sábado, 13 de agosto de 2016
Patricio Eleisegui: “Los nombres políticos cambian pero la decisión de sostener este sistema de producción agrícola persiste”
El periodista y escritor Patricio Eleisegui publicó el libro Envenenados, una bomba química nos extermina en silencio con Editorial Wu Wei en el que aparece una investigación minuciosa e impecablemente desarrollada acerca de la utilización de agroquímicos en nuestro país. El autor habló con Entre vidas de los efectos nefastos que genera el glifosato, del arduo proceso previo a la escritura y de las repercusiones que obtuvo con el libro. Además, Eleisegui analizó su libro de cuentos Ninguno es feliz y de la antología Paganos, ambos publicados bajo el sello Alto Pogo.
¿Tenés algún ritual en el momento previo a ponerte a escribir?
Música, mate, cigarrillos -dependiendo si me encuentra o no en algunas de mis recaídas en el tabaco-. Hojas en blanco: todo lo escribo en papel. Y con lapicera. Por supuesto, eso después conlleva el trabajo de pasar lo anotado, pero ya me acostumbré a la mecánica. La hoja me permite ir y volver con más comodidad. Anotar en cualquier lugar, usar flechas, círculos, etcétera. Por lo general también necesito estar solo. O que nada se mueva demasiado de su lugar.
Sos periodista, escritor y formas parte de la comisión directiva del Almagro Boxing Club, ¿con qué profesión te sentís más cómodo?
Ejerzo el periodismo profesional desde el 2002. Ya son muchos años. Creo que es lo que menos me cuesta. La ficción me demanda un proceso mental largo, de rumiar ideas, posibilidades. Por lo general estoy semanas, tal vez meses, pensando lo que voy a escribir. Desde el principio hasta el final. La escritura posterior suele llevarme muy poco tiempo. Esto de meditarlo tanto responde a que odio corregir. Reescribir un texto, suprimir páginas, es algo que jamás pude hacer. Por ende, trato de economizar los tiempos de escritura. Pocos, pero que rindan. De lo contrario, ni me siento. Integrar la comisión de un club de boxeo demanda otra energía y es una tarea difícil. Cuando se pone cuesta arriba me consuelo pensando que estoy aprendiendo. Al principio me hacía mucha mala sangre, llegué a ir refunfuñando a entrenar. Ahora lo tomo con más tranquilidad si se quiere. Es imposible solucionarlo todo en una institución a la que asisten cientos de personas. Lo importante de permanecer en el club es que me mantiene en contacto con otras realidades. Y eso me devuelve al pibe curioso, de pueblo, que nunca dejaré de ser.
En el libro 12 Rounds hay un cuento tuyo llamado Cacho de Fierro, tenés predilección por el boxeo. ¿Tenés alguna novela escrita que hable de ese deporte?
No por el momento. Debería tomarme unos meses para pensarlo. Encontrar una arista que crea poco explotada. Hay mucho material escrito sobre boxeo. Ni hablar de las películas. Buena parte de lo escrito o filmado me parece grandioso. Te diría que hasta clave en determinadas cuestiones de mi propia vida. Si voy a escribir algo tiene que ser un aporte. Para arruinar tanta pasión artística basada en el pugilismo prefiero quedarme en el molde.
Fuiste finalista del Premio Clarín Alfaguara de Novela en 2011 y 2012, ¿por qué no se publicaron esas novelas? ¿Se las acercaste a alguna editorial?
Claro, me acerqué. Tuve contacto con infinidad. Algunas, de esas que te hacen temblar por el simple tamaño que poseen. Pero por diferentes motivos, cuestiones de formato, cambios que incluso intentaron imponerme, nunca se llegó a un acuerdo. A veces ni recuerdo que tengo ese texto ahí, en un cajón. Pienso que si no pasó hasta ahora es porque nunca fue el momento. Hace unos años pensaba mucho en el destino de ese libro virgen. Ahora lo visualizo como una opción que siempre está ahí, latiendo. También cambió la percepción que tenía de la novela. Fue la primera que escribí, para colmo en cuestión de 4 meses, y todo lo que ocurrió a su alrededor por momentos me llevó a odiarla. Llegué a pensar en no escribir más. De pronto me colocó, verde como estaba, frente a una maquinaria editorial de la que no tenía idea. Con el tiempo la perdoné. Y seguí adelante.
