lunes, 25 de junio de 2018

Acheli Panza: “A mí me gustan las historias de desamor”






La escritora Acheli Panza habló con Entre Vidas acerca de su libro de cuentos Santoral publicado por la editorial Blatt & Ríos y de sus nuevos proyectos entre los que se encuentra la corrección de una novela corta.



¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Lo único que hago cuando quiero escribir es cerrar la puerta con llave para que no me interrumpan. Tengo una habitación pequeña que da al balcón, es luminosa y me gusta mirara para afuera, aunque no llamaría un ritual a eso sino más bien un acto de preservación. Eso es en lo que se refiere a la acción, después lo que me ocurre es que necesito mucho tiempo para pensar, nada sofisticado, pensar en cualquier cosa, distraerme y por ahí después de eso empiezo a conectar con la escritura. Aunque últimamente aun cumpliendo con ese tiempo no me es fácil conectar con la escritura.

¿Con qué frecuencia escribís?
Este último tiempo estoy escribiendo muy poco, no tengo una frecuencia. Si trato de leer con frecuencia porque hago un taller de lectura que me encanta y me estimula mucho.

¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro Santoral?
La selección la pensamos con Mariano y con Damián. En ese momento yo estaba en un taller de escritura con Damián y trabajaba semanalmente  la escritura de los cuentos, es decir; estaba en contacto con ellos y lo fuimos hablando todo. Damián y Mariano tiene mucho criterio de editores,  yo me deje guiar por ellos y eso fue una gran satisfacción.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Santoral fue un cuento que escribí antes de la historia que está en el libro, fue un cuento antecesor y necesario para que esa historia surgiera y  me dio el título. A Damián enseguida le pareció que era lindo ese título y a mí también.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
De todo aquello que me conmueve, puede ser algo que leí en el diario o algo que me contaron o un sueño o el recuerdo deformado de una historia,  y cuando estoy escribiendo y enganchada con lo que escribo, todo lo que me pasa, leo, escucho y veo,  puede ser algo que me sirva.

¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
“Andresito” es el cuento que más quiero del libro y creo que en general coincide con los comentarios que he recibido.

¿Cómo surgió la posibilidad de publicar el libro con la editorial Blatt & Ríos?
Fue porque ellos conocían mis cuentos ya que todos los escribí y corregí estando en el taller de Damián. Fue un gran privilegio para mí poder trabajar mis cuentos con Damián Ríos, creo que no hubiese escrito si no fuera por su maravillosa influencia.

¿De qué tema todavía no escribiste y te gustaría hacerlo pronto?
No se me ocurre algo puntual. Pienso en pequeñas historias que me gustaría contar. A mí me gustan las historias de desamor, el desamor de todos los días, la comodidad, la resignación, la desconfianza, la  tristeza como una forma de vivir, estar acostumbrado a estar mal. Son los temas que me interesan.

¿Qué libros o autores recomendarías?
Todos los libros de poesía que se puedan leer. La poesía siempre da respuesta a todo.  También soy muy curiosa con las lecturas, me interesa los libros nuevos que salen de autores argentinos y latinoamericanos.  He leído novelas y libros de cuentos que he disfrutado muchísimo. Por dar un ejemplo; hace poco conocí a Andrea Jeftanovic, es una gran escritora chilena y su libro “No aceptes caramelos de extraños” es excelente.  Hay que estar atentos a las recomendaciones de los que saben y tratar de leer todo lo que nos interese o llame la atención.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy corrigiendo una novela corta. Hace mucho, años, que estoy corrigiendo y siempre pienso que puedo cambiar la historia, mejorarla. Me falta muy poco, pero me está costando muchísimo cerrar este proyecto.



Enzo Maqueira: “Me gustan los libros que te dejan con ganas de más”






El escritor Enzo Maqueira vuelve a sacar una novela luego de la exitosa Electrónica. En este caso, cuenta la historia de un hombre que huye de Buenos Aires y de una relación enfermiza en su libro Hágase usted mismo publicado por Tusquets Editores. Además, señaló que una lectora dijo que el libro es “curioso y atrevido” y él considera que es una buena manera de calificarlo.



¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
A veces necesito música, a veces no; a veces una cerveza, casi siempre un porro. Prefiero la noche, aunque escribir a la mañana me suele dejar más tranquilo el resto del día. No me obligo a escribir una determinada cantidad de horas o de páginas. Escribo hasta que me canso, y suelo cansarme rápido. Salgo, doy vueltas, hago otras cosas, más tarde sigo escribiendo.

¿Con qué frecuencia escribís?
Depende la época. Puedo escribir todos los días, todo el tiempo, o pasar largos periodos escribiendo muy poco o nada. No me preocupa, siempre y cuando sepa qué voy a escribir cuando por fin me siente a hacerlo.

¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela Hágase usted mismo?
No hubo una imagen sino un viaje. Como en el caso del protagonista de la novela, viajé a la casa donde pasé los veranos de mi infancia, me encontré solo, lleno de recuerdos, y me pareció que todo eso era un buen disparador para imaginar una historia.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
Una vez, un hombre en Nueva York me dijo una frase que me quedó marcada: “Man up!” Pensé que era un gran título, pero sobre todo un gran concepto. Lo fui adaptando al español (la traducción sería “Hacete hombre”, pero ya había un libro con ese título) y lo mezclé con la fascinación que me había producido el título “Haga caminar al cadáver”, de James Hadley Chase, la primera novela para adultos que me compré cuando tenía 12 años. O no sé si lo mezclé, pero me resuena de esa manera. Tiene algo de sugestivo, algo de autoayuda, interpela al lector. Me pareció un título elegante y seductor.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con Tusquets Editores?
Conozco a la gente que trabaja en Tusquets hace varios años, pero hasta ahora nunca se había dado la posibilidad de publicar con ellos. Después de la buena repercusión que tuvo mi novela anterior, me preguntaron si tenía algo y por fin pudimos encontrarnos. Fue una alegría, porque hace muchos años había tenido un rechazo en esa editorial, uno de esos que duelen cuando uno está empezando, pero que son absolutamente necesarios para tener una dimensión real del lugar en donde se está parado.

Para el que todavía no leyó la novela, ¿con qué se va a encontrar?
Hoy una lectora dijo que era un libro “curioso y atrevido”. Creo que es una buena manera de calificarlo. Cuenta la historia de un hombre que huye de Buenos Aires, de una relación enfermiza que termina en desastre, de su propia mediocridad y de sus temores. Va en busca del paraíso perdido de la infancia, intenta convertirse en director de cine, pero no puede escapar de sí mismo.

¿Qué repercusiones tuviste respecto de los lectores de la novela?
Muchos se sorprendieron. Esperaban una novela sobre drogas y fiesta y se encontraron con una historia totalmente distinta, con otra respiración, otras búsquedas, y esa sorpresa inicial se convirtió en disfrute. El libro salió hace muy poco y se abre paso en públicos distintos a los que me conocían hasta hoy. El comentario más repetido fue que es una novela que se lee de un tirón, que no te suelta, y que provoca emociones fuertes. Está bueno, porque es exactamente lo que buscaba. Me gustan los libros que te dejan con ganas de más.

¿De qué tema que todavía no escribiste tenés pensado hacerlo próximamente?
La figura del padre. Es un tema muy visitado en la literatura y eje de cualquier vida, pero hasta ahora, de forma inconsciente, parezco haberlo evitado. En mis novelas no hay padres o están postrados o ausentes. Es una deuda pendiente y ya estoy empezando algo que va por ese lado.

¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
Ser parte de un movimiento en expansión, comprometido con su tiempo, solidario con sus pares, que luche por sus derechos y haga un aporte real al pensamiento, la reflexión, el asombro o lo que sea que necesite una sociedad amenazada por el pensamiento vacío de los medios de comunicación, los discursos homogéneos y la voracidad del consumo. En una comunidad inmersa en la fase de aceleración del capitalismo, la literatura y el arte en general tiene mucho que decir, mucho que hacer y provocar, tanto en las obras como por fuera.

¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Stoner, de John Williams; los Cuentos reunidos de Liliana Heker; La muertita o la novela que, de Susana Szwarc. Y siempre recomiendo a Sara Gallardo y a Elvira Orphée: Eisejuaz, Enero y Dos vera nos, por nombrar sólo algunos de sus libros imprescindibles.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Tengo varios proyectos en distintas etapas. Estoy terminando una novela, empezando otras dos y a punto de consagrar un semestre de 2018 a un libro de crónicas y ensayos sobre los nuevos modos en que se disfrutan las sexualidades antes perseguidas, cómo se desdibujan los límites entre “homo” y “hétero”, qué tan lejos estamos de un mundo pansexual.




Debret Viana: “Deslinde fue un texto feliz porque pudo soportar todos los desvíos que se me aparecían”




El escritor Debret Viana publicó el libro Deslinde a través de la editorial Hojas del Sur y señaló que el nombre de la novela se dio porque esa palabra la escuchó en una canción de Spinetta. Además, señaló que el protagonista no solo acaba de separarse de M., una actriz diabólica, sino que empieza a separarse de la razón, de sus certezas hasta de sí mismo.




¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Solía tener muchos, en una época más ingenua y más romántica. Pero no quedó nada de todo eso. Creía que era necesaria la noche para escribir cuando todo estuviese silenciado, o la absenta para inventar demonios que no me visitaban. Ahora me basta una mesa, tiempo y soledad. Hay adyacencias que pueden colaborar: el café, la cercanía de mi biblioteca, el bullicio de un bar. Pero nada me es necesario salvo lo indispensable. Fui un escritor de bares y ahora soy un escritor de balcones. No tengo idea qué seré después, pero supongo que voy a seguir escribiendo, y que mi circunstancia se adaptará a eso. En todo caso, sí puedo confirmar que si estoy escribiendo en un bar, y un enano pasa caminando por la calle, ya sé que esa tarde forjaré alguna página sublime.

¿Con qué frecuencia escribís?
Siempre. Mal o bien, poco o mucho, en vano o encausado, no pasa día en que no escriba. Escribir es mi manera de pensar, y, como decía Pessoa, mi manera de estar solo. No sé cómo no escribir. Pero sí es cierto que son pocos los días en que logro sentarme a escribir, en que logro hallar las dos o tres horas pertinentes para trabajar la escritura y dejar que el mundo no exista por un rato.

¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela Deslinde?
Si tuviese que hallar una sola imagen pura, diría que debe tener algo que ver con la concepción del amor como algo esencialmente solitario, algo que se hace de a uno, en el imaginario, y en sociedad con los espectros. Deslinde fue mi manera de explorar la vincularidad contemporánea y de hiperbolizar el tejido fantasmático a través del cual vemos al otro.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
Por culpa de Spinetta. Cuando escuché esa palabra en una canción de Spinetta, se quedó conmigo, rondando, anidada entre mis cosas. El texto ocurrió más tarde, pero estuvo imbricado a su nombre desde el principio, a pesar de que todo el mundo me aconsejó que lo cambiase: lo intenté, pero no pude. Deslinde remite al momento en que dos cosas que estaban juntas comienzan a ir por sendas diferentes. Y el protagonista no solo acaba de separarse de M., una actriz diabólica, sino que empieza a separarse de la razón, de sus certezas, de sí mismo.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con la editorial Hojas del Sur?
No lo sé del todo. Andrés Mego, el genio, gurú y CEO de Hojas del Sur, me escribió. Me dijo que estaba interesado en leer algo mío, y yo justo había terminado Deslinde. Andrés tiene un talento natural para hallar textos, y es un cazador incansable de futuros libros, cuando no está de safari por el congo belga. No sé qué lo llevó a sospechar que publicar Deslinde podía ser una buena idea.

