obra del músico y actor David Bowie, compilada por Cristina Jurado y publicada por Palabaristas en e-pub. Y no lo hago porque en ella haya un cuento mío, sino porque en verdad es un libro muy bueno, con excelentes textos de escritores españoles y latinoamericanos. Yo creo que es una obra disruptiva, por varias razones, aunque deberá pasar un tiempo para que sea ponderada. Laura Ponce, de Ediciones Ayarmanot, está haciendo las gestiones necesarias para que sea publicada por estos lares, en papel.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
En lo musical, empecé a componer inspirándome en la genial novela “La mano izquierda de la oscuridad”, de Le Guin, lo que será una especie de soundtrack del libro. En el terreno literario, sigo insistiendo con el libro que va a salir el año próximo por Ayarmanot, de novelas cortas, al mismo tiempo que empecé trabajar también en un cuento para una antología que, estimo, será muy importante. Y estoy avanzando con un proyecto que me tiene muy entusiasmado: un libro de poesías y cuentos breves en el que todos los textos serán ilustrados por el artista plástico Gastón Barticevic. En realidad tratamos de hacer dos libros en uno. Algo así como contar lo mismo desde dos perspectivas distintas: una en clave poética, casi un romancero épico y fantástico, y la otra en clave de ciencia ficción. Es un intento de mostrar ambos lados de una misma historia. Veremos cómo sale el experimento.