¿Por qué decidiste escribir un libro acerca de una investigación periodística sobre los efectos de los agroquímicos y la utilización de transgénicos en nuestro país?
Me considero un periodista de la vieja escuela. Amo mantenerme en los criterios de ese periodismo que se fue perdiendo a manos de la intencionalidad política manifiesta, la inmediatez, la nula profundidad. Trato. Lo intento. Dentro de ese criterio abrazo la idea de que todo periodista debe escribir al menos un libro de investigación. Si mal no lo recuerdo es algo que le escuché decir alguna vez a César Dergarabedian, colega y amigo. En algunas cuestiones soy muy dogmático. En ese debate estaba cuando empecé a notar que ciertas denuncias, problemáticas, se acumulaban en algunos diarios del interior. Presto mucha atención a la prensa de las provincias en tanto, como dije antes, no dejo de ser un pibe de pueblo. En un momento me vi indagando en el sistema agropecuario, el uso de determinados productos, cómo eso llega a nuestra mesa. Reuní material científico, de pronto empecé a llamar a los mismos investigadores. Por último, me animé a tomar contacto con los primeros casos. Todo se fue dando a partir de la curiosidad. En una parada entre tanta averiguación caí en que tenía un libro. Sólo faltaba escribirlo. Fue lo más sencillo.
Fabián Tomasi trabajó para una empresa de fumigaciones, quedó gravemente enfermo y con el cuerpo consumido, ¿cómo llegaste a él para que su testimonio sea fundamental en tu libro Envenenados, una bomba química nos extermina en silencio?
Fabián fue el último caso al que arribé. El libro tenía todo, aunque para mí -obsesivo insoportable- faltaba una historia representativa. Que reuniera todas las aristas de la problemática. El cambio en la producción y las prácticas laborales, la riqueza súbita derivada de la soja transgénica, el impacto sanitario, el mirar para otro lado de una población capaz de sacrificar su supervivencia a cambio de una camioneta 4x4. Fabián es, sufrió, sufre eso y mucho más. Como se lo escuché decir: es la sombra del éxito. Una víctima. Un padre, un hermano, un hijo. Un trabajador. Uno de nosotros. Cuando presenté el libro le dije que estamos unidos para siempre. Él y yo. De la mano. Lo vivo así y haber podido contar su historia es algo que me convirtió en una persona más digna. Me hizo mejor. Eso es algo que se lo deberé por esta vida.
¿Cómo surge la idea de tenerlo en la tapa del libro?
Fue de la mano de la potencia de su historia. Por supuesto que con Luis Mazzarello, editor de Envenenados, dudamos. Más cauto, él me planteaba exponer un campo con soja. Algo por el estilo. Poner a Fabián podía implicar que se nos tilde de amarillistas. Evaluamos, discutimos. En un momento corté camino y le dije a Luis algo así como El libro podrá venderse o no, quizás resulte refutado, quién sabe. Pero de esa tapa no se van a olvidar más. Todavía pienso eso. Conozco de cerca la reacción de aquellos que no quieren ver. La tapa con la imagen de Fabián al menos hará que veas una vez. Si después no lo querés aceptar, es tema de tu conciencia. O inteligencia. Pero un tajo de realidad te vas a llevar.
Tomasi es oriundo de Basabilbaso, provincia de Entre Ríos. ¿Qué repercusiones tuvo el libro en esa zona?
Como en todos los sitios a los que llegó Envenenados, la cuestión se dirime entre el apoyo incondicional y el rechazo más extremo. Lo bueno es que no resultó intrascendente. El libro hasta hoy suele mencionarse en la mayoría de los medios locales cada vez que surge algún caso de contaminación con agroquímicos. Y me ha permitido ganar amigos de fierro en esa provincia como Andrea Kloster, Rubén Bitz o Gonzalo Acosta. A partir de Envenenados, de Fabián, entablé con Entre Ríos una relación de amor profundo. La belleza de esa tierra, la riqueza ambiental que posee, me conmueven. Tanto, claro, como los esfuerzos de quienes se están ocupando de arruinar unas de las provincias más bellas de la Argentina. En Concordia, por ejemplo, se desarrolla Fruto de la Desgracia, mi segundo libro de investigación. Fui, lo presenté, y salí vivo. Ese, creo, es un indicio positivo de que lo que hago se valora.
