El escritor Salvador Biedma habló con Entre Vidas acerca de su flamante novela Además, el tiempo publicada por Ediciones La Yunta, en la que el protagonista Manuel decide instalarse en el pueblo ficticio llamado Bahía Hermosa para realizar trabajos manuales.
El autor también es librero y uno de los dueños de Colastiné, una completa librería ubicada en el barrio de Belgrano en la que se pueden encontrar libros de infinidad de editoriales que van desde las más grandes a las más independientes. Biedma estuvo comentando los obstáculos que tuvo al momento de abrir la librería y el momento actual del país que complica al ascenso del rubro debido a las decisiones del gobierno.
¿Qué rituales tenes al momento previo a escribir?
En general, escribo al levantarme, después de tomar mate leyendo el diario. Me parece que es un momento en que uno tiene la cabeza más despejada, por decirlo de algún modo, y leer noticias ayuda a evitar ciertos giros enrevesados en la escritura.
¿Con qué frecuencia escribís?
Si estoy escribiendo una novela, todos los días, aunque sea media hora. Se precisa cierta regularidad o, por lo menos, yo la necesito. Y soy bastante “lineal”, no es que escriba fragmentos o capítulos sueltos y después los una. Si es poesía o microrrelato, resulta bastante más azaroso, pero suele ocurrir que salgan varios poemas o microrrelatos juntos (incluso series, más o menos largas), como si uno estuviese en cierta sintonía o hubiese abierto una puerta. Después, puedo pasar meses sin escribir.
¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela Además, el tiempo?
Tenía la idea de escribir una novela que transcurriese en un pueblo de la provincia de Buenos Aires y ya varias cosas delineadas, pero todo adquirió algún “orden” o se hizo más concreto con la imagen que empieza el libro: el flaco que llega de otro lugar, en medio de la noche, golpea las manos para anunciarse en una casa y sale una mujer a recibirlo.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
Hubo varios títulos posibles en danza. Terminó cerrándome una frase que no tiene que ver estrictamente con la novela, que tal vez queda medio renga, que podría ser un fragmento de algo mayor. Me parecía importante, en una novelita en la cual el espacio está muy presente (ya desde los epígrafes), remarcar que también está el tiempo. E implica una suerte de broma para mí porque el tiempo nunca está “además”, sino que es la base de todo.
¿Por qué decidiste situar la historia en el pueblo ficticio Bahía Hermosa?
Quería que fuese en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Había hablado un par de veces con Manuel Moretti, el cantante de Estelares, de que no hay demasiadas novelas con escenarios así, en comparación, por ejemplo, con todos los libros semi-rurales de escritores estadounidenses. Creo que esas charlas me impulsaron a escribir algo con ese paisaje, cosa que tenía en mente, pero me parecía difícil. Y entonces había que decidir entre tomar un lugar “real”, que obliga a que las cosas sean de un modo y que a mí o a cualquier lector nos planteaba ya una referencia concreta, o poder jugar y mezclar cosas que muchas veces se repiten en pueblos o pequeñas ciudades bonaerenses.
¿Cómo trabajaste la construcción del personaje de Manuel?
Es un pibe de veintitrés años, ya bastante adulto para algunas cosas, medio quedado en otras, que decidió irse de la ciudad de Buenos Aires, del ámbito de la facultad y demás para recorrer la provincia haciendo trabajos manuales. En algún punto, ese recorrido va al revés de lo que suele pensarse como “progreso”. A la vez, Manuel publicó libros que apenas circularon y resulta que encuentra en Bahía Hermosa a gente que los leyó. Muchos aspectos del personaje están dados por lo que necesitaba la trama: él llega ahí porque lo convocaron para que arreglara una máquina, pero el tiempo va pasando y, por una cosa u otra, no llega el momento de que le expliquen bien cuál sería su trabajo. En ese contexto, Manuel no toma ninguna decisión demasiado firme; más bien, se deja estar y permite que otros decidan por él.
¿El haberte criado en Castelli te sirvió para poder desarrollar la historia dentro de un ambiente rural?
Sí, desde ya. Me crié entre Castelli y Buenos Aires y hay algo de esa ambivalencia, de estar entre dos lugares y no ser del todo de ninguno, que tiene una significación para mí, un peso en mi cabeza. A la vez, aparecen descripciones o detalles que están tomados vagamente de recuerdos; por ejemplo, para el viaje en camioneta a un velorio tuve en cuenta recuerdos de dos o tres viajes, los mezclé, los cambié. Y supongo que algo de conocer esos lugares de pibe ayuda a dar verosimilitud. Varias personas me comentaron que, al leer la novelita, recordaron su infancia en tal o cual localidad, eso me parece llamativo y está buenísimo.
¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con Ediciones La Yunta?
Había presentado Además, el tiempo en cuatro concursos. En ninguno quedó finalista ni nada, pero, antes de presentarla cada vez, hubo un proceso de corrección creo que importante. Yo estuve relativamente cerca de La Yunta desde el inicio porque uno de los editores es Andrés Allegroni, mi profesor de literatura del secundario, el primero que me dio taller literario, con quien quedó siempre un vínculo de amistad. De hecho, les recomendé, antes de que salieran los primeros títulos, que no encararan la distribución ellos, sino que trabajaran con una distribuidora. Era una opción cercana, los libros me parecían muy lindos, la apuesta de La Yunta me resultaba atractiva y sabía que, si a Andrés no le gustaba mi novelita, me iba a decir que no. Por suerte, le gustó.
Sos uno de los dueños de la librería Colastiné. ¿Cómo ves la situación actual de las librerías?
