lunes, 17 de septiembre de 2018
Emmanuel Lorenzo: “También escribo para sanar, también escribo para no olvidar una vez que sané”
El escritor Emmanuel Lorenzo publicó el poemario La felicidad de los témpanos a través de Peces de Ciudad Ediciones y comentó que le gusta decir que escribe sobre surrealismo social, un género que hibrida el realismo crudo del conurbano con la maravillosa deformación de las formas que la poesía habilita.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
No hay rituales específicos más que cierto ensimismamiento conmigo y con una sensación o historia que necesito contar, ya sea en la mansedumbre nocturna de una casa, el caótico trajinar del tren o la servilleta del café de paso. Creo que hay que desacralizar a la escritura, presentarla como el ejercicio artístico de la realidad y sus dimensiones a través de un lenguaje poético.
¿Con qué frecuencia escribís?
Escribo a diario, tanto en casa como en los espacios que frecuento. Si me acuesto sin haber escrito, la noche se ahueca, cierta culpa me corroe hasta obligarme a levantarme de la cama y escribir, probablemente, sobre esa misma culpa. Es paradójico como, a menudo, la necesidad de escribir se ladea hacia la autorreferencialidad.
Siempre que coordino un taller literario y me indagan sobre la frecuencia de la escritura, intento trasmitir que no debemos únicamente esperar aquel idílico susurro o la idea donde converjan todas las realidades; a veces, sólo hay que empezar a escribir, como una literatura automática que da testimonio sobre el presente. Uno de mis primeros personajes narrativos se llamaba Aurelio, un sextuagenario que se sentaba a diario a orillas de la calle a describir minuciosamente todo lo que sucedía a su alrededor.
¿Quién te inculcó tu amor por la poesía?
Si bien toda mi familia se caracterizó por la devoción literaria y, afortunadamente, crecí en un hogar poblado de libros, mi madre fue siempre la simiente poética. Llegada a Buenos Aires desde Corrientes a los quince años, todo en ella está habitado por una nostalgia perenne que traduce en cierta forma poética de hablar sobre su niñez. Aún hoy se acoda sobre la mesada de azulejos partidos de la cocina, extravía su mirada en la ventana que da al patio y recita de memoria versos que escuchó cuando era joven. Los primeros versos que aprendí se los debo a ella; también cierta colección de poetas latinoamericanos que tomé prestada indefinidamente,
¿Por qué decidiste que tu libro de poesía se llamara La felicidad de los témpanos?
Desde chico me duele la felicidad, me duele el alrededor, a veces hasta pienso que se trata de una facultad que no he descubierto esa de ser “feliz”. Me refiero, por supuesto, a esa felicidad plena, a la ceguera indiferente hacia los demás. Ser feliz de esa forma se me hace vulgar, incluso egoísta.
Puede entonces que sea feliz a mi manera, adoleciendo a diario, llorando con frecuencia, buscando la palabra justa. Ésa es la felicidad de los témpanos, una sonrisa crítica, algo ácida, algo frágil. Pero orgullosa de su fragilidad porque se sabe parte integral de un todo al que abraza a oscuras, al no le quiere ni puede ser indiferente.
¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas que aparecen en el libro?
El proceso de compilación y selección fue un desafío porque buscaba crear una línea de familiaridad entre todos los textos, pero, a su vez, había conceptos de fondo que no quería sacrificar. Resolví, finalmente, dividirlo en cuatro capítulos que respondieran a la raíz madre: La felicidad de los témpanos. “Invisibles”, “Extrañamiento”, “La Memoria, mi habitación y el tiempo” y “Desentierros, desiertos y la mañana para dos” se gestan como pequeños ecosistemas en transformación que dan cobijo a las bestias heridas, excitadas, inconscientes y sensibles que se traman entre los textos. En esa idea, el libro es un ser que pulsa una línea poética, diversificada pero distintiva entre sus partes.
Invisibles es la marea sedienta, las realidades desgraciadamente constantes, quizá la única palabra esencial del libro; Extrañamiento, una mirada torcida a las escenas inconclusas diarias; La Memoria, mi habitación y el Tiempo es pulso, desolvidar, denuncia de la infrecuencia e ilógica de los espacios individuales; y Desentierros, desiertos y la mañana para dos, una forma de pedir perdón, otra de besar y, ante todo, la nostalgia atípica de extrañar futuro mientras se construye el presente.
¿Cuál es tu poema preferido del libro y cuál es el que destacan los lectores?
En esta oportunidad, elegiré como mi poema preferido al 4, porque da cuenta de una de las realidades del área Reconquista, en mi entrañable partido de Gral. San Martín.
El último de los poemas, el 49, suele ser recibido con empatía por varios lectores; siento que a través de sus líneas logré expresar esa incertidumbre cruda del adiós a una relación, esa mezcla sin nombre de rabia, dolor y, finalmente, agradecimiento. Además, la esperanza de su último verso es una columna poética para la supervivencia después de una despedida.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Me gusta decir que escribo sobre surrealismo social, un género que hibrida el realismo crudo del conurbano con la maravillosa deformación de las formas que la poesía nos habilita. He escrito sobre los trenes y sus pájaros, sobre las despedidas, incluso quienes todavía no conocí; pero, ante todo, sobre lo que me duele, eso que está ahí afuera, y cuando lo escribo, ya forma parte de mí. También escribo para sanar, también escribo para no olvidar una vez que sané.
Una de mis citas literarias favoritas es esa del dramaturgo alemán Beltolt Brecht: “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma.” De eso se trata, la literatura como mecánica de desintegración de tabúes y principio de inclusión. Lo que no se dice, permanece oculto. Lo que se calle, duele a escondidas.
¿Qué temas de los que todavía no escribiste te gustaría hacerlo en un futuro?
He tenido la suerte de viajar a Europa del Este, específicamente a los Balcanes, y conocer de cerca testimonios sobre el genocidio bosnio y la herencia soviética de la región. Los temas de geopolítica son algunos de los más apasionantes de la literatura, pero no han encontrado su eco en las formas poéticas argentinas, a excepción, quizás, de la poeta Natalia Litvinova.
También pienso en un poemario inspirando en y que únicamente abarque la anatomía de las criaturas artificiales creadas por la sociedad y su adecuación a los ecosistemas naturales. Hablo del tránsito, del ruido, de la contaminación, pero especialmente hablo del tiempo, la más salvaje de todas las invenciones del hombre.
¿Qué libros o autores recomendarías leer?
Recomiendo ante todo a Belek Antar, un poeta riojano que me influyó radicalmente. También a Juan Ortiz, Leonidas Lamborguini, Alejandra Pizarnilk, Juan Gelman y Vicente Luy. También al chileno Nicanor Parra, a la uruguaya Idea Vilariño, al cubano José Martí y al peruano Cesar Vallejos. De la innumerable lista de maravillosos poetas mexicanos, nombro a Sor Juana Inés de la Cruz y a Eduardo Lizalde. A esta antojadiza lista de poetas latinoamericanos, sumaré al británico Dylan Thomas, en agradecimiento.
¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Peces de Ciudad Ediciones?
Peces de Ciudad es una de las editoriales más admiradas del circuito independiente argentino por la devoción que tiene por la publicación autogestiva y de calidad. Hacia 2017 había tenido la oportunidad de leer poesía en dos de sus encuentros de San Telmo y, aunque por entonces trabajaba en una novela, conversamos la posibilidad de publicar un poemario que, meses después, se editaría como “La felicidad de los témpanos”.
¿En qué nuevo proyecto estás trabajando actualmente?
Uno de los proyectos en que me estoy concentrando es un poemario escrito en pretérito y primera persona, desde la voz narrativa de un joven que cuenta a través de poco más de veinticinco poemas el pasado de su familia. La historia transcurre en el conurbano profundo y da cuenta de las flaquezas y dulces dramas que cada familia esconde o de los que se enorgullece. Se trata de una mirada, algo satírica aunque desnuda y tierna, de un semblante familiar atípico pero representativo.
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