¿Cómo llega la posibilidad de editar el libro con la Editorial Wu Wei?
Luis Mazzarello, dueño de Wu Wei, sólo editaba narrativa. Un día, charlando sobre las dificultades del mercado editorial, le dije como al pasar que se debía una apuesta por el periodismo de investigación. Mazzarello es un tipo curioso, muy abierto de cabeza, y que además también se interesa por los procesos sociales. La idea de Envenenados le encantó prácticamente desde el primer momento. Y apostó. Con fe y con dinero de su bolsillo. Le advertí que nos íbamos a meter en una campaña de batallas y se rió conmigo. Nos van a hacer pedazos, le comenté. Nos reímos más fuerte. Tiene comportamientos irracionales que lo acercan a mi grado de inconsciencia en determinadas situaciones. Terminé Envenenados porque él me lo iba a editar. Así de sencillo.
¿Con qué obstáculos te encontraste?
El obstáculo que quebró la difusión del libro, al menos desde el plano físico, fue la actitud de Galerna de retacear su distribución. En su momento denuncié que fue una decisión adrede por el vínculo que la compañía mantenía -quizás todavía lo sostenga- con determinados popes del kirchnerismo. Y el libro, que aborda específicamente el descalabro productivo y sanitario ocurrido sobre todo en los últimos diez años, por supuesto que deja muy mal parado a los gobiernos de Néstor y Cristina. En la escala de responsabilidades ellos están en primer lugar. Aunque le duela a la mitad más uno.
Hace unos días fuiste a San Salvador, Entre Ríos, junto al equipo de la versión italiana de CQC llamada Le Lene para realizar una investigación acerca de los casos de cáncer que se dan en esa ciudad y por lo que señalaste en internet fueron intimidados, ¿qué podes contar de esa experiencia?
Antes de mis vacaciones, en mayo, una productora de Le Iene me contactó debido a que en Italia hay un creciente interés y preocupación por la forma en que Argentina produce sus granos. Italia importa una copiosa cantidad de harina de soja como forraje para su cerdos y pollos. Enterados de experiencias científicas que prueban cómo los agroquímicos persisten en nuestros alimentos, me ubicaron por lo expuesto en Envenenados. Cómo consiguieron el libro, todavía no lo sé. Mandaron un equipo de periodistas y me contrataron para que haga la producción acá. Recorrimos puntos clave de contaminación y una de esas visitas incluyó San Salvador. Se trata de un pueblo que sigue siendo la capital nacional del arroz aunque ahora la soja pelea hectárea por hectárea ese predominio. Sendos estudios de las universidades de La Plata y Rosario, solicitados por la municipalidad local, comprobaron que se trata de uno de los sitios con mayor mortalidad por cáncer del país. Y que dicha enfermedad es provocada por la permanente contaminación con agroquímicos que sufre su población. Ya instalados en San Salvador, el primer día de acopio de testimonios y recorrida por los molinos arroceros fuimos interceptados por la policía. Según los agentes, teníamos pinta de cuatreros o algo así. Nos dijeron que un vecino preocupado, productor, les había informado de nuestros movimientos. Esto ocurrió un sábado. Cuando regresamos al hotel, la recepcionista nos informó que la Brigada de Investigación de Entre Ríos había estado en el lugar en nuestra ausencia. Y que se habían llevado todos nuestros datos. Al día siguiente, nos topamos con otro patrullero frente al alojamiento. Salimos al cruce de los policías y nos reconocieron el procedimiento de la jornada anterior. Tuvimos compañía de patrulleros hasta que nos fuimos del pueblo. Denuncié en redes sociales lo que sufrimos y luego salió el comisario en una radio local a responderme. En el cruce, el policía dijo que el problema estaba en que yo jamás fui a la comisaría a notificarlo de nuestros movimientos. Yo luego pregunté si se creía el sheriff de algún pueblo del oeste estadounidense. También recomendé libros de Sherlock Holmes para los investigadores de hoteles. Mis datos hoy están disponibles en la red, sin restricciones. Hasta he llegado a publicar mi celular en Facebook. La situación, el monitoreo permanente, fue desopilante.
Para las personas que desconocen del tema, ¿qué consecuencias trae la utilización de glifosato?