Es un tema súper amplio. Estamos atravesando una gran crisis económica a raíz de decisiones del gobierno actual y a todos los comercios se les hace cuesta arriba. En ese contexto, muchas cosas del sector de los libros todavía no se terminan de acomodar: la reapertura de las importaciones, por ejemplo, va repercutiendo de a poco, tal vez con más contras que pros. Siguen surgiendo en forma constante editoriales chicas que, en más de un caso, logran exhibición incluso en las grandes cadenas de librerías. El mercado del libro es complejo, todas las partes involucradas se quedan con un margen pequeño, la distribución –en un país con un territorio tan grande– está entre los grandes temas… Puedo decir que, desde el día que abrimos, mucha gente se acercó a Colastiné diciendo “qué bueno, una librería con libreros que conocen…”. Y, en realidad, si bien Alejandro había trabajado un tiempo, hace años, en una cadena de librerías y yo venía de otras áreas del mundo editorial, estábamos empezando (todavía estamos en eso) y la mayoría de los que afirmaban que “conocíamos” no sabían si habíamos leído siquiera tres libros o si podíamos entender un negocio de esta clase. Vamos aprendiendo y siempre es muchísimo más lo que falta o lo que uno ignora que cualquier otra cosa.
¿Con qué obstáculos se encontraron al momento de poner la librería?
El principal, sin duda, la crisis económica que atraviesa el país. Encaramos el proyecto sin saber los resultados de las elecciones. Después de meses y meses de charlas, averiguaciones, búsqueda de un local, la carpintería, obra y toda la “previa”, abrimos en noviembre de 2015. En 2016 hubo meses en los que llegamos a preguntarnos si podríamos mantener la librería en funcionamiento. Por suerte, pudimos. Después, hay obstáculos pequeños todos los días. Si querés traer libros de Rosario, de Jujuy o de Chile, por ejemplo, el costo de envío es un problema (los márgenes de ganancia de por sí son bastante más bajos que en casi todos los rubros) y muchas veces uno termina dependiendo de la buena voluntad de algún amigo que viaje. En líneas generales, fueron muchas más las cosas a favor que en contra. Aparte, estamos en un gremio muy chico en el que abunda gente valiosa que trata de darle una mano al que está iniciando un proyecto.
En Colastiné se pueden encontrar libros de editoriales grandes pero también de editoriales chicas o independientes. ¿Cómo definen con qué editoriales van a trabajar?
No siempre es igual. Desde antes de abrir, queríamos tener los libros de Caballo Negro (de Córdoba), por ejemplo, o de Baltasara (de Rosario) o de la editorial de la Universidad de Entre Ríos o de Mulita (de Chaco). También de editoriales de Chile, Perú, Uruguay, Bolivia… Tratamos de tener la oferta más amplia. Y, por ejemplo, estar atentos a las editoriales que aparecen. En cuanto nos enteramos de que iba a surgir Rosa Iceberg, que aún no sacó sus primeros libros, nos pusimos en contacto y, según nos comentaron entonces, fuimos los primeros. Así, hay editoriales que nos dieron su remito número 1 y eso también genera otra clase de vínculo. La elección a veces tiene que ver con gustos personales o con gente que uno conoce o con una propuesta que nos parece distinta o con algún libro que nos piden mucho o con una temática específica que está bueno tener porque cada tanto aparece algún interesado. Y, aparte, con la oferta: distribuidoras o editoriales que se acercan, en muchos casos chicas, pero también medianas o grandes.
Sos de postear en Facebook distintas situaciones que ocurren en tu librería. ¿Tenés pensando escribir un libro con anécdotas?
No. Se dan situaciones que a veces surge contar, compartir, pero son para Facebook nomás. Lo mismo que cualquiera puede contar algo que pase en la calle o en el subte. No hay ninguna intención oculta. En realidad, yo iba contando cosas así en un chat con amigos y Cristian Godoy un día me dijo: “Publicá esto en tu muro”. Y estuvo bueno lo que surgió. A veces se genera algo raro. Por ejemplo, hace poco vino alguien a quien conocía por Facebook y me dijo dos, tres veces, con cierta insistencia: “Ya veo que vas a publicar: Hoy vino a la librería…”.
¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Pueblo, de Julia Magistratti, es un libro de poesía que me gustó muchísimo. La antología Poetas japonesas, a cargo de Laura Crespi, sigue un criterio que permite, en pocas páginas, leer estilos variados y muy contundentes. Gracias a la editorial peruana Lustra, que lo está reeditando, leí poemas de Jorge Eduardo Eielson; creo que no se consiguen sus libros en Argentina, pero se pueden rastrear textos suyos en internet. La luz mala dentro de mí, de Mariano Quirós, escritor chaqueño que ahora vive en Buenos Aires y desde hace rato viene ganando premios sin parar; tenía muchas ganas de leer un libro de cuentos de él. Un pequeño militante del PO y Santiago, libros de cuentos súper interesantes de María Lobo, una autora tucumana. Los Cuadernos norteamericanos de Hawthorne, que reeditó hace unos meses La Compañía (la editorial arrancó ahora una nueva etapa, con otros dueños, después de un largo parate).
¿En qué proyecto estas trabajando actualmente?
Por un lado, estoy revisando-corrigiendo una traducción que hizo Eduardo Berti, un trabajo enorme suyo que demorará tres años en total y que saldrá en España; trabajar con Eduardo siempre es un lujo. Por otro lado, estoy traduciendo a una poeta brasileña. Y, a la vez, estoy terminando una vuelta de corrección de una novelita nueva que espero mandar en estos días a editoriales, a ver si gusta e interesa. Y tengo una serie de poemas que, con algo de suerte, tal vez terminen formando un libro.
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