jueves, 11 de agosto de 2011
Luis Mey: “Quiero escribir, después las propuestas van a salir solas”
Es un destacado escritor argentino que pese a su juventud ya cuenta con dos novelas publicadas y ambas con excelentes críticas. Luis Mey respira literatura todos los días de su vida ya que trabaja como librero para estar cerca de lo que más lo apasiona, la literatura. Sus novelas “Los abandonados” y “Las garras del niño inútil” se agotaron rápidamente tras el boca en boca que hablaba maravillas de ambas publicaciones. Actualmente Factotum Ediciones acaba de reeditar “Las garras...”. Asimismo, el escritor tiene terminado un libro de cuentos llamado “Las primeras vacaciones de la bestia” y acaba de finalizar la escritura de “Tiene que ver con la furia” en coautoría con Andrea Stefanoni.
¿Cómo surge lo de empezar a escribir?
Lo primero que vino en la escritura fue la práctica. Después empecé a entender la teoría o empecé a hacer teorías propias que es lo más interesante. Se escribe con el corazón y se corrige con la cabeza. Si aplicas la cabeza antes que el corazón, la cabeza lo único que te va a poner son límites. Tener inteligencia es fácil, es cuestión de tiempo, de estudio y de buen contexto pero armar una observación pura y personal no te la va a enseñar nadie. Lo hacés vos, si querés.
¿Qué fue lo primero importante que escribiste?
Lo primero importante fue mi primera novela, sin dudas, todo el resto fue una práctica. También la práctica con más palos y más enseñanzas para mi mismo que es una novela que se llamaba “Dos días en la vida”, como la canción de Fito Páez. En realidad es malísima, pésima, pero son 400 páginas y tiene una trama y está bien ligada. Es malísima porque no es creíble, los personajes tienen muchos errores pero en el momento dije “conozco el camino”, acá puse primera, algo voy a hacer. Después la fui releyendo y dije “qué mala que es” pero mientras hacía otra cosa que la mejorara. Hasta ese momento creía que la siguiente novela tenía que ser mejor que la anterior. Cuando publicas empezás a pensar en escribir en comparación con lo publicado y eso es terrible. Por suerte, lo mejor que te puede pasar en el desarrollo es decir, mi literatura es una idea muy abstracta y no existe en realidad, la voy armando mi literatura. ¿Cómo voy a saber lo que voy a hacer en 30 años? Lo que vas a haciendo es lo que va determinando. No tengo que ser el crítico y biógrafo de mi propia vida con tanta insistencia, tengo que sencillamente trabajar.
¿Te influyen las críticas y los análisis de tus libros?
Si, me influyen porque encanta leerlas, es un acto de ego inevitable. Por suerte tuve muy buenas críticas.
¿A partir de qué momento te diste cuenta que ya tenías el oficio de escritor y que ya no te costaba tanto poder plasmar tus ideas en un papel?
A los 20 años sabía que ya me podía animar a una hoja en blanco porque tenía dos novelas escritas a mano y dije, si pude tener dos novelas a mano de cuatrocientas páginas cada una, ésto tiene que ser pan comido. Sabía que podía hacerlo mejor con herramientas. La computadora ayudó. Cualquier herramienta es como el martillo, puede construir o destruir. Traté de dejar la queja de lado y dedicarme a escribir.
Antes de tu primera novela publicada “Los abandonados” habías escrito varias más, ¿hay alguna que veas como con posibilidades de ser publicada?
Si, por ejemplo hay una que es muy divertida, se llama “Cara de empleado”, que es puramente de anécdotas de librería de un tipo que está al costado del camino y se siente la peor basura del sistema de comercio del mundo. Es muy divertida realmente porque lo entendería mucha gente que trabajó en comercios. Sabe que entra en cualquier otro tipo de comercio y al primero que se le acercan pidiéndole ayuda es a él. ¿Por qué a mí si yo no trabajo acá? Pero tenés cara de empleado. Esa novela es muy funcional pero son textos que tampoco me preocupo por editarlos ya. Es humorística pero por el nivel de crueldad. Le tengo mucho cariño y en algún momento se va a publicar, no sé cuándo ni me interesa. También, tengo cuentos que están muy bien recopilados. Parecen un libro. Todos los cuentos que fui escribiendo en el tiempo, se hacen como una especie de novela casi y se llama “Las primeras vacaciones de la bestia”. Es interesante, algunos cuentos se publicaron en España, en una revista que se llama Standdart Mag, que es muy buena y es como la Rolling Stones. Que hayan elegido poner un cuento mío por mes a mí me pone muy feliz. Suma, siempre y cuando no te la creas.
¿Actualmente lo que más posibilidad tenes de publicar es el libro de cuentos o hay otro libro más?
El libro de cuentos y también otra que tengo terminada pero siempre la corrijo un poco más que se llama “En verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo” que es una novela sobre las instituciones a las que asiste un niño de niño y el por qué no asiste otras mejores.
¿En esa novela no aparece el protagonista de tus dos anteriores llamado Maxi?
No, se llama diferente. Es más humana la novela, tiene más esperanza. Es la búsqueda de lo que va a costar ver pero va a hacer esfuerzos por ver y cuando tenga una mínima oportunidad, que va a ser a través del ajedrez, jugando torneos, por una casualidad, el lo desarrolla a fondo. Es decir, las pocas oportunidades que le aparecen las desarrolla.
¿Vos en qué te basas para empezar a escribir una historia?
Me basé en un símbolo de mi infancia, es una imagen. Durante toda mi escuela primaria teníamos un equipo de fútbol muy malo, yo jugaba bien, lo sé. Pero mi equipo era con mis amigos que eran pésimos y enfrente teníamos un equipo del mismo curso que eran los mejores a cuarenta kilómetros a la redonda. Eran cuatro pibitos que no fueron jugadores profesionales porque no quisieron. Durante toda la escuela primaria nos ganaban mínimo, por partido, cada tarde de lunes a viernes, de 31 a 0, a 31 a 1. Le hacíamos un gol y se reprochaban entre ellos porque le habíamos hecho un gol. Y nosotros aprendíamos a perder. Aprender a perder es muy funcional a la victoria. A veces, es más difícil aprender a ganar. Ganar implica un nuevo desafío, perder es el mismo cuadrito en el que estás parado siempre. Ganar implica responsabilidades. Y éstos chicos acostumbrados a perder, con todos los cambios que experimentan a través de descubrir el ajedrez y otras instituciones y reírse de las instituciones que tenían antes, el último día de escuela primaria, y fue así en la realidad, el equipo de maletas le empata. Terminan 15 a 15. No le ganan, empatan pero para ellos fue un triunfo. Los partidos anteriores sirvieron para mejorar y la curva de los rivales fue en picada. Era un empate después de novecientas derrotas por goleada pero los otros lo tomaron como la peor derrota de sus vidas y nosotros como la mayor victoria de nuestras vidas. Lo interesante es ver la interpretación contextual de eso que en realidad la victoria puede ser cualquier cosa y depende de qué tan preparado estés para ver algo bueno en algo normal. No está medio vacío el vaso.
Retomando con “Los abandonados”, ¿Cómo surge la idea?
Empecé escribiéndolo como un cuento, después vi que latía por sí misma la historia y pensé que no podía terminar ahí. Ahí, página tras página volaron los dedos sobre el teclado. Recuerdo que la escribí muy rápido, en dos semanas había escrito toda la novela. Cada sesión de escritura no bajaba de las treinta páginas, pero con naturalidad, con un tono narrativo muy claro y me sonaba sólo en la cabeza. Ese libro no es autobiográfico, es un juego, yo ni en pedo hice las cosas que hizo Maxi. Me cayó mucho la ficha para escribir por la primera frase del libro “Los abandonados”, frase que es de Lloyd George y dice: “Lo peor que se puede hacer es cruzar un precipicio en dos saltos”. Esa frase me llevo a entender que si tenés algo para decir hacerlo con urgencia y claro, no dar tantas vueltas. Tenés algo para contar, contalo. Ser claro al hablar es fundamental y si la novela es en primera persona, más todavía.
Luego de escribirla, ¿la dejaste un tiempo encajonada?
Claro, porque cuando uno termina un texto, al menos me parece a mi, es muy lindo dejarlo en un cajón o un archivo un par de meses porque si lo empezás a corregir ni bien lo terminas es como un hijo recién nacido, si o si es hermoso. Pero cuando pasan un par de meses y ya tuviste una rutina con ese texto, el saber que es tuyo, ahí empezás a corregirlo con un ojo crítico y quitás lo que le tenés que quitar. A veces dos páginas, a veces cincuenta.
¿Cómo llega la posibilidad de publicar el libro?
Llega por un error. Por no querer presentar nunca más textos, que en realidad no mandaba mucho. Ninguna presentación muy concreta había hecho, algún concurso nada más. Por haber puesto en mi currículum laboral que había escrito algunas novelas, la editora de Factotum me empieza a reclamar que le muestre algo y yo al final le di “Los abandonados”, a pesar que creí que a ella no le iba a gustar. Y al otro día de presentársela ella llega con ojeras de toda la noche y me dijo que la quería publicar ya porque le había fascinado. Lo que intento hacer bien es escribir y darle mucho trabajo al objetivo.
¿Qué sentiste cuando tuviste el primer ejemplar en tus manos?
Lloré, obviamente. Como un pelotudo adolescente pero de emoción positiva. Y hoy día me pasa lo contrario, no tengo ejemplares míos en mi casa. Está bueno, me parece sano. Me parece que tengo que apuntar al siguiente. Quiero formar nuevas paredes, nuevos cuartos. Eso me interesa mucho.
¿Alguna anécdota que te haya ocurrido a raíz de la publicación de “Los abandonados”?
Si, varias. En realidad, lo más lindo es lo que menos esperaba que es el ida y vuelta con lectores comunes y corrientes que te escriben cartas fabulosas. Yo tengo un montón de cartas o de mails o inbox de Facebook largos que te cuentan impresiones que ni en pedo ibas a mirar vos como autor. Y te explican tu obra y tienen razón. La vieron con un ojo emotivo que no la va a ver un crítico y que no la va a ver el autor tampoco. Tienen un ojo muy particular. En la cantidad de cartas vas viendo un feedback que realmente vale la pena y mejora tu obra.
¿Pensaste que ibas a tener tantas repercusiones?
No, ni en pedo. Los dos libros se agotaron rápido y son ediciones de dos mil ejemplares que creeme que son muchos para editoriales chicas. Los abandonados fue un boca en boca rarísimo. Fue seleccionado para Frankfurt, para una antología de autores argentinos.
Hablame de tu segunda novela “Las garras del niño idiota”.
“Las garras” es de esos libros que se escriben una vez. La escribí muy rápido y surge en un viaje en el tren Mitre, volviendo del trabajo. Veo que a las diez de la noche pasa un guarda pidiendo boletas, hace años que a esa hora no pasaba un guarda. Y ahí me hizo acordar a cosas de mi infancia, podía ser la vida de cualquiera pero era mi vida y era literario. Empecé a ver que aunque era repetitivo lo de aquellos tiempos, dije, voy a seleccionar ciertas cosas de esa rutina y voy a demostrar que es particular. Cayendo en la autobiografía en realidad hacés muchísima literatura. Para salir de la autobiografía hay que dejar de lado todo lo repetitivo. Por ejemplo, situaciones de violencia, tal vez eran más repetitivas de lo que digo en el libro pero cuento ocho situaciones de violencia porque eran simplemente el parámetro de lo que era todos los días pero queda mejor así. Algunas partes son inventadas pero para ayudar a lo que si era autobiográfico. Es una novela porque tiene mi visión únicamente, sino tendría que tener la declaración de todos los personajes reales de esa novela. El personaje de Maxi es un observador más y no tiene la verdad absoluta, tiene su verdad como también la tendrá cada uno de los personajes de la historia. Maxi entiende que el que carga la cruz más potente es el victimario, no la víctima. La víctima carga alas. O sea, lo que no te mató te hizo más fuerte.
¿Qué opinó tu familia acerca del libro?
Por supuesto que tuvieron opiniones desencontradas porque es mi visión de las cosas, no es la de ellos y está buenísimo porque ellos son mucho más geniales de lo que yo los puse en el libro. Tengo una hermana norteamericana que es una genial literalmente, tiene tres títulos, es una genia. Los nombres son ficticios pero parto de una visión de las personas y del contexto de esa época sin poner los más maravillosas de algunas personas. Pero son grandes personas. Pensé que mi hermano iba a tener una visión muy terrible pero no, me preguntó si había dicho la verdad, le respondí que relativamente si y me dijo, entonces está todo bien. Parece que la leyó. A él le daba tranquilidad si yo había sido sincero. Con mis padres tuve mis discusiones pero después se fueron dando situaciones muy lindas de devolución porque era lo que tenía que pasar. Sirvió. Era una época violenta, no sólo mi padre. Lo que más le duele al personaje de Maxi es que quiere entenderlos pero no los entiende. Entre ellos tampoco se entienden porque el contexto tampoco ayudaba. Esto es así y vamos para éste lado y si sos diferente no encajás. Escribiendo me di cuenta que mis padres eran grandes personajes literarios. No debe ser fácil ser ellos. Son muy amplios.
En las garras está muy marcado lo de decir una cosa pero hacer otra, además del contexto político que seguramente es el que vos conocías…
Exactamente. El contexto tiene que estar explicado, tiene que ser comprensible y que ser relativo a la pequeña historia de fondo, que en realidad es la historia del grupo primario. Lo que tiene que pasar es que todo tiene que estar al revés. Cuando algo es gracioso tiene que ser trágico y viceversa y al mismo tiempo cuando uno dice algo significa todo lo contrario. Es lo que pasa todo el tiempo. Es muy difícil llegar a la comunicación verdadera de decir una cosa y querer decir exactamente eso. No se trata solo de lingüística, se trata de que la gente dice lo que puede y después ve como lo cumple.
¿Tuviste que hacer algún trabajo psicológico para poder contar tu dura historia en una novela?
El mejor trabajo es el de haber tenido reflexión. No solo saber qué me pasaba sino que reflexionar sobre lo pensado y decir, qué bueno que ahora pueda escribirlo porque significa que ya tengo la distancia suficiente. Poder escribirlo significó un gran alivio. Era saber que estaba lejos de eso y es lo mejor para poder amar a la vida con todos sus grises. Me sentí orgulloso de poder ver que era algo lejano.
¿Es verdad que tuviste que ponerle cordones de alambre a los zapatos para ir al colegio?
Si, eso fue una historia real. Jodido. Pero vi el símbolo ahí. Yo agarré los zapatos con alambre pero seguí adelante igual, está todo bien. No me voy a dar por vencido ni aún vencido.
Sos un apasionado de los deportes, ¿escribiste cuentos de fútbol?
Si, tengo muchos. Te potrero tengo infinidad. En “Las primeras vacaciones de la bestia” hay dos cuentos de fútbol. También, escribo muchos cuentos de navidad. Crudísimos. Todos los años me obligo a escribir un cuento de navidad en la fecha de Navidad. Como no trabajo el 25, que es una excepción, escribo ese día. Los libreros hay solo tres días que no trabajamos en el año, día del trabajador, Navidad y Año Nuevo. Las emociones están a flor de piel y siempre salen cuentos realmente buenos.
Al ser librero estás todo el tiempo rodeado de libros y sos de leer mucho, ¿qué libros recomendarías de los últimos que has leído?
Recomendaría uno que es un gran disparador de lectura y al mismo tiempo muy entretenido y profundo que es del austríaco Daniel Glattauer y el libro se llama “Contra el viento del norte”. Es muy sencillo el libro, es una novela epistolar. Es una historia de amor literalmente pero al estilo moderno, por mail. Y es terrible porque a mitad del libro las personas ya se conocen más que a nadie en el mundo y nunca se vieron ni en foto pero por un error empezaron a comunicarse por mail.
Después, recomiendo otra novela impresionante de la autora argentina Elsa Drucaroff y el libro se llama “El último caso de Rodolfo Walsh”. Es política, es un thriller, muy entretenida, emotiva y en menos de dos días la terminas, sin lugar a dudas. Es una gran novela.
También, hay un tipo que me divierte mucho, no lo conoce nadie, lo edita Galerna y se llama Roni Bandini. Tiene una novela muy buena, nunca lloré tanto de la risa con una novela, que a la vez es profunda. El libro se llama “El sueño Colbert”. El personaje es un perdedor nato y sueña con tener el estilo de vida que aparece en una vieja publicidad de Colbert.
Y por supuesto que recomiendo la última novela de Claudia Piñeiro, “Betibú”. La escritora mejora novela a novela. Es pulidísima y es porque le sale así. Es un estilo pulido. Cada página se esfuma, es muy difícil eso.
¿Qué estás escribiendo actualmente?
Terminamos de escribir una novela en coautoría con Andrea Stefanoni, se llama “Tiene que ver con la furia”. También, estoy escribiendo una novela en cinco grandes escenas sobre el partido de tenis Coria-Nadal, final de Roma 2005 en polvo de ladrillo. El partido que la crítica lo definió como empate por excelencia. Esa definición de empate es lo que determina los cambios en la vida de las personas que lo están viendo y que van teniendo una vida. Incluso la novela no va a dejar afuera ningún punto de los puntos del partido. No es un partido nada más, es una enseñanza de vida.
¿Qué objetivos tenés como escritor?
Te voy a ser muy sincero, por supuesto que a nivel secundario quiero seguir publicando pero en realidad estoy pensando en terminar textos y disfrutarlos. Es como muy rara la oportunidad de publicar. La situación de publicar se va a dar pero no estás todos los días pensando en eso. No es fácil, no está bueno andar tirando textos por ahí porque sí. Quiero escribir, después las propuestas van a salir solas.
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