El año pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS), previa asistencia de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), determinó que hay evidencia de que el herbicida provoca esa enfermedad. En la previa, distintas experiencias científicas -una de las principales, hecha en la Argentina por el doctor Andrés Carrasco- también demostraron que posee efectos teratogénicos -provoca malformaciones-, además de permanecer largo tiempo en el ambiente manteniendo su naturaleza nociva. Que atraviesa la placenta. A nivel mundial existen al menos 480 trabajos rigurosos que prueban la peligrosidad del agroquímico más utilizado en la Argentina y buena parte del mundo. Lamentablemente, la dirección económica tomada hace ya dos décadas no hace más que negar esta evidencia. Los nombres políticos cambian pero la decisión de sostener este sistema de producción agrícola persiste. De hecho, la intención siempre es profundizarlo. El glifosato representa casi la mitad del total de plaguicidas que se aplican en nuestro país. Y hablamos del químico, en teoría, menos nocivo a los ojos de la industria. Si el más "benigno" causa cáncer y malformaciones, pensemos qué es lo que generan los demás. Los resultados están a la vista en el grueso de nuestros pueblos del interior: además de cáncer, proliferan las malformaciones, los niños con retraso, los abortos espontáneos. El glifosato fue creado por Monsanto en la década del 70 y esa multinacional controló la patente hasta el año 2000. Hoy incluso es desarrollado y comercializado por empresarios locales como Gustavo Grobocopatel.
¿Con qué se va a encontrar el que lea Envenenados?
Envenenados fue pensado a partir de mi propio acercamiento a la problemática. Apenas un periodista que comienza a hacerse preguntas acerca de un fenómeno oscuro que de pronto gana en visibilidad fuera de Buenos Aires. Una tragedia desconocida. El punto de partida es desentrañar de qué se está hablando. ¿Qué es la soja transgénica? ¿cómo surge? ¿de qué manera se produce? Y de ahí fue saltar a los productos que se utilizan. Al resto de los cultivos transgénicos como ocurre con el maíz y el algodón. ¿Quiénes articulan tamaño negocio? ¿cómo llega a imponerse ese monocultivo? ¿Qué dicen las investigaciones científicas? ¿Quiénes son las víctimas? En un principio todos fueron disparadores. Me propuse contar el génesis y la evolución de un modelo que incluso va más allá de una multinacional icónica como Monsanto. Desentrañar los vínculos entre el poder político y los actores económicos. Y sin querer toqué de lleno el nervio productivo tanto de Argentina como de América latina en general. Me propuse exponer un drama desde el mayor número de aristas posibles. No sé si lo conseguí, pero cuando veo la difusión del trabajo, la valoración que se hace de eso que escribí, comprendo que mi objetivo se cumplió. Y, lo que resulta más valioso para el modo en que me visualizo como persona, sin escatimar un sólo minuto de honestidad. Aunque eso moleste.
Actualmente los derechos de Envenenados volvieron a estar en tu poder, ¿estás pensando en reeditarlo debido al gran éxito de ventas? ¿Tuviste propuestas editoriales? ¿Vas a actualizarlo?
Sí, desde hace unas semanas tengo todo el contenido otra vez bajo mi control. Las posibilidades que se abren ahora son, si se quiere, impensadas. Estoy en diálogo para reeditarlo con otro sello. También me interesa ver qué puedo hacer con el material fronteras hacia afuera. Lamentablemente, a veces necesitamos que un crimen se conozca en el exterior para que quienes tienen que responder tomen nota en la Argentina. Si ese es el camino, bien, navegaré hacia otros puertos. Es muy probable que amplíe algunos aspectos del libro. Todo dependerá de las opciones que se abran. Hace mucho tomé conciencia de que Envenenados, más allá de tratarse de un libro, representa también un testimonio de mi compromiso. Habla de mi en tanto ser humano. No voy a ser yo quien resigne esa bandera. Haré lo que sea necesario para dar a conocer esto que ocurre y expuse en mi trabajo. Es mi granito en solidaridad con tantas personas que sufren. Un aporte que me hace sentir digno.
Fuiste el ideólogo y editor de la antología Paganos en la que 16 autores escriben sobre santos populares de la Argentina. ¿Cómo fue el proceso de selección de los autores y de los santos?