Para el que todavía no leyó la novela, ¿con qué se va a encontrar?
Cada lectura es una magia singular. Es poco lo que yo puedo decir: estuve tan cerca de ese texto, durante tanto tiempo, que se me hace nebuloso y esquivo. Pero en todo caso podría decir que es un texto que ansía trazar un viaje singular, e ir por donde la narrativa local no está yendo. Es una novela de amor, y un tratado sobre el amor, pero más que nada versa sobre la experiencia delirante del otro: de cómo el otro es múltiple, irreductible y, en suma, literario, porque el amor no existe, y como no existe hay que inventarlo, y lo inventamos con lo que tenemos a mano: fábulas e historias, residuos de narraciones que se cristalizaron en nosotros mientras no nos dábamos cuenta. Y si digo que Deslinde trata sobre esto, sobre el amor, no lo digo porque crea que llegué a saber algo, sino por lo contrario, porque no tengo idea, porque escribir es para mí recorrer y prolongar un enigma, pero jamás intentar resolverlo. Escribir para comunicar un conocimiento me resulta tedioso. Escribir es para mí no  un procedimiento diurno, sino explorativo: una búsqueda por la búsqueda, sin el afán de certezas.
Entonces, ¿qué se van a encontrar? No sé. Una novela fragmentaria, con muchos géneros y muchas inquietudes. Y, si tengo suerte, con una voz que le hable al lector a la cara.

¿Qué repercusiones tuviste respecto de los lectores de la novela?
Asombrosamente, muy buenas repercusiones. No deja de maravillarme que alguien se tome el trabajo de leer lo que escribí en soledad y silencio durante años. Es una magia rarísima. En la escritura el mundo desaparece. Lo que se erige en su lugar es algo que no queda del todo claro, pero que la mayoría de las veces va a ninguna parte. Por eso poder escuchar o leer la perspectiva de un lector, y ver cómo fue que él completó a su modo el texto es un privilegio peculiar. Sobre todo porque Deslinde no tiene un final exacto, y me fascina entrever la historia que cada lector diseña para encausar todas las tramas que conviven.

¿Qué cambio en vos como escritor entre tu libro de cuentos Menos, tu nouvelle Otro y tu novela Deslinde?
Supongo que estoy más viejo. Y mi vínculo con el lenguaje es un poco menos insensato, o al menos es un caos más legible y más sereno. Por lo tanto, creo que Deslinde es menos barroca, menos innecesariamente lírica y tiene menos firuletes inconducentes que las anteriores. Pero continúa la senda tramada por los textos previos, y marca que todavía resta mucho por trabajar. Además, tengo más panza que en aquellos primeros libros. Pero es una panza voluntaria: una panza de escritor. Me la dejé crecer para que me tomen en serio.

¿Con qué género te sentís más cómodo?
Me siento en casa en la escritura. Y si tuviese que optar por un género, me inclinaría por el no-género. Prefiero jugar, erigir géneros y traicionarlos. No estoy cómodo en la previsibilidad. Deslinde fue un texto feliz porque pudo soportar todos los desvíos que se me aparecían.

¿De qué tema que todavía no escribiste tenés pensado hacerlo próximamente?
Estoy escribiendo mi primera novela policial con lógica de western mezclado con superhéroes. Y una novela de ciencia ficción. Los temas son excusas. Cuando la forma literaria ocurre, vaya a saber uno de dónde, no hay tema indigno de ser explorado.

¿Tenés pensado escribir algún libro con tus anécdotas como librero?
No por el momento. Ya escribió uno Luis Mey, y es excelente. Mi actividad como librero es diaria, y la disfruto mucho. El libro sería, en todo caso, la conclusión de una etapa que no me gustaría concluir todavía.

¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
Mi ideal es generar confusión, sembrar la discordia, provocar trifulcas absurdas  y ser recordado como un sex symbol con rulos.

¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Oh, tantos. El último libro de cuentos de Mariana Travacio, “Cenizas del carnaval”, me pareció precioso. “La ilusión de los mamíferos”, de Julián Lopez, es exquisito. “La china Iron”, de Cabezón Cámara es tan bello y potente y como necesario. “El cuaderno tachado”, de Giacobone, me encantó. Me reí muchísimo con el último de Katchjadian. Y los últimos de Aira, “El gran misterio”, editado por Blatt y Ríos, y el libro de ensayos que salió por Random House, dos piezas brillantes. “Historias de nuestros perros”, del uruguayo Acevedo Kanopa, un gran libro de cuentos. También estuve leyendo mucho a Consiglio, no puedo dejar de recomendarlo muchísimo.
De los no locales, el último de Sam Shepard “Yo por dentro” es una delicia. Y el de Quignard, “Sobre el amor”, me dio un bife letal. Me pasé el último domingo junto al alucinante “Recuerdos de un instante”, una biografía perfecta sobre Nick Drake editada por Malpaso.
Leí también con sumo placer un par de inéditos que se vienen a fines de este año y a principios del que viene, como la nueva novela de Francisco Moulia, y “Los Ramones”, de Alejandro Agresti.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
La existencia es un proyecto inútil, por eso trato de distraerme haciendo muchas cosas. De momento, estoy trabajando en una antología de cuento breve para Hojas del Sur, en el regreso de Ficticios a la radio, y en tres novelas, y un libro de mini biografías de enanos célebres de la historia. En mi tiempo libre, secuestro gansos del parque centenario y pido rescate por ellos al gobierno de la ciudad, aunque no lo hago por dinero, sino por deporte.




Horacio Convertini: “No hay día franco en la literatura”





El escritor Horacio Convertini habló con Entre Vidas acerca de su novela Los que duermen en el polvo publicada por Alfaguara en la que cuenta una historia de zombis en una Argentina apocalíptica. Además, adelantó que está terminando los últimos ajustes de su próximo libro.




¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Pocos. Casi siempre escribo a la mañana, con un café a mano. Las veces que lo hago de noche, no son muchas, trato de que a mano haya un whisky. Me gusta trabajar en los momentos en que la casa está tranquila, cuando el resto de mi familia duerme o se ha ido. No quiero que nadie escuche si tengo que leer un párrafo en voz alta. Nada de música porque me distrae.

¿Con qué frecuencia escribís?
Trato de tener todos los días una actividad relacionada con la escritura. Ya sea escribir, corregir, releer o pensar escenas de un texto en proceso. No hay día franco en la literatura.

¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela Los que duermen en el polvo?
No hubo una imagen puntual. Fueron muchas que, por acumulación, fueron construyendo el deseo, casi la necesidad, de escribir esta novela: algunos paisajes post apocalípticos de la Pompeya de hoy en día, la vez en que un amigo del barrio me habló de los zombis (usó ese término) que vagaban por las calles a la madrugada y la sensación de país perdido que me contagian ciertos escenarios de Buenos Aires.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre, que es una frase de  uno de los personajes principales de la novela?
El título original con el que empecé a trabajar la novela era "Cielo perdido", en alusión al tango "Sur". Pero a nadie le gustaba. A nadie. Tampoco le gustó a la editora. Y me rendí a la unanimidad. Buscando uno nuevo, encontré esa frase bíblica que dice Kadijevich y me decidí: listo, no busco más, el título está acá.

¿Cómo fue el proceso de escritura de una historia de zombis y con una Argentina apocalíptica?
Me gustó cruzar los tópicos del género zombi con las cuestiones criollas de todos los tiempos: la corrupción, la inestabilidad política, la búsqueda individual del poder aún en las condiciones más extremas, la violencia de género, la viveza porteña, la exclusión de una parte de la sociedad. Fue un proceso placentero y que fluyó con naturalidad: nunca sentí que forzaba la marcha. La idea era que el horror (encarnado por la amenaza de unos bichos hambrientos) pudiera ser el telón de fondo de conflictos más cercanos y que también se producen en contextos que llamaríamos normales.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con Alfaguara?
Yo acababa de publicar en la Argentina "New Pompey" y le presenté el manuscrito de "Los que duermen en el polvo" a Ana Laura Pérez, editora de Penguin Random House. Un par de meses después me llamó para decirme que el texto le había gustado mucho y que lo iban a publicar.

Para el que todavía no leyó la novela, ¿con qué se va a encontrar?
Se va a encontrar con una historia postapocalíptica que transcurre en escenarios reconocibles de nuestros días, una trama de género policial y, por sobre todas las cosas, un drama amoroso, porque creo que el eje de la novela es la relación de Jorge, el narrador, con Erica, su esposa.

¿Qué repercusiones tuviste respecto de los lectores de la novela?
Las repercusiones fueron muy buenas, tanto de lectores como de críticos. La novela es ahora candidata al premio Celsius a mejor novela de ciencia ficción de habla hispana que entrega la Semana Negra de Gijón, por lo que también empezó un circuito de lecturas allá, y estoy recogiendo comentarios que entusiasman.

¿De qué tema que todavía no escribiste tenés pensado hacerlo próximamente?
Tengo tres proyectos en carpeta: dos muy avanzados, casi cerrados, y otro en ciernes. No me da la cabeza para pensar en un cuarto proyecto.

¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
"La ilusión de los mamíferos", de Julián López, una joya. "Hágase usted mismo", de Enzo Maqueira. "Lila", de Gonzalo Unamuno. "Construcción de la mentira", de Gonzalo Heredia. "Pequeño país", de Gael Faye. "Nadie necesita otra novela", de Laura Massolo. "República luminosa", de Andrés Barba.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy terminando los últimos ajustes de mi próximo libro: habla de las vidas invisibles de las personas, de las facetas que ocultamos aun a los ojos de nuestros seres más queridos tal vez porque nos definen mejor que nada.




lunes, 18 de junio de 2018

Pablo Hernán Di Marco: “Me gustaría escribir algo autobiográfico”





El escritor Pablo Hernán Di Marco habló con Entre Vidas acerca de su novela Tríptico del desamparo que se publicará en agosto por una editorial argentina y además, contó acerca de su espacio Un café en Buenos Aires como corresponsal de la revista de Colombia llamada Libros&Letras.




¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Los rituales son un lujo que no me puedo dar. Escribo cuándo y dónde puedo. En bares ruidosos, en casa muy tarde a la noche, e incluso en subtes reventados de gente. Me causan gracia los escritores que cuelgan en redes sociales fotos de cuando escriben en lindas computadoras, de fondo una súper biblioteca, y junto al teclado un malbec o un gato dormido. Lo mío es menos coreográfico.

¿Con qué frecuencia escribís?
Si hablamos de escribir novelas, depende de en qué momento me encuentre. Puedo escribir todos los días por varias horas, y también puedo pasar meses enteros sin escribir ni una palabra.

¿Cómo fue la experiencia de ganar la Bienal Internacional de Novela en Colombia con tu novela Tríptico del desamparo?
Estuvo genial. Ese premio me dio la posibilidad de publicar, viajar tres veces a Colombia, y sobre todo ganar un montón de amigos con los que tengo contacto diario. Andrés me manda desde Bogotá su último libro, David me regala café de Antioquia, Adriana me muestra fotos de su reciente viaje a Medellín, Jerónimo me comenta algo en relación a las próximas elecciones de Colombia, Teresa me pregunta cuándo vuelvo  a Neiva… Estos afectos resultaron lo mejor del premio. Porque todo lo que tenga que ver con los aplausos, el diploma y la plata, ya sabemos que puede llegar a ser divertido, pero se evapora muy rápido. 

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
En mi caso los títulos tienen mucho de caprichoso primer impulso. El título de esa novela tiene que ver con un pasaje relevante que ocurre ante un viejo tríptico de espejos.

Para el que no leyó la novela, ¿qué podrías contar de ella? 
Tríptico del desamparo gira en torno al deslumbramiento de una mujer de más de sesenta años por un pibe de veinte. Pero vos sabés cómo funcionan estas cosas, Mauro: a veces la temática de una novela es apenas la excusa que uno elije para hablar de otra cosa. Y mejor que esa “otra cosa” la descubra el lector por su cuenta.

¿Estás próximo a publicar algo en la Argentina? ¿Podrás adelantar algo? 
Tras dar vueltas por Colombia y España, Tríptico del desamparo se publicará en Argentina en agosto. No me gusta hablar antes que la editorial, así que por ahora no te adelanto nada más. Pero cuando llegue agosto prometo que serás de los primeros en enterarte.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
Del temor a no estar a la altura de lo que el mundo espera de vos.

