lunes, 27 de julio de 2009

Carlos Ulanovsky: “El periodismo es una manera de conocer gente que a uno le interesa”



Carlos Ulanovsky es palabra mayor en los medios argentinos: para muchos periodistas es un referente y sus libros suelen ser fuente de consulta permanente. Es autor de doce, entre los que se destacan “Días de radio”, “Estamos en el aire” y “Paren las rotativas”, entre otros.

En un bar cercano al shopping Alto Palermo, Ulanovsky habló de su rica trayectoria como periodista y, sobre todo, como entrevistador. Su carrera incluye una participación destacada en diversos medios y nos trae al presente, con La vuelta en las tardes de radio Continental. De lunes a viernes, María O’Donnell y Fernanda Iglesias comparten el micrófono con él en ese espacio radial.

¿Cómo fue su comienzo en los medios?
Mi comienzo fue en la escuela secundaria, yo iba al Nacional Moreno y era compañero de Rodolfo Terragno. A Terragno se le ocurrió hacer una revista estudiantil que se llamaba Orbe. Él era el director y alguna vez le pregunté por qué me había elegido, y me dijo que porque yo leía los diarios. Y es cierto. Mi casa era una casa diariera y revistera, no librera, y de hecho me fijaba cómo comenzaban las notas de los periodistas más importantes; por ejemplo, Bernardo Neustadt. La revista Orbe la hicimos en tercero, cuarto y quinto año del secundario. La experiencia de la revista fue buena porque nos permitió ponernos en contacto con gente que admirábamos, como Leopoldo Torre Nilsson o Jorge Luis Borges. Con la excusa de la revista conocimos mucha gente: Dante Panzeri, Dalmiro Sáenz, Neustadt, Pinky, Augusto Bonardo. Antes de hacer periodismo se me hizo cierto ese refrán medio irónico que dice que el periodismo es lindo porque se conoce gente. Pero es verdad, además de ser irónico es cierto, es una manera de conocer gente que a uno le interesa. Muchos años después, yo trabajaba en Clarín y pensé “nunca le hice un reportaje largo a Borges”. Un día lo propuse, le hablé a Borges y lo hice.

Además de la entrevista a Borges, ¿qué otras recuerda?
Recuerdo muchísimas. En especial gente por la que yo no daba mucho y terminaron siendo fantásticos entrevistados, por ejemplo Canela. No todos los entrevistados los elegía yo. Entonces me pidieron que vaya a entrevistar a Canela y yo tenía prejuicios, pero la conocí y descubrí que era una persona extraordinaria, con una vida maravillosa. Eso me enseñó que en periodismo no hay que manejarse con prejuicios. Cualquier persona puede encerrar un tesoro. Y Canela, en este caso, encerraba el tesoro de un pasado en Europa, era una persona que había vivido la guerra en Italia, que había sufrido el exilio, que se había adaptado a la nueva vida en la Argentina junto con su familia y que había aprendido español escuchando radio. Veinte cosas diferentes que yo no conocía. Y eso también me dio otra enseñanza y es que uno tampoco puede preparar tanto las entrevistas, debe dejar una parte de la entrevista librada a lo que salga, porque si uno la prepara demasiado, no sorprende.

¿Se encontró con protagonistas de los que esperaba más pero que terminaron siendo muy chatos?
No voy a dar nombres pero me pasó varias veces. Así como una de las mejores cosas del periodismo es conocer gente, también una de las peores cosas es conocer gente. Gente que yo admiraba pero finalmente el personaje no era tanto como imaginaba. De todos modos las entrevistas que hacía en Clarín siempre eran a favor, no en contra, y eran muy trabajadas, muy editadas. La idea era que brillara el entrevistado, no el entrevistador. Ése era un objetivo fuerte.

¿Recuerda alguna entrevista que terminó mal?
Mi único mal recuerdo de entrevista fue cuando yo trabajaba en Confirmado y Horacio Verbitsky me encargó una serie de reportajes que hice que se llamaban “Reportajes insolentes”. Eran para ir a molestar a los entrevistados, para provocarlos, hacerlos tropezar con alguna pregunta y ponerlos en aprietos. Los cuestionarios yo los armaba en base a chismes que me contaban. Y sobre esa misma base le fui a hacer un reportaje a un psicoanalista que en los años 60 estaba muy de moda en el ambiente artístico, se llamaba Alberto Fontana. Fui con el fotógrafo, el tipo me recibió y a la tercera pregunta se enojó, me insultó. Creo que le pregunté si era cierto que estaba gordo porque se comía las uñas. Me echó. Y eso también terminó siendo una gran enseñanza para mí, porque dije “no me parece que la misión del periodista deba ser ir a joder a alguien”. Era un momento de la vida argentina en la que se había puesto de moda la tendencia de agresividad de parte de los periodistas, debíamos ser agresivos, punzantes. La verdad es que con los años yo fui cambiando ese costado agresivo que tenía y me empezó a interesar otra cosa. En lugar de sacarle una frase que fuera un titulazo prefería sacarle una frase inteligente. Poco a poco fui cambiando eso y definitivamente lo cambié cuando estuve exiliado, eso me ayudó a encontrarme en otra faceta.

¿Qué recuerdos tiene del exilio en México?
Tuve dos estadías en México. Primero, en el ´74, me fui cuando clausuraron Satiricón. Ahí tenia un miedo terrible, las revistas de la ultraderecha peronista y de la Triple A nos atacaban a los que hacíamos Satiricón. Tenía un miedo espantoso, la verdad que no podía vivir y nos fuimos. En noviembre de ese año ya estábamos en México y ahí, rápidamente, conseguí trabajo gracias a un amigo argentino. La pasé bien pero mi mujer no se adaptaba y nos volvimos a pesar que todo el mundo nos decía que no nos convenía regresar porque iba a haber un golpe. Fue el golpe más anunciado de la historia, se sabía con varios meses de anticipación. Nosotros nos volvimos en diciembre del ´75, fuimos primero a Nueva York y de ahí vinimos para acá. Vino el golpe y la pasé pésimo, no trabajé en periodismo.

¿De qué trabajó en ese período?
En publicidad. Soy bueno en eso, tengo mucho oficio de redactor publicitario.

Usted es uno de los fundadores de la hoy prestigiosa escuela de periodismo TEA (Taller Escuela Agencia). ¿Cómo surgió ese emprendimiento?
Fue un invento de Carlos Ares, que citó a ocho o nueves personas y finalmente quedamos cuatro, los que persistimos en la idea. Fue un momento extraordinario, de reclusión, porque todos terminamos dejando los medios en los que estábamos trabajando para dedicarnos a TEA únicamente. También fue un momento de aprendizaje porque yo no soy recibido de nada, no tenía una formación universitaria, apenas había hecho unas materias de Sociología, y empecé a leer, a devorar libros sobre medios de comunicación. Pero cuando todos nos sentamos los cuatro y dijimos “bueno, ahora tenemos que empezar a enseñar”, fue como que reaprendimos el oficio. Primero que nada nos sorprendió la realidad, nosotros creíamos que era uno de esos tantos proyectos en los que uno se junta con amigos y a los seis meses todo fracasa. Pesábamos que con mucha furia iban a anotarse 50 alumnos y vinieron 120, superó absolutamente nuestros cálculos. El lugar que teníamos, en Salta 319, nos lo prestó Julio Bárbaro y las clases de los lunes las dábamos a la vuelta, en un sindicato. Fueron 10 años muy buenos en los que yo pude hacer todo lo que quería y plasmar todas mis ideas. Después tuve algunas diferencias con alguno de mis socios y me fui. Yo me voy de los lugares, en general tengo esa actitud y no me parece mal, creo que hay que irse cuando uno tiene ganas y lo siente así.



Radio y televisión van de la mano
Posiblemente se lo pueda definir como un historiador de los medios de comunicación y sin ninguna duda su experiencia en ellos influyó para que pudiera escribir la cantidad de libros que tiene en su haber. Por eso, Ulanovsky nunca abandona su mirada atenta hacia la actualidad de la televisión y la radio argentina, de cuyas historias también es parte.

¿Cuáles fueron sus primeras experiencias en radio?
Lo primero que hice fue con Silvia Rudni en una viejísima etapa de radio Municipal, cuando estaba en el subsuelo del Teatro Colón. Ahí, en el ’68, ’69, hicimos un programa que se llamaba Jarabe de pico, para darnos el gusto. Lo hicimos un par de años, mientras duró esa gestión de la radio, y después lo dejamos, nos aburrimos. Lo segundo fue un programa que hicimos con Alejandro Dolina y Mario Mactas que se llamaba Mañanitas nocturnas. Fue muy curiosa esa experiencia, primero porque fue la primera participación de Dolina en radio, pero además porque iba dentro de un programa grande que se llamaba Clin caja. Era una época maravillosa, a comienzos de los 70, en la que yo trabajaba además en La Opinión y Satiricón. La recuerdo como una de las épocas más felices de mi vida.

¿Qué recuerdos le vienen a la cabeza de esa época?
En La Opinión me divertí mucho. Yo trabajaba en Cultura y Espectáculos y Jacobo Timmerman me dijo: “Quiero que hagas radio y televisión como si hicieras cine o teatro, te sentás a escuchar radio y te sentás a mirar televisión”. Y ésa fue una de las razones por las cuales pude hacer los libros que hice. Los sábados íbamos todos a reunirnos en el séptimo piso del diario, que era una peña; ahí el Gordo Osvaldo Soriano nos mostró los primeros capítulos de “Triste, solitario y final”. Había un plantel de gente extraordinaria, fue muy lindo ese lugar para trabajar.

Volviendo a Alejandro Dolina, ¿cómo fue trabajar con él en aquella época?
Ya en ese momento Dolina era un tipo de un talento extraordinario, de esas personas nacidas para la radio. Le dabas un hueso y con eso hacía un puchero. Él hacía un personaje que se llamaba Gómez porque era la época en que empezaron a ponerse de moda los móviles en las radios. Cacho Fontana tenía 1500 movileros con auto, equipados, recorriendo la ciudad; uno de ellos era Magdalena Ruiz Guiñazú. Y entonces para parodiar, para satirizar esa cosa de los movileros inventamos el personaje de Dolina, que era el movilero Gómez. Lo mandábamos a todos lados y el tipo hablaba desde café de la esquina. Un atorrante, pero era maravilloso lo que hacía. Hacíamos sketches de 10 o 15 minutos y era todo improvisado, lo nuestro y lo de él.

Hablemos acerca de la radio actual. ¿Por qué hay tantos columnistas en los programas?
Quizás porque el formato que se impuso es el magazine, que es como una revista, que lo admite todo. Entonces el magazine te permite tener un poco de política, un poco de deportes, un poco de espectáculos, un poco de economía, etcétera. Es una radio colmada de especialistas, en parte porque los especialistas cuestan menos. Un columnista que quizás tiene participación en varios programas de radio, no cobra tanto.

¿Le influyó a la radio la aparición de tantos canales de noticias?
Sí, los canales de noticias influyen decisivamente porque en todos los estudios de radio hay por lo menos uno o dos televisores encendidos sintonizados en canales de noticias, y eso marca la agenda de la radio. En mi último libro, “Siempre los escucho”, dedico un capítulo al tema que se titula “La radio ‘televisión-dependiente’”. Esa dependencia absoluta de la televisión es muy mala para la radio porque le quita identidad. La mayoría de los que trabajan en radio también lo hicieron en televisión y eso le quita posibilidad de magia al medio radiofónico. La gente antes escuchaba un radioteatro y se imaginaba a los protagonistas y recién podían verlos si salían en alguna revista o en algún teatro cuando hacían giras. Pero ahora no hay nada para imaginarse, casi todos aparecimos en televisión, la gente nos conoce.

¿La investigación periodística en radio está en extinción?
Sí, especialmente en radio porque cuesta mucho todo, implica más gente, más horas de estudio, más despliegue, es decir, más dinero. Está en extinción lamentablemente, es una deuda que la radio actual tiene con sus oyentes porque prácticamente se basa en lo que dicen los diarios. Lo que sí creo es que hay gente más inteligente y con estilo personal en la radio que en la televisión; eso en algunos aspectos la salva de ser superficial. Por otro lado, la radio es la primera en empezar a hablar como habla la gente, como se habla en un bar, en una esquina, en un trabajo. La radio no es superficial, lo que a veces tiene es cierta banalidad: es muy veloz, muy sintética, lamentablemente hay que decirlo todo en no más de dos minutos. Pero bueno, son exigencias del lenguaje. Así como en la gráfica vos te podés expandir, en la tele y en la radio hay que sintetizar.

¿Qué opina de la nueva camada de conductores de radio, como Andy Kusnetzoff o Matías Martin?
Todos tienen cantidad de valores. Algunos me gustan mucho, me parecen imaginativos, audaces y escucho con mucho agrado sus programas. Igualmente, el último gran fenómeno de la radio fue Fernando Peña, extraordinario.

Ahora vayamos a la televisión. ¿Por qué piensa que se recicla tanto material de los otros programas?
Por cuestiones económicas, tiene que ver con costos. Es mucho más fácil ir a revolver el avispero de los archivos que hacer cosas propias. Son programas muy baratos, después se verá con cuánto ingenio se resuelven. Y una cosa curiosa que no pasa en ningún otro país, sólo en Argentina, es que no se cobran derechos por la utilización de materiales que en realidad pertenecen a otras personas y que originalmente fueron creados para otro fin. Acá a nadie se le pasó por la cabeza establecer un canon, que no sea una barbaridad pero que se pague. Eso es lo que pasa en Estados Unidos o en Europa, si utilizás materiales de otras personas sin permiso te hacen juicio.

¿Cuál es motivo de la aparición de tantos mediáticos y personas desconocidas para los medios de comunicación?
No creo que sea un tema de costos en estos casos, sino que hoy la televisión es un escenario en el que se plantean muchas cosas que antes estaban vedadas. Diez o quince años atrás era impensable imaginarse que una prostituta, un alcohólico o alguna mujer golpeada se iban a presentar de frente a las cámaras, siempre se presentaban de espaldas a la cámara. Hoy todos dan la cara. Así como se ha desregulado el lenguaje, también se ha desregulado ese tipo de presencias. La televisión está muy entregada al impacto inmediato, a lo que se pueda conseguir en un minuto; luego se verá, y si eso rinde en términos de rating, mucho mejor.

Había escrito un capítulo para el libro “VideoMatch & ShowMatch. 20 años de Historia” pero al final su texto no fue incluido. ¿Cuál fue el motivo de la exclusión?
No sé el motivo, nunca tuve la menor idea. Lo que no me gustó fue que al principio me dijeron que escribiera lo quisiera, con absoluta libertad, y yo escribí una nota que no era sangrienta, era una columna en la que observaba cosas a favor y cosas en contra. Luego no me gusto la actitud de cómo me lo dijeron. Dejaron pasar un tiempo y me mandaron un mail en el que me informaban que por razones de espacio no iba a ser publicada. Yo se lo comenté a mi amigo Pablo Sirvén y a él le pareció que se podía publicar en La Nación, entonces lo publicó ahí. Me pareció perfecto. No le tengo ningún rencor a Tinelli, no me sentí censurado ni nada por el estilo. Me parece que está bien lo que ofrece aunque no es para mí. Yo soy de los programas de hasta 5 puntos de rating, no de los de 30.

viernes, 17 de julio de 2009

Pedro Saborido: "Trabajando con Capusotto me divierto como a los 15 años"


Él es Peter, aunque no lo grite a los cuatro vientos. Es Peter para sus conocidos por uso y costumbre del apodo. Pero también es el Peter que antecede a Capusotto en el título del programa de la televisión argentina con mayor rating en la imaginaria grilla de You Tube. Sin embargo, a Peter, que en realidad es Pedro Saborido, no le pesa la responsabilidad de ser uno de los cerebros creativos –junto al mencionado Diego Capusotto– de ese éxito humorístico que estalló de popularidad en 2007. Nada de eso. Como Peter es portador de apellido pero no de cara famosa, se mezcla entre la gente por la calle sin temor a que algún adolescente 2.0 lo persiga para tomarse una foto junto a él y subirla a su fotolog. Entonces, gracias a que Peter se maneja por fuera del canon del star system, él mismo se encarga de convertir la entrevista en una charla de café.

Es posible que en los últimos tiempos a vos y a Capusotto los halaguen por hacer reír. Nosotros creemos que van un paso más allá de la risa y hacen reflexionar por el tipo de humor que proponen. ¿Qué postura tienen ustedes frente a eso?
Por ahí nuestra propuesta no es “vamos a hacer reflexionar”, es lo que nos sale. Lo que presuponemos con Diego es que para hacer reír necesitamos cosas que primero nos diviertan a nosotros. También hay cuestiones de oficio, recursos que sabés que funcionan para hacer reír. La reflexión puede surgir de la gente que se sienta a escuchar algo de lo que hacemos, pero también hay chistes sobre los que no se puede reflexionar nada. Si debajo del chiste, de la estructura de un sketch, aparece algo que pueda sonar a crítica o a pensamiento sobre algún tema, tiene que ver con el lugar desde el que nosotros hacemos humor. Pero no nos proponemos decir algo para que genere reflexión y después le agregamos chistes, sino que partimos de temas que fuera del humor forman parte de nuestras preocupaciones y de nuestras charlas. Cada sketch tiene una carga que surge a partir de determinada mirada, pero ese punto de vista es el mismo que me sale en una conversación de café. Con Diego tenemos claro que el vínculo con la gente surge a partir de la risa, después viene lo otro. Algunos chistes tienen un trasfondo más interesante y otros son una pedorrada. Si nos divierten las pedorradas, las hacemos. Ojete es una palabra graciosa que podemos usar, ahora si decimos todo el tiempo ojete ya deja de ser gracioso. Nuestro humor va del absurdo al humor de vestuario, por llamarlo de alguna manera. Nos gusta hacer las dos cosas.

¿Cómo es la cocina creativa de los personajes?
Las ideas surgen de la observación, de algo que se nos ocurre, pero hay veces que tenés que sacarlas de oficio porque estás apretado de tiempo. El segmento sobre la educación, por ejemplo, surgió porque un chico de la producción dijo “voy a la esquina a pegar una cerveza”. Con Diego nos pusimos a boludear con eso y salió en dos segundos. Otras veces tenés una idea y necesitás darle mil vueltas para que salga, porque está la intuición de que eso tiene algo adentro pero no sabés bien qué… (Reflexiona un instante.) ¡Tampoco hacemos Shakespeare, vamos! Sí reconozco que hay una ansiedad permanente de sacar cosas nuevas, ése es nuestro motor. Tal vez tiene que ver con cierto inconformismo, pero es una satisfacción que surjan ideas nuevas y desde ahí defendemos nuestro producto. También puede haber una limitación de nuestra parte para sacarle bien el jugo a un personaje que pegó. Minguito hizo lo mismo durante treinta años sin aburrir y nosotros tenemos que dosificarnos porque si no, en ocho minutos aburrimos. Nos cuidamos de no hacer pomada a los personajes y al mismo tiempo tratamos de divertirnos.

Una de las características del programa, justamente, es la variedad de personajes que tiene. Para llegar a eso es necesaria la autoexigencia de renovarse.
Siempre tratamos de no cansar, de meter cosas nuevas. El problema es que somos dos y las estructuras cómicas se repiten, pero aunque los personajes no sean del todo efectivos buscamos renovarnos. No es que nos guste experimentar, de la experimentación surgen ideas. Es casi estadístico: de cinco o seis propuestas novedosas, una va a pegar un poco más que el resto. Muchos personajes nacen como algo chiquitito y después empiezan a tener vida propia. Otros, en cambio, surgen y mueren al instante, por más graciosos que sean. El inconformismo, en un punto, te puede generar inseguridad, la necesidad de hacer cosas nuevas para no sentir que te agotaste. También está lo opuesto, el riesgo de descansar sobre los contenidos exitosos. Porque si cargás todas las tintas sobre un personaje, lo pulverizás y no tenés más nada para decir. Es preferible el ejercicio de generar cosas nuevas, que sobren, para que a la larga los personajes perduren. Cuando explotó Pomelo, salía muy seguido al aire. Después decidimos darle un respiro, no lo poníamos todos los programas. Nosotros también nos pudrimos… si no le encontrás el costado divertido a un personaje y lo estirás, lo estirás, ya fue. Además, algunos tienen mayor riqueza que otros. Por ejemplo, Micky Vainilla es un personaje con carne, se trata de un nazi hijo de puta que dice cosas que últimamente están dando vuelta en la calle. Después, con el emo no creo que volvamos (la próxima temporada, planeada para agosto), ya está saturado. Quizás encontramos otra creación que nos permita hacer las mismas pelotucedes que hacíamos con él.

Este año se largaron también a la radio con Lucy en el cielo con Capusottos. Vos te iniciaste en ese medio, pero Diego viene de la televisión. ¿Cómo surgió esa posibilidad?
El éxito televisivo ayudó a que llegáramos a la Rock & Pop. Lo que hacemos ahí surgió como un experimento donde la idea inicial era pasar música y después nos fuimos un poco al carajo, empezamos a hacer sketches y bla bla bla. Por un lado se emparenta a la forma en que venimos trabajando: pregrabados, editados, producidos. No es un programa en vivo, no hay mensajes de los oyentes, no es la más habitual en la radio hoy. De entrada nos preguntamos de qué manera podíamos hacer radio nosotros. Muchas veces las cosas surgen de las limitaciones. No sé si Diego se veía bien conduciendo un programa en vivo, no sé si yo tenía ganas de hacer aire como antes. Más allá de una postura frente a la radio, teníamos ganas de hacer algo distinto, sabíamos que no podíamos hacer lo otro y nos salió para este lado, con todo el quilombo que lleva. Tal vez nuestro formatito, que no está colgado de la realidad, que es como un pedo al aire que podés escuchar hoy, mañana o pasado, se distingue porque no es lo habitual. Tampoco sé cuánto se puede sostener, porque es un programa que no rinde. Nos jugamos a hacerlo y lo estamos haciendo.

Hay un segmento, “Hasta cuándo”, donde se percibe una crítica hacia la tradicional radio AM, excesivamente informativa y cargada de la opinión de los oyentes.
No surgió como una crítica sino como una sensación. A la mañana, cuando llevo a los chicos al colegio, solemos escuchar a Roberto Pettinato porque nos divierte él y pasa música que nos gusta. De pronto un día me subí a un taxi y el chofer estaba escuchando otra cosa. En veinte minutos, media hora noté una carga de mierda… que más allá de que fuera verdad o no la mierda, a las ocho de la mañana los oyentes ya estaban a las puteadas por ese feedback negativo que recibían. En algunas cosas tendrían razón, en otras no, pero lo que más me pegaba era esa carga. La idea nació de ahí.


Radio y militancia, un solo corazón
Hay un personaje importante en la vida de Pedro Saborido: se trata de Omar Quiroga. Antes de que ambos llegaran a radio Mitre, a fines de los 80, la dupla de Avellaneda había compartido barrio, gustos musicales y militancia política en el Partido Intransigente. Todo eso, sumado a la influencia literaria de Raúl González Tuñón, confluyó en un programa de radio que salía por una FM zonal: La luna con gatillo. Dice Saborido sobre esa experiencia: “Cuando hacíamos el programa en Avellaneda, donde también participaba Javier Saubiette, se daba una mezcla interesante de eso que éramos como adolescentes: la militancia, las ganas de cagarnos de risa, el rock, los libros. Volcamos ahí varias cosas que nos rodeaban, era lo que queríamos mostrar de nosotros y lo que queríamos que los otros vieran y compartieran.” Luego llegó el concurso de guionistas organizado por Mitre y la posibilidad de darse a conocer en los grandes medios.

¿Cómo fue el salto a una emisora importante?
Cuando empezamos en Mitre con Omar, hacíamos editados. Se debía a nuestras limitaciones como cómicos o como tipos graciosos al aire, éramos más presentadores de eso que lográbamos armar. Hicimos equipo con un editor monstruoso en todo sentido, Ricky González. Lo que creábamos con él surgía de la poca ductilidad que teníamos con Omar al aire. No sabíamos imitar, no hacíamos personajes, pero adentro de ese formato grabado, apoyado en la edición, sentíamos un respaldo mayor. Esa seguridad nos daba más confianza al aire, cuando teníamos que presentarlo y nos soltábamos más.

¿Te considerás un hombre de radio? ¿Afectivamente estás más vinculado a la radio que a la televisión?
(Duda.) No sé, lo que me pasa con la radio es raro. Desde que trabajo en radio dejé de escucharla, aunque en mis comienzos valoraba mucho la palabra hablada y me molestaban los hilos musicales. Pero no soy un oyente habitual, y eso que me crié escuchando radio, hacía reparto con mi tío en un camión con el aparato prendido, empecé en una emisora trucha, me quedaba con amigos a la noche escuchando a Dolina… pero después de trabajar durante muchos tiempo en el medio, se me fue el interés. Hace muchos años que no hago un programa de radio al que tengo que ir todos los días. Por ahí lo disfrutaría. Me han hecho ofertas recientes pero no agarré, estoy bien así. No sé si me bancaría ir todos los días, es un sacrificio. Supongo que cuando hago radio soy un hombre de radio, después no.

¿Tenés algún referente, alguna voz que te haya marcado?
He admirado y admiro a muchos tipos como Lalo (Mir), Dolina o Bobby Flores. Recuerdo El tren fantasma, un programa que hacía Daniel Morano, quien ahora nos produce en televisión. A mí me marcó mucho, era una emisión sin espacio ni tiempo, retomaba cierta tradición de la radio que yo escuchaba de chico, sobre todo la nocturna, donde se apelaba a cierta magia. Betty Elizalde, Modart en la noche, esos programas parecían suspendidos en el aire, flotando en la noche, generaban un clima. Después los formatos de radio se hicieron muy… estaba el magazine por un lado, los programas del estilo Rock & Pop por el otro, que tuvieron la marca de Lalo y de Pergolini, o las radios de hits con una locutora que dice (En tono burlón.) “¿te cuento, te cuento?” y saca llamados al aire. Hay también una galaxia Aspen u Horizonte, más discreta, como para volver en tu Audi a las siete de la tarde. Pero hubo programas que a mí me marcaron de pendejo y me dieron elementos, ganas de hacer cosas en el terreno que fuera.

Volviendo a tu juventud, ¿no te parece que tu experiencia personal de militancia política le da un trasfondo más profundo al humor?
Eso se puede mirar de dos maneras. Por un lado, utilizar lo que sabés y lo que viviste para hacer humor. Pero también está la cuestión de la frustración, haber dejado algo y no poderlo continuar. Yo no me planteo “voy a bajar línea y hacer humor para esclarecer”, aunque en el fondo debe haber un vocecita que me dice “ehhhhhh” (Hace un gesto con la mano en señal de rebelión.). En todo caso, yo empecé junto a Omar en esto con la intención de ser periodista. Y no lo logré (Se ríe.), no me salió.

Pero si hubiera más humor del estilo del que proponen ustedes en vez de la parodia política, por ejemplo, ¿la gente no estaría mejor posicionada frente a la despolitización que existe actualmente?
Se puede despolitizar desde varios lugares y también la gente se deja despolitizar, la responsabilidad está en cada uno. Cuando te asomás a las tramas de la política te das cuenta que hay diferentes variantes de poder que entran en juego y hacen que entre lo que nosotros fantaseamos y la realidad, haya una distancia grande. Aún tenemos la idea que viene del fútbol: “yo quiero que los once jugadores que salen a la cancha amen la camiseta del club”. Si un jugador es hincha de Nueva Chicago, se va a probar a Chicago y no queda, entonces se va a probar a All Boys o a Argentinos Juniors. Claramente, está anteponiendo su carrera de futbolista a su amor por la camiseta. Lo mismo pasa con el poder, hay que sentarse a negociar con gente que no quiere resignar intereses… Desde una perspectiva idealista, ¡seamos anarquistas y tiremos todo a la mierda! Yo no sé si hablar de política –cosa que yo hago poco– involucraría más a la gente. Está claro que la gente se interesó, por ejemplo, en Gran Cuñado, que se convirtió en una tribuna desde la que se puede sumar más o menos votos. Por otro lado, los programas de política casi no existen en la televisión abierta, no tienen rating. Estamos ante el triunfo del entretenimiento. La política no es entretenida, hablar de ciertos temas no es entretenido y quizás los televidentes buscan el entretenimiento.

¿Quién creés que se beneficia con una sociedad despolitizada?
Con la despolitización se genera cierta comodidad, dado que la corporación política crea un parnaso en torno al ejercicio de la política y ante eso la gente tiene la comodidad de no participar, de elegir solamente qué le gusta y qué no. En otros aspectos la política se hace necesaria, como cuando hay que hacer trabajos en los barrios o poner comedores escolares. Ahí aparecen las necesidades concretas. Y quizás muchas veces la gente se mueve a partir de reivindicaciones puntuales… instalar un semáforo, conseguir trabajo. Supongo que ahora en los barrios no hay tantos comités o unidades básicas como antes, así que los espacios que no ocupa la gente los ocupan otros y ahí se genera la comodidad. Cuando las cosas van bien, a nadie le importa la política, pero cuando algo molesta o cuando hay elecciones el ambiente se politiza. De todos modos, lo que se vive ahora es brillante. (Hace una pausa profunda.) ¡Se tiraba gente viva desde los aviones! Estamos en condiciones de mejorar todavía muchas cosas más, pero también se han afianzado algunas cuestiones muy importantes.

Antes decías que no te proponés hablar de política de manera consciente, pero al hacer un personaje como Bombita Rodríguez, con esa carga de nostalgia militante, hay una postura política fuerte.
Quizás sea la nostalgia de Diego y la mía por nuestra infancia, cuando veíamos en la calle afiches que decían “Liberación nacional”. Ahora dicen “Eficiencia”. Era otra época, que puede volver. Esperemos que en otros términos, sin un genocidio detrás como ocurrió acá, pero sí con las ganas de cambiar las cosas. En eso, la dictadura anestesió mucho a la política de los años posteriores, con los límites, los miedos. El mensaje no es sólo “algo habrán hecho” sino también “mirá lo que te puede pasar”. Cuando cayó Hipólito Yrigoyen en los años ‘30, Jauretche, Scalabrini Ortiz y compañía crearon Forja como una especie de semilla, porque sabían que con el tiempo se iba a necesitar eso. Era como la guarida donde mantener cierto espíritu.

¿Eso se perdió?
No, al contrario. Eso lo veo hoy no tanto en lo que hacemos nosotros. Lo veo en los chicos jóvenes, la gente que estudia y que barre con la idea instalada de que todo es frívolo. Además, las realidades sociales están muy fragmentadas. No vive igual una persona en Barracas o en La Matanza que una persona en Belgrano o en el Chaco. Confundimos lo que vivimos en la vida cotidiana, más el aporte de los medios de comunicación, y creemos que ésa es la realidad. Lo que pasa en el Chaco te puede conmover como noticia durante una, dos, cuatro horas… De veinte tipos, a uno le puede cambiar el modo de pensar y al resto no, porque consumimos noticias como si fueran ficción. La gente busca entretenerse y hasta los políticos se han aggiornado, tratan de ser más rápidos, de no aburrir. Esto lleva a que después elijamos al que en un debate se mueve mejor delante de cámara. No me parece justo, ¿o acaso se puede dejar de votar a alguien porque no sabe moverse en televisión?



Sueños y realizaciones
Antes, mucho antes de formar pareja con la directora de arte Marlene Lievendag y de ser papá de Dante y de Sofía, Saborido soñaba con un destino profesional distinto al actual. Jamás imaginó trabajar junto a Tato Bores o ser artífice de un delirio televisivo inolvidable como Todo x $2; en una sintonía muy diferente, sus sueños transcurrían entre vinilos, celuloide y grabadores.

¿Qué personas sentís que te marcaron más profundamente?
Siento que cada vez me parezco más a mi viejo, que murió hace cuatro años, en actitudes que siempre le admiré. Por ejemplo, trato de llevar las cosas con calma y no darle tanta importancia personal a lo que hago. Después fui teniendo deslumbramientos con cierta gente: Los Beatles, Dolina, Lalo Mir en Radio Bangkok, Jauretche, Tuñón, Borges, los uruguayos de Hupumorpo. No creo que haya llegado a ser ninguno de ellos, pero de cada uno tomé un pedacito y en ciertos momentos pongo en juego aquello que les admiraba. También hay que cuidarse de no copiar. Eso pasa cuando sos chico, te gusta Paul McCartney, agarrás un secador y hacés que tocás el bajo frente al espejo. Es una pulsión que surge en respuesta a eso que te llegó y te gustó, después te dedicarás a la música… o no. Yo me sorprendo porque en los medios y en la música hay gente con gustos que no tienen nada que ver con lo que hacen.

¿En algún momento pensaste que tu carrera iba a tomar el rumbo que tomó?
Primero quería hacer cine, llegué a trabajar como sonidista. Admiro mucho a la gente del cine por el esfuerzo prolongado en el tiempo que hace. El hecho de haber vivido el proceso de algunas películas desde adentro me hizo pensar que no sería capaz de hacer algo así. El guión, la plata, la filmación, la preproducción… son procesos muy largos y extendidos en el tiempo. Hacer una película exige tener una enorme convicción de hacerla. No digo que yo no la tenga, pero quizás me aburriría antes o no tendría la constancia necesaria. La televisión, la radio, el periodismo me brindaban un canal de expresión más inmediato, más urgente. Bueno, en el periodismo no pude avanzar, por ahí si lo hacía era un soquete. Cuando nos surgió con Omar la posibilidad de escribir y hacer humor, empujamos eso y nos fue mejor. Pero incluso después de haber ganado el Martín Fierro por nuestro trabajo humorístico, nos hacíamos unas escapadas periodísticas. Escribíamos para algún lado o en la radio misma hacíamos informes con reportajes, armábamos pequeñas investigaciones. Experimentábamos por el lado del sonido y la edición, y esas cosas no las presentábamos con nuestros nombres, las hacíamos por gusto.

¿Tenés una cuenta pendiente con el periodismo?
No sé si me la creería a esta altura. Es que si lo pudiera hacer, no sabría cómo hacerlo. Creo que me perdí un montón de cosas, entraría por la ventana, o sea, partiría desde lo que sé hacer hacia el periodismo: agarraría un tema, como hago ahora, y lo daría vuelta para abordarlo desde ahí. Me gustaría mucho hacer investigaciones y reportajes, ya que el periodismo siempre me fascinó por las crónicas, los viajes, la posibilidad de andar por mundos que si no sos periodista, no transitás. El periodismo te da un permiso especial para hacer ciertas cosas que de otra manera serían imposibles. Pero también me podría pasar que a los seis meses me canse de hacer crónicas… Eso es lo que pasa con la repetición del oficio, se pierde el valor que uno le da a lo que hace.

¿Con el humor tenés menos posibilidades de repetirte?
Puede ser, pero la situación es diferente porque es mi profesión, mi trabajo. Muchas veces me río de lo que escribo, generalmente me pasa con las cosas más pelotudas. Con Diego me divierto mucho, armando los personajes, grabando, editando… Es lo más parecido a cuando tenés 15 años y te reís con tus amigos por el solo hecho de estar boludeando. La pasás bien porque te reís, y nosotros tratamos de que esos momentos aparezcan.

domingo, 5 de julio de 2009

¿Por qué un blog de entrevistas?

Empezamos hoy con un emprendimiento periodístico raro en la galaxia digital: un blog de entrevistas. Raro porque el abc de los blogs marca que cada post debe ser conciso para generar interés y porque las herramientas de la era 2.0 (podcasts, videos, animaciones...) vienen ganándole terreno a la escritura.

Lejos de desconocer la riqueza de todas esas herramientas, salimos a la cancha con la idea firme de devolverle el valor a la palabra. Aquí tendrán la palabra personas y personajes, algunos reconocidos, otros más anónimos u olvidados, pero todos ellos con historias de vida (de ahí el título del blog) a las que intentaremos asomarnos. Contamos para nuestro fin con la herramienta elemental del periodismo: la entrevista.

Con la curiosidad como punto de partida, recorreremos trayectorias, oiremos puntos de vista sobre distintos temas, prepararemos el terreno (cuando fuera posible) para alguna confesión desconocida... En fin, haremos de "la más pública de las conversaciones privadas" nuestra materia prima para alimentar este blog y, por supuesto, el interés de los eventuales lectores.

En este camino que hoy empezamos a recorrer, deseamos contar con la contribución (desinteresada o no) de todo aquél que se sumerja en las entrevidas que aquí proponemos. Comentarios, propuestas, sugerencias y críticas serán bienvenidas para que la experiencia bloguera (nuestra y de ustedes) sea lo más placentera posible.

Mauro Yakimiuk/Mariano Pagnucco