Bueno, Paganos iba a ser un libro de mi autoría. La idea de trabajar los cultos populares en clave de ficción me desveló un buen tiempo. El problema, claro, está en que me tomó lapsos extensos antes de ponerme a escribir. Por ende, el volumen probablemente se devoraría una década de mi vida. En un almuerzo con Nicolás Correa, Marcos Almada y Hernán Brignardello, propuse la idea de transformar mi proyecto personal en una antología. En ese momento los cuatro hablábamos de la creación de Alto Pogo, aunque después Correa y yo nos alejamos del proyecto. Quedó la intención de hacer de Paganos una de las primeras apuestas de ese sello en ciernes. Y brotó. Con Almada nos dividimos el trabajo: por un lado yo decidí qué santos incluir mientras que él acercó los nombres de los probables autores. Todo sujeto a evaluación, por supuesto. En mi caso, opté por una nómina de corte federal, con énfasis en incluir divinidades de distintos territorios de la Argentina. Sólo con el santoral gaucho podría haber hecho un par de libros, pero la diversidad primó ante todo. En cuanto a los autores, coincidimos en darle espacio a algunos autores inéditos y, en simultáneo, guardar lugar para aquellos publicados que encontramos valiosos para el proyecto. Almada gestionó la posibilidad de incluir ilustraciones. De esa forma se logró un material, creo yo, atípico. El libro agotó cada una de sus tiradas. Lo que nunca se agotará es el orgullo de haber pensado un trabajo que los autores luego, respectivos talentos mediante, transformaron en un libro de colección.
Publicaste el libro de cuentos Ninguno es feliz con la Editorial Alto Pogo, ¿de qué te nutrís para escribir las historias impactantes que aparecen en cada uno de los relatos?
Soy muy curioso. Y tengo ciertas aficiones, que van desde los procesos más violentos de la humanidad hasta la evolución de las serpientes. La ficción es sólo una más de las tantas cosas que me gusta leer. Una semana puede ser un paper científico sobre el efecto del cianuro en la actividad minera y a la siguiente una recopilación de crónicas sobre el genocidio camboyano. En el medio, por qué no chequear cómo se inventó la heroína -si es Bayer, no es bueno-. Todo eso me da un marco de significados que luego, al momento de escribir literatura, aparece solapado o no en determinados personajes. Después, por cuestiones de vida familiar, me ha tocado viajar mucho. Y mudarme más. He pasado hambre y frío. Conocí y sigo conociendo a mucha gente. ¿Sabés lo que uno aprende viajando a dedo? Y más cuando es por necesidad. Me acordé de un camionero que, en pleno viaje por la ruta 5, me explicó mil aspectos de los aviones de combate. Le pregunté cuántas veces había volado. Me dijo que ninguna, porque le tenía miedo a las alturas. Pero yo me bajé de ese 1114 con una explicación contundente respecto de las toberas del Sea Harrier inglés y cómo es que ese cazabombardero puede hacer un despegue vertical. Ese estar en el llano, acercarme al universo que representa cada persona, me dicta infinidad de líneas. Sumale que soy un tipo muy preguntón. De cualquier cosa. De la realidad al papel hay un camino muy breve y creo que eso se visualiza en Ninguno es Feliz. Después está el giro trágico que busca doblegarnos a todos en alguna instancia de la vida. Lo que hice fue darle espacio a esas instancias desesperadas, esos momentos en los que no hay adonde ir. Y la única apuesta que nos mantiene en pie es la de sobrevivir a como de lugar.
¿Por qué le pusiste ese nombre al libro?
No hay nada de proeza ni procedimiento mágico en el título. De hecho, creo que soy bastante malo en colocar etiquetas. Abrazo mucho la idea de que los libros de contenido denso deben apelar a un concepto, una única palabra, que lo comprenda todo. De ahí eso de Paganos o Galletitas, mi novela inédita. Algunos amigos tomaron esta idea, la de titular con una sola palabra, y cada vez que lanzan una novela, antología, o texto en general veo que les gustó mi planteo. En el caso de Ninguno es Feliz su editor, Marcos Almada, me pidió por chat un nombre para el libro. Le dije que no tenía idea cómo titularlo. Que me daba fiaca pensarlo. Al anterior le había puesto Nubes de Polvo Sopladas a Cañonazos. Con eso creí haber agotado hasta la disponibilidad de palabras. En un momento del intercambio le dije que lo único que tenía en claro era que ninguno de los relatos era feliz. Acto seguido, concluí la conversación sin darle más vueltas a la cuestión: Ponele Ninguno es Feliz. Y así quedó.
En los 11 cuentos que forman parte de la publicación de diversos temas pero una de las tantas cosas destacables son los personajes que aparecen en cada historia, la singularidad con la que escribís y ese aire provinciano que aparece por momentos en varios relatos. ¿Cómo empezás a delinear cada cuento? ¿Marcas una estructura? ¿Realizas algún tipo de análisis previo?
Según la historia, hago un trabajo de documentación previo. Los datos, las referencias me pueden. Si la acción transcurre en un determinado pueblo es muy probable que haga hasta lo imposible por encontrar un mapa del lugar. He llegado a los extremos de averiguar la mano de las calles. Si la acción transcurre en un auto que circula, por poner un ejemplo, en la avenida Villegas de Trenque Lauquen, en la provincia de Buenos Aires, en dirección al acceso de la ciudad, no podés girar a la izquierda para tomar Oro y estacionar en la iglesia. Tenés que doblar a la derecha, hacer al menos una cuadra, rotonda, y ahí sí, girar a la izquierda para poder meterte en Oro. Pero ojo como doblás porque la comisaría está a sólo 50 metros, sobre la calle Roca. Bueno, esos son aspectos que suelo tomar en cuenta. A veces lo llevo a extremos. Es difícil ubicar un mapa de calles de la ciudad de Tornquist, cerca de Bahía Blanca, con sus respectivas manos. Como conté antes, primero tengo que tener la historia en la cabeza. Prácticamente completa. Eso que creo que debo contar, lo que me conmueve, llega solo. Sin permiso. De pronto siento algo. Puede ser amor, rabia, desazón, esperanza, abandono. Escribo con el corazón en la mano. Luego elijo la locación. Una novela corta que estoy terminando transcurre en diferentes ciudades. Si hoy me soltás en Salto, Uruguay, calculo que puedo guiarte sin inconvenientes. Lo mismo en La Paz, Bolivia. Después, el aire de pueblo lo tengo incorporado. Es lo que me define y algo que me esfuerzo por no perder. Para mí, que viví en diferentes lugares, inmerso en mudanzas interminables, las raíces se han vuelto un factor clave tanto para mi evolución como persona como en lo referente a la escritura. La memoria es algo que ejercito a diario. No olvidarme.
¿Cuál es tu cuento preferido de ese libro y cuál es el que destacan los lectores?
Siento un cariño por todos, como es usual en cualquier escritor. Algunos me costaron más, otros fueron un grito. Voy a elegir El Loco Raúl porque ocurre en el pueblo que considero mi lugar en el mundo: Sierra de la Ventana. Ahí me crié y siempre quise poder armar una ficción que transcurra en los paisajes que me cobijaron tanto tiempo. Exponer un poco de nuestra idiosincrasia, porque después de todo nunca dejamos de tener los hábitos típicos de los pueblos de montañas. Esta cosa del qué dirán, el vecino que cae de la nada y se compra flor de casa. ¿Este vendrá escapado? Al mismo tiempo, la integración casi automática que se da con los recién llegados aunque jamás cesarán los comentarios. Los rótulos. En nuestros pueblos siempre sos alguien. Para bien o para mal. Necesitamos identificarte para identificarnos. Somos territoriales. A veces hoscos. Sumemos las tradiciones. Nada de mariconadas: a tirarse en la parte más profunda del río, desde la rama más elevada del árbol más alto, para caer justo donde está ese remolino que promete ahogarte. Sobreponerse a la naturaleza. Vencer a otro. Cazador, jamás recolector. Lo que no debe decirse. El Loco Raúl me demoró un buen tiempo porque intenté transmitir ese magma con la mayor exactitud posible. Todo esto atado a una historia de héroes. O todo lo contrario.
¿Qué posibilidades hay de ver una historia tuya en teatro o en cine?
Nunca surgió la posibilidad. Todavía. Creo en que hay cosas para las que estamos predestinados. Si no ocurrió hasta el momento por algo debe ser. Quizás más adelante. O nunca. Tampoco me preocupa. En cuestiones así me dejo sorprender por la vida. A ver qué pasa. Mi destino era, con suerte, el de empleado de estación de servicio en un pueblo de poco más de 900 habitantes. No le quito méritos a eso. Para nada. Pero acá estoy. Haciendo y defendiendo lo que me gusta, con perdón de los gerundios. Cuando miro para atrás veo que mi historia es una acumulación de oportunidades. Algunas heredadas del destino, otras producto de cabalgar el relámpago y jamás eludir la batalla. He caminado. Si surge la posibilidad daré el paso. Otra experiencia. Las posibilidades son el oxígeno que me mantiene con vida.
De tu viaje por el Amazonas habrás tenido infinidad de historias. Qué anécdotas podes contar? Tenés pensado ficcionar alguna historia?
La ficción es algo que todavía no evalué. Es todo tan reciente... Viajé al Amazonas en junio pasado. Es una travesía que me debía porque, bueno, la posibilidad de explorar es algo que quedó de mi infancia en Sierra de la Ventana. Pensá que sólo teníamos un canal de televisión que transmitía a partir de las 5 o 6 de la tarde. Y apenas si se podía ver los días que no había tormenta. Lo mismo ocurría con la radio. Las sierras lo interrumpían todo menos lo más importante de la vida: jugar. Mi niñez ocurrió entre excursiones a los montes, las sierras, los arroyos, con amigos que amo y celebro hasta el día de hoy. También tenía mucho tiempo para leer y ahí surgió la curiosidad por el mundo. Julio Verne, una influencia clave. Como sea, ahora se dio la posibilidad y no dudé. Navegué el Amazonas en un barco carguero desde Perú hasta Colombia. Y de ahí hasta mi base final en Manaos, Brasil. Dormí en hamacas, comí lo que tuve a mano. Conocí desde una ingeniera agrónoma fanática de Ráfaga hasta un biólogo que protege manatíes y teme por su vida cada vez que visita comunidades indígenas para tratar de convencerlos de que aflojen con la pesca de determinadas especies. De la borrachera con Sebastián y Julieta, hermanos argentinos, en un hotel de Manaos prefiero no hablar. Trabé amistad con Percy, un chofer de mototaxi de Iquitos, quien me alertó sobre el apetito sexual de la mujer amazónica. Y me hice un espacio para charlar sobre el cosmos con un chamán de la etnia uitoto en Leticia, Colombia. Visité su comunidad y de pasó aprendí a tirar con arco y cerbatana. El fin de los hombres está cerca, me alertó, y la batalla se está librando ahí mismo, en el Amazonas. Los buenos van a perder. Aprendí a temerle a la Madre Selva, la divinidad que extravía a los exploradores y también al candirú, el pez que se introduce en la uretra si orinás dentro del río. También que una sonrisa, el respeto por el lugar del otro, escuchar lo que las personas tienen para decir, te abre cualquier puerta en el mundo. Tenemos que escucharnos más. Tengo la suerte de ya conocer varios países pero, como me dijo Pierre, un amigo de Lima, el Amazonas marca un después en la vida de quienes lo navegan. Ahora recordé a Darío, mi guía yucuna en la selva colombiana. Me aseguró que uno no vuelve más de ese río. Como ocurre cuando te bañás en sus aguas y, dice la leyenda, un delfín rosado te pasa cerca: desaparecés. Creo que una parte muy importante de lo que soy se quedó para siempre a orillas del Amazonas. Y cada tanto me llama. Será cuestión de hacer caso y volver para el reencuentro.
¿En qué proyectos estas trabajando actualmente?
Ahora, en corrección de El Laboratorio, mi nuevo libro de investigación que se publicaría en octubre de este año. Un trabajo de más de dos años. El material ya estaba concluido pero surgió la posibilidad de sumarle algunos acontecimientos de última hora.
Después tengo una novela corta en su etapa final. Apenas un capítulo y ya estamos. Es una historia tragicómica vinculada al mundo de las riñas de gallos. Aunque tiene pasajes muy duros confieso que me divierte mucho escribirla. Para más adelante evalúo embarcarme en la aventura de iniciar una novela histórica. Tengo varias ideas y suficiente material de apoyo. Me seduce la idea de trabajar en un proyecto de varios años. Ir un poco a contramano de las publicaciones instantáneas de estos tiempos. Por ahí cuento con material suficiente para otro libro de cuentos. Será cuestión de definir prioridades. También está la investigación periodística. Cuando ese deber me llama, ahí estoy. Poniendo al servicio lo único que considero me sale más o menos bien: escribir. Dar testimonio.
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