El escritor Enrique Decarli acaba de publicar su libro de cuentos Carrusel a través de Kintsugi Editora y habló con Entre Vidas del proceso de escritura de dicha publicación y de los libros Bengalas y Flipper, ambos publicados por Paisanita Editora. Además, adelantó que tiene en mente un nuevo libro que tiene como nombre tentativo Aserradero.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Creo que no tengo rituales. O no muchos. Es más: en los talleres de escritura hago que la gente escriba, en cada encuentro, por lo menos diez minutos. No importa lo que salga de ahí; pero creo que es importante que puedan trabajar en un lugar que les resulte extraño; incluso, hostil. Empecé a hacer eso cuando me di cuenta que el acto de escribir suele estar llenos de rituales que, en general, funcionan como factores de censura: la luz, la música, el horario, los ruidos, etcétera. Yo escribo siempre en el mismo lugar, no por una cuestión ritual, sino porque es el lugar donde tengo la computadora (de escritorio). Me encantaría escribir a mano, o en máquina de escribir. Hay un vínculo distinto, me parece, con el fluir de la palabra manuscrita o por medios mecánicos. Pero los tiempos de edición y corrección, en este momento, no me permiten dar ese lujo. Con un mate, estoy bien. Si apago un poco las luces, es para ahorrar: jaja.
¿Con qué frecuencia escribís?
La verdad, escribo cuando puedo. Y últimamente, puedo bastante poco. Laburo prácticamente de la mañana a la noche, y las tardes libres estoy con mi hija. Tan poco escribo que he perdido lo que podría llamar frecuencia de trabajo. Estoy escribiendo muy esporádicamente. A veces pasan semanas enteras en que no escribo. Pero tengo dos o tres cosas dándome vueltas por la cabeza, y siempre que puedo, me siento y las abordo. Aspiro, al menos, poder hacer rendir bien ese poco tiempo. Y si no, las pienso. Les voy dando forma en mi cabeza.
¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro Bengalas?
Los cuentos de Bengalas son contemporáneos con los de mi segundo libro: Big Bang. Yo no sé bien por qué, pero nunca dudé que unos cuentos pertenecían a un libro y los otros al otro. Son universos distintos. No lo tengo razonado el tema. Lo resolví por intuición; y ahora mismo lo vuelvo a pensar, abro los libros y sigo pensando que estuvieron bien separados. La selección se fue armando sola. A medida que escribía textos que me gustaban (tenían que gustarme bastante), separaba: este para Big Bang; este para Vía Láctea (Bengalas, en un principio, se llamó Vía Láctea). La energía que había en cada cuento marcaba el libro al que iría. Bengalas, en mi opinión, es un libro luminoso. Big Bang es como la contracara oscura. En definitiva, nunca dudé de la composición de Bengalas. Sobre el proceso final de edición, solo sentí que sobraban dos cuentos, y los saqué: eran dos cuentos que abordaban el vínculo padre e hijo, tema que ya estaba tocado, con mejor calidad, en mi opinión, en el relato “Vía Láctea”.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Bueno. Como te decía antes, alguna vez el libro se llamó Vía Láctea. Pero antes de que se publique Bengalas, los chicos de Escrituras Indie publicaron, en una plaqueta, impresa y virtual, los relatos “Vía Láctea”, “Los despojados” y “La cola del escorpión” (este cuento solo está publicado ahí). La plaqueta se tituló Vía Láctea. Cuando se ofreció la posibilidad de publicar con Paisanita, no quise quemarles el título a los chicos de Escrituras… Eso, por un lado. Por el otro, Bengalas iba a ser el primer libro de Paisanita. Estaban definiéndose la estética de la editorial: foto blanco y negro que tenga algún vínculo personal con el autor, etc… Yo tenía una foto de mi hija jugando con una bengalita en Navidad en la puerta de la casa de mi vieja (la foto actual de portada); se la mostré a Gabi Luzzi y le pregunté si le gustaba como posible foto de portada. Me dijo que sí. Que le encantaba; pero que, para unir foto y textos, aprovechando que uno de los cuentos se llamaba “Bengalas”, que entonces el libro también se llamara Bengalas. Ahora, cuatro años después, creo que me gusta mucho más Bengalas que Vía Láctea. Mis últimos tres libros fueron armando involuntariamente una suerte de trilogía lúdica: Bengalas – Flipper – Carrusel.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Mi escritura se nutre, fundamentalmente, de imágenes. No puedo empezar a escribir si no tengo una imagen que me conmueva: un grupo de personas grandes subido a una calesita, por ejemplo. Después, en el desarrollo de la historia van apareciendo los posibles temas. Se van como imponiendo, y entonces uno puede decir: este cuento se trata de esto y de aquello. Pero no parto nunca de un tema. No puedo. Siempre arranco a partir de una imagen. Y la sigo. La disecciono. La analizo con todos los sentidos. No obstante, y aunque lo descubra después, creo que hay ciertos temas recurrentes en lo que escribo: las tramas secretas, por ejemplo, las personalidades ocultas, los caminos posibles que no están a la vista (una cañería, por ejemplo), los personajes con algún rasgo -ambiguo pero- heroico; posibles vidas desconocidas de los objetos, la transformación de los personajes (en objetos o animales), la amistad, los vínculos padre/hijo (tanto desde la óptica del padre y desde la óptica del hijo). Me interesan mucho los doble fondos. Las miradas ambiguas, escurridizas.
¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
Mi cuento preferido de Bengalas es “Vía Láctea”. Y creo que el de los lectores también; aunque algunos destacan mucho “El Negro Vila”.
¿Cuál fue la imagen disparadora de tu novela Flipper?
Flipper empezó con el descubrimiento de unas cartas en una caja llena de recuerdos acumulados a lo largo de mi vida. Cartas que yo le había mandado a mi viejo, y que él, a su vez, me había mandado a mí. Esa caja siempre estuvo en la casa de mi vieja. Hacia noviembre de 2009 me mudé a una casa más grande que las casas en las que hasta entonces había estado viviendo y entonces me llevé esas cosas personales. Hay una escena en Flipper, en que el narrador y su hermana revisan una caja de recuerdos y van separando todo lo que tiene la letra del padre. Ahora no lo recuerdo muy bien, pero quizás la imagen generadora haya sido esa: un hijo revolviendo una caja llena de recuerdos de su padre muerto.
¿Cómo fue el proceso de escritura de pasar de escribir cuentos a tu primera novela?
En realidad tal pasaje no existió, porque Flipper, si bien es mi primera y única novela publicada, en realidad es la tercera novela que escribí. Tengo una novela inédita, terminada en 2008, que me gusta. Es una novela medio juvenil de unas 200 páginas. Y escribí otra en 2009 que la corregí y después la abandoné porque no me gustó más y cada tanto le saco pasajes que uso en otras piezas o convierto en relatos. Recién a partir de 2009 empecé a escribir los cuentos más sólidos, los de Big Bang y Bengalas, y poco tiempo después, hacia noviembre de ese año empecé, contemporáneamente a los cuentos, Flipper. Es decir: el proceso fue casi inverso. Lo que pasa es que mis oportunidades editoriales terminaron dándose por el lado del cuento y es esa parte de mi trabajo la que la gente más conoce. No obstante, con relación a Flipper, y haciéndome eco de tu pregunta, podría decir que son ocho relatos -con más o menos autonomía- que forman una pequeña novela.
¿Cómo surgió la posibilidad de editar ambos libros con Paisanita Editora?
Conozco a Gabi Luzzi, que es la directora de la editorial, más o menos desde el año 2012. Tenemos un vínculo muy cercano desde entonces, y a ella, por suerte, le gusta lo que yo escribo. Una vez publicó un relato mío: “Mi amiga Luján” (que luego fue incluido en mi tercer libro: Jauría, Eloísa Cartonera, 2014) en las plaquetas que dieron inicio a su labor editorial. Cuando se decidió a publicar en formato libro, nos ofreció la posibilidad a Ariel Bermani y a mí. Así salieron la novela Furgón, de Ariel, y Bengalas.
¿Qué diferencias notás entre tus libros de cuentos anteriores y el que publicaste este año llamado Carrusel?
Hay mucha diferencia. En primer lugar, Carrusel fue un libro que quise hacer. Nunca antes había trabajado a partir de una pauta. Esta vez, sí. No era una pauta muy estricta, pero era una pauta: escribir una serie de relatos largos, para salir un poco, para quebrar esa tendencia muy marcada al relato breve que se estaba estableciendo en mi laburo: cuatro libros de relatos breves. Lógicamente, la mayor extensión, me permitió trabajar zonas que hasta entonces no había explorado: la mayor profundidad de los climas, ciertas recurrencias argumentales o del lenguaje, los rasgos de los personajes, digresiones en las tramas, etcétera. Eso derivó en un cuerpo que, en mi opinión, es mucho más sólido. Más denso. Con otro peso. No digo mejor ni peor que, por ejemplo Bengalas o Big Bang; pero sí diferente, que era lo que yo, en definitiva, quería encontrar.
El libro tiene un epígrafe de Mario Levrero que dice “Este es mi mal, mi razón de ser”. ¿Cómo surge la elección de esa frase?
En realidad la elección surge a partir de la frase anterior: (Por eso el mundo rechina cuando gira). Creo que podría haber dejado el epígrafe ahí y el universo poético del libro habría estado bien condensado y representado en esa sola línea, porque, de alguna manera, en Carrusel, todo gira, y también rechina. Lo que pasa es que lo que venía después (la frase que vos citás) era muy fuerte. Muy potente, y además creo que, en algún punto (en algún punto muy íntimo), la literatura me permite sondear y, por momentos, anclar en esa zona: la que habita mi mal y mi razón de ser.
¿Con qué se va a encontrar el lector de Carrusel?
Me voy a hacer eco un poco del prólogo hermoso que escribió para el libro Silvina Gruppo. El lector de Carrusel se va a encontrar con un mundo donde las reglas están apenas corridas de lugar. Parece este mundo; pero no lo es. Algo no termina de encajar bien. Por eso los planteos, con punto de partida siempre realistas, van derivando, suavemente, en universos obsesivos, oníricos, absurdos, mágicos, exasperantes.
¿Cómo se dio la oportunidad de publicar el libro con Kintsugi Editora?
Leandro Surce, el director de Kintsugi, es un gran lector de mi trabajo. Algo que siempre le agradecí desde que nos conocemos, porque además del cariño e interés con que recibe mi obra, ha reseñado Bengalas y no pierde oportunidad para recomendar mis libros. En algún momento él me ofreció la posibilidad de publicar en Kintusugi, y a mí me pareció una idea hermosa que quise honrar con el mejor material que tenía. En principio le di otro libro. Carrusel (con el nombre Etapas) estaba concursando en el Fondo Nacional de las Artes. El libro no figuró ni a los premios en el concurso. Quedó liberado. Para entonces teníamos avanzada la posibilidad de publicar el otro libro: Las Oportunidades Perdidas, pero yo le dije: “Lean, tomate unos días y leete este libro porque para mí es superior”. Leandro lo leyó y estuvo de acuerdo conmigo. Me sugirió una serie de correcciones y cambiar el título, de Etapas a Carrusel. Y así fue. En el curso del verano que pasó liquidamos todo.
¿Qué libros o autores recomendarías?
Voy a ser bien específico porque, si no, serían muchos. En los últimos años me sacudieron mucho estos autores y libros: Luciano Lamberti (El loro que podía adivinar el futuro). Fedra Spinelli (Delta). Bob Chow (Todos contra todos y cada uno contra sí mismo). Selva Almada (Ladrilleros). Marcelo Cohen (Gongue). Hernán Ronsino (Lumbre). Pedro Mairal (Salvatierra). Aira (Varamo). Osvaldo Bossi (Chicos malos). Jorge Consiglio: Pequeñas intensiones, y la poesía, en general, de Gustavo Yuste.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy dándole vueltas a un proyecto que suba la apuesta de Carrusel. Vengo de Bengalas: 12 relatos breves. Pasé por Carrusel: 6 relatos largos. Y quisiera ir a un libro de solo tres narraciones. Las piezas ya las tengo: Aserradero, Tokio y Aspas. Aserradero me parece un lindo nombre para el libro. Tendría que corregirlas un poco (un poco bastante, tal vez), y ver si, entre las tres, arman un universo que les permita compartir la publicación. Por otro lado estoy en unas setenta y pico de páginas de una narración cuyo arco narrativo ya cerré. Se llama Hogar. Estoy revisando el medio. Uniendo detalles. Salvando baches. Ajustando climas y revisando el tono. Y tengo un proyecto con posible editorial y todo (este dato por ahora queda en secreto); pero solo tengo el título, Jaja: Latitud 0. Creo que va a ser una novela realista. Y como el realismo, en general, me cuesta, todavía no escribí nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario