El escritor Manuel Morelli habló con Entre Vidas acerca de su libro Trasfondo publicado por Azul Francia Editorial y contó que las historias nacieron tras tres meses enteros de insomnio y sufrimiento.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Escribir es una actividad de tiempo completo. Todo es antes de escribir. En principio, tengo que mantener la cabeza despierta y estar atento a todo o casi todo. Rebuscar donde no solemos mirar. Y así, en ese estado, surgen las ideas. Primero son una revelación fulmínea, siempre parece la mejor idea del mundo, pero las ideas malas caen y quedan las buenas. Tengo que ponerme a escribir en un momento muy preciso, que es cuando surge la urgencia en el pecho y cuando ya pensé lo suficiente sobre lo que voy a hacer. Ojo, a veces no sé qué voy a hacer. Ese momento es difícil de atrapar. Si lo atrapo, tengo una buena historia. Después se apaga, pero la cosa continúa, esa parte es la más trabajosa, terminar la historia sin el rayo de luz que me llevó a empezar. En cuanto al momento exacto en que tecleo en la computadora, mis rituales vendrían a ser tomar café o té, a veces mate, y fumar cigarrillos. Cuando hay que pensar largo rato prefiero fumar en pipa. A veces el texto me supera y tengo que salir a caminar, o comer algo. A veces tengo que llevarme la computadora a otro lado para terminar. Parte del proceso previo también es hacerse de cuantos libros de calidad se puedan conseguir y leer y leer y leer.
¿Con qué frecuencia escribís?
Como decía, escribir es una actividad de tiempo completo. En lo personal -aunque quizá le pase a todos los escritores-, tengo una cabeza insoportable que escribe todo el tiempo. Así que la frecuencia sería: cada cinco minutos. Pero si hablamos de sentarse a teclear, a poner palabra tras palabra, siempre varía. Hay períodos nefastos en que no puedo sentarme a escribir.
El hecho de estar escribiendo las historias tiene que ver con no estar viviéndolas. Cuando vivo plenamente no hay necesidad de escribir nada, o casi nada. El momento en que hay que escribirlo es cuando ya está muerto y hay que ir a recuperarlo. Es como cavar en un cementerio de anécdotas y sentimientos.
¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro Trasfondo?
No hubo tal cosa. Los cuentos los empecé a trabajar allá por el 2016. De ese año, del 2016, quedó un solo cuento, que no diré cuál es. Los demás nacieron todos durante el año siguiente. Digamos que durante el 2016 se moldeó una forma de escribir y de pensar, una forma de ver el mundo que comparten todos los personajes de Trasfondo; al año siguiente, sólo quedó hacer que sus historias fueran interesantes y potentes. Por suerte salió bien. Compilé todos los cuentos que tenía y no fue necesario romperme la cabeza para saber cuáles iban unos con otros y cuáles directamente no iban. Sin saberlo, había armado, pieza por pieza, una estructura de textos que, podría decirse, encajaban casi matemáticamente unos con otros.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Cuando era chiquito, nueve o diez años, escribía en una máquina de mi abuelo. Quería hacer historias de terror. La cuestión me fascinaba. Me encantaban las películas de terror, sobre todo las españolas, El orfanato, Los ojos de Julia, El laberinto del fauno. A pesar de esto a esa edad no podía terminar de verlas. Después leí a Poe y terminé las películas. Nunca me salió escribir terror. Sólo me salían escenas demasiado crueles, escépticas y que obviamente salían de las manos de un pibe de doce años. No servía. Luego, por cuestiones de la vida, me di cuenta de que lo que es en verdad terrorífico no es nada sobrenatural –a pesar de que mínimo la mitad de los cuentos de Trasfondo son fantásticos-, sino lo que se oculta detrás de las personas, detrás de sus ojos. ¿Qué piensan? ¿Qué esconden? ¿Por qué hacen lo que hacen? ¿De dónde vienen estas personas? ¿A dónde van? ¿Qué pasaría si…-el qué pasaría si es la mejor fórmula-por ejemplo, descarrila un subte un jueves a las seis de la tarde? A todo eso que está detrás del fondo, lo llamé Trasfondo. El nombre surgió solo. Estas reflexiones las hice después. Quizá porque creía que esta gran pregunta, que hasta entonces no me había hecho, era de esperarse.
¿Cómo surge la idea dividir el libro en tres partes: Trasfondo, Instituciones y Artistas?
Al terminar la selección, me puse a ordenar los cuentos, tuve la idea y me pareció fantástica porque no la había visto en ningún otro libro de cuentos. Además me parece que genera preguntas en el lector. Por ejemplo: ¿por qué este cuento está en instituciones?, ¿cuál es la institución? Trasfondo tiene que ver exclusivamente con lo que comentaba en la pregunta anterior. En los cuentos que puse en la segunda parte, Instituciones, hay una influencia de esta noción Kafkiana del personaje con un objetivo no demasiado claro, y que es interpelado por una Institución casi demoníaca que es mayor que nosotros y con la cual no se puede luchar. En Artistas la cuestión es más simple: los protagonistas son artistas. No me propuse hablar de temas específicos, pero la personalidad del artista siempre fue de mi interés. No la investigué, intenté ver qué había en mí de artista, a ver si salía algo universal. Lo que conseguí fue personajes con trastorno límite de la personalidad, problemas de identidad y lo que podría llamarse una adicción a seguir produciendo su arte sin importar las circunstancias ni las consecuencias. Quizá algo así sea la imagen de un artista. A saber, son: una pintora, un escritor y un pianista.
¿Cuál es el cuento que más te gusta y cuál es el favorito de los lectores?
Creo que el cuento más notable es La gran Celia Colling, también, según me dijeron amigos y conocidos, es el favorito de ellos.
Es el cuento más largo y que, por las temáticas varias que toca, llama mucho la atención.
¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con Azul Francia Editorial?
Conocía a Francisca Mauas, la editora, por dos razones: primero que iba, como yo, al taller de escritura del maestro Diego Paszkowski; y segundo que había publicado un libro excelente de narrativa en verso, Una sombra entre nosotros. Azul Francia había publicado algún que otro libro trabajado en el taller. La idea me gustó. Trasfondo es un libro que había pasado sin suerte por varios concursos, y que necesitaba cuanto antes salir como escupido de mis archivos, no tenía sentido guardarlo por más tiempo, ni seguir corrigiendo. Así que cerré los textos –como bien señaló Borges, el texto no se termina sino que se deja-, y envié el manuscrito a Mauas. Me encontraba en un momento espantoso de la vida, quería morir, no quería saber nada de nada. Mauas recibió el documento y en una semana ya lo había leído. Para mi sorpresa, dijo que el libro era un gol de mitad de cancha y lo quería. Seis meses después lo presentamos. Aunque la mayor sospecha que tenía hasta el momento de que podía ser bueno estaba en realidad basada en los comentarios de un gran escritor –que aún no salió a la luz pero que no dudo hará de las suyas- y amigo personal Ramiro Suero, que luego escribiría el bello prólogo que antecede los cuentos.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Creo que el cuento es la forma de relato que se adapta mejor a los tiempos en que vivimos, tiempos de gratificación instantánea, de acelere, donde no hay espacio para lo importante y verdadero. Un cuento es breve en extensión pero engaña a su brevedad, y permite procesar muchas más cosas de las que en la teoría permitirían unas pocas páginas. Mis personajes, los de Trasfondo, siendo parte de este mundo y viviendo en un contexto adaptado a él, luchan contra todo esto, y por eso mismo se ven atrapados en una suerte de universo anónimo y hostil, que no es otro que en el que vivimos.
Esta es una pregunta difícil, y no sé si en verdad la estoy contestando. Como una respuesta más específica, puedo dar algunos ejemplos.
Trasfondo surge directamente, sin mediaciones, de tres meses enteros de insomnio y sufrimiento. Como no soy Emile Cioran, no escribí filosofía a partir de eso. Al dejar de sufrir, quedó un rastro, compuesto por los cuentos de Trasfondo, que me limité a seguir.
Ataques de pánico, agorafobia, desamor, y demás.
El primer cuento, El caso Morales, sobre un hombre que, después de decir no tengo cáncer, deja en efecto de tener cáncer, se me ocurrió en un hospital, donde estaba porque se me había roto la pierna. El mes que pasé enyesado en cama fue altamente productivo. Surgieron El mordisco de la muerte, El elemento esencial y alguno que otro más seguro.
La hora de los rituales, sobre un drogadicto que no consigue ni una piedra de marihuana prensada, nace de una noche que pasé en la Agronomía tomando vino y paseando. Las noches bonaerenses son de gran ayuda, porque son hostiles y ocultan muchísimas cosas. Ver las noches ayuda también a ver mejor qué pasa de día, es decir qué vendrá después de aquello que vemos durante el día; miro el tranquilo día y me preguntó: ¿quedará algo de esto cuando caiga el sol?, ¿saldrán los vampiros y los lobos? En Trasfondo definitivamente las noches se pueblan de insomnio, de lobos, de vampiros, de asesinos, de ladrones, de drogadictos, de fantasmas, de enfermedad y de muerte. Y durante el día es difícil para mis personajes no estar afectados por estas cosas.
¿De qué tema todavía no escribiste pero te gustaría hacerlo en un futuro?
La tecnología. Leemos el diario o vemos el noticiero o subimos al transporte público o caminamos por la calle, etcétera, y todo parece el 1984 de Orwell o una larga novela de Margaret Atwood. Las redes, los peligros de las redes, son un tema que me interesa muchísimo. La gente pegada a sus computadoras y celulares, adictos a las pantallas frías, las relaciones por chat, las imágenes que suplantan las palabras, la pornografía… Me parece fascinante que un tipo pueda morir en un accidente de coche por estar mirando Facebook.
Además vivimos un poco en El cuento de la criada, y también en 1984, y también en un cuento de Horacio Quiroga. Estaría mejor, cómo no, vivir en un cuento de Borges, poder soñar a un hombre para crearlo o acceder a una biblioteca infinita, pero estamos más cerca de lo otro, con el aborto penalizado, las cámaras de seguridad, las represiones policiales, la publicidad focalizada, las mentiras del gobierno, los travesticidios y la discriminación… Hay gente en Sudáfrica que espera el Helter Skelter de Charles Manson y vive a la espera del ataque de los negros africanos, en serio, es verdad, están aprovisionados en sus grandes casas y hacen simulacros de evacuación. Es una cosa increíble.
Si bien en Trasfondo hay al menos una sociedad distópica muy clara y alguna otra que no tanto, me gustaría profundizar más en la cuestión. Aunque si no pasa, no hay problema, porque hay varios excelentes libros sobre el asunto, por ejemplo, el Kentukis de Schweblin, que parece un capítulo de Black Mirror pero bien logrado; o si leemos a Foucalt en Vigilar y castigar tenemos también un sabor a distopia en los castigos medievales.
Hasta ahora no termino de entender el excelente cuento Los afueras de Yanina Rosenberg, y todavía tengo la sensación de que a cualquiera de nosotros puede pasarle algo así caminando por la calle.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Terminé un segundo libro de cuentos cortos que bien podría ser la continuación de Trasfondo, por las temáticas que toca. Siendo así, los textos son algo más maduros, menos oscuros, y tienen que ver, además de con crisis de la personalidad, con crisis que sí superan a los personajes, contextos económicos difíciles, hipotéticas asunciones del fascismo al poder, cosas que se esconden a simple vista. Cualquier relación con la realidad Argentina o de cualquier otro país es pura coincidencia.