¿De qué tema todavía no escribiste y te gustaría hacerlo pronto?
Me gustaría escribir algo autobiográfico. Pero no puedo hacerlo. Me colgarían de la punta del Obelisco. 

¿Qué libros o autores recomendarías?
Esta es la parte en la que todos recomiendan a sus amigos o a algún clásico tipo Borges o Kafka, que nunca fallan. No está mal, yo lo hice más de una vez, pero esta vez voy a recomendar leer enciclopedias. Me acuerdo que cuando era pibe y estaba aburrido manoteaba un tomo cualquiera de la vieja enciclopedia que papá tenía en casa, abría una página al azar y siempre encontraba algo interesante para leer. Tengo que volver urgente a eso.

¿Cómo surge tu espacio Un café en Buenos Aires como corresponsal de la revista de Colombia llamada Libros&Letras?
Tras la premiación de Tríptico del desamparo, Jorge Consuegra (uno de los periodistas culturales más queridos de Colombia) me ofreció escribir reseñas de libros para su revista Libros&Letras. Como la mayor parte de lo que leo me parece un plomo, le ofrecí a Jorge un plan B: hacer un ciclo de entrevistas a escritores llamado Un café en Buenos Aires. Por suerte la idea le gustó y ya llevo publicadas unas noventa  entrevistas. Ya veré qué festejo armo para el número cien. 

¿A qué escritor te gustaría entrevistar?
Ando con ganas de abrirme de tanto escritor. Hay algo que ya hice varias veces y que quiero profundizar: entrevistar a lectores, editores, libreros, traductores… En fin, volcarme a los márgenes, que a veces son más interesantes que el centro.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Perdoná por la respuesta poco original: estoy terminando una nueva novela (así de previsibles somos los que nos dedicamos a este yeite). Y también estoy trabajando en la posibilidad de que antes de fin de año mis entrevistas de Un café en Buenos Aires se publiquen en Colombia en forma de libro. Esa publicación sería una gran excusa para reencontrarme con mi desquiciada banda de amigos de allá.




miércoles, 13 de junio de 2018

Enrique Decarli: “No puedo empezar a escribir si no tengo una imagen que me conmueva”






El escritor Enrique Decarli acaba de publicar su libro de cuentos Carrusel a través de Kintsugi Editora y habló con Entre Vidas del proceso de escritura de dicha publicación y de los libros Bengalas y Flipper, ambos publicados por Paisanita Editora. Además, adelantó que tiene en mente un nuevo libro que tiene como nombre tentativo Aserradero.




¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Creo que no tengo rituales. O no muchos. Es más: en los talleres de escritura hago que la gente escriba, en cada encuentro, por lo menos diez minutos. No importa lo que salga de ahí; pero creo que es importante que puedan trabajar en un lugar que les resulte extraño; incluso, hostil. Empecé a hacer eso cuando me di cuenta que el acto de escribir suele estar llenos de rituales que, en general, funcionan como factores de censura: la luz, la música, el horario, los ruidos, etcétera. Yo escribo siempre en el mismo lugar, no por una cuestión ritual, sino porque es el lugar donde tengo la computadora (de escritorio). Me encantaría escribir a mano, o en máquina de escribir. Hay un vínculo distinto, me parece, con el fluir de la palabra manuscrita o por medios mecánicos. Pero los tiempos de edición y corrección, en este momento, no me permiten dar ese lujo. Con un mate, estoy bien. Si apago un poco las luces, es para ahorrar: jaja.

¿Con qué frecuencia escribís?
La verdad, escribo cuando puedo. Y últimamente, puedo bastante poco. Laburo prácticamente de la mañana a la noche, y las tardes libres estoy con mi hija. Tan poco escribo que he perdido lo que podría llamar frecuencia de trabajo. Estoy escribiendo muy esporádicamente. A veces pasan semanas enteras en que no escribo. Pero tengo dos o tres cosas dándome vueltas por la cabeza, y siempre que puedo, me siento y las abordo. Aspiro, al menos, poder hacer rendir bien ese poco tiempo. Y si no, las pienso. Les voy dando forma en mi cabeza.
 
¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro Bengalas?
Los cuentos de Bengalas son contemporáneos con los de mi segundo libro: Big Bang. Yo no sé bien por qué, pero nunca dudé que unos cuentos pertenecían a un libro y los otros al otro. Son universos distintos. No lo tengo razonado el tema. Lo resolví por intuición; y ahora mismo lo vuelvo a pensar, abro los libros y sigo pensando que estuvieron bien separados. La selección se fue armando sola. A medida que escribía textos que me gustaban (tenían que gustarme bastante), separaba: este para Big Bang; este para Vía Láctea (Bengalas, en un principio, se llamó Vía Láctea). La energía que había en cada cuento marcaba el libro al que iría. Bengalas, en mi opinión, es un libro luminoso. Big Bang es como la contracara oscura. En definitiva, nunca dudé de la composición de Bengalas. Sobre el proceso final de edición, solo sentí que sobraban dos cuentos, y los saqué: eran dos cuentos que abordaban el vínculo padre e hijo, tema que ya estaba tocado, con mejor calidad, en mi opinión, en el relato “Vía Láctea”.

¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Bueno. Como te decía antes, alguna vez el libro se llamó Vía Láctea. Pero antes de que se publique Bengalas, los chicos de Escrituras Indie publicaron, en una plaqueta, impresa y virtual, los relatos “Vía Láctea”, “Los despojados” y “La cola del escorpión” (este cuento solo está publicado ahí). La plaqueta se tituló Vía Láctea. Cuando se ofreció la posibilidad de publicar con Paisanita, no quise quemarles el título a los chicos de Escrituras… Eso, por un lado. Por el otro, Bengalas iba a ser el primer libro de Paisanita. Estaban definiéndose la estética de la editorial: foto blanco y negro que tenga algún vínculo personal con el autor, etc… Yo tenía una foto de mi hija jugando con una bengalita en Navidad en la puerta de la casa de mi vieja (la foto actual de portada); se la mostré a Gabi Luzzi y le pregunté si le gustaba como posible foto de portada. Me dijo que sí. Que le encantaba; pero que, para unir foto y textos, aprovechando que uno de los cuentos se llamaba “Bengalas”, que entonces el libro también se llamara Bengalas. Ahora, cuatro años después, creo que me gusta mucho más Bengalas que Vía Láctea. Mis últimos tres libros fueron armando involuntariamente una suerte de trilogía lúdica: Bengalas – Flipper – Carrusel.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
Mi escritura se nutre, fundamentalmente, de imágenes. No puedo empezar a escribir si no tengo una imagen que me conmueva: un grupo de personas grandes subido a una calesita, por ejemplo. Después, en el desarrollo de la historia van apareciendo los posibles temas. Se van como imponiendo, y entonces uno puede decir: este cuento se trata de esto y de aquello. Pero no parto nunca de un tema. No puedo. Siempre arranco a partir de una imagen. Y la sigo. La disecciono. La analizo con todos los sentidos. No obstante, y aunque lo descubra después, creo que hay ciertos temas recurrentes en lo que escribo: las tramas secretas, por ejemplo, las personalidades ocultas, los caminos posibles que no están a la vista (una cañería, por ejemplo), los personajes con algún rasgo -ambiguo pero- heroico; posibles vidas desconocidas de los objetos, la transformación de los personajes (en objetos o animales), la amistad, los vínculos padre/hijo (tanto desde la óptica del padre y desde la óptica del hijo). Me interesan mucho los doble fondos. Las miradas ambiguas, escurridizas.

¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
Mi cuento preferido de Bengalas es “Vía Láctea”. Y creo que el de los lectores también; aunque algunos destacan mucho “El Negro Vila”.

¿Cuál fue la imagen disparadora de tu novela Flipper?
Flipper empezó con el descubrimiento de unas cartas en una caja llena de recuerdos acumulados a lo largo de mi vida. Cartas que yo le había mandado a mi viejo, y que él, a su vez, me había mandado a mí. Esa caja siempre estuvo en la casa de mi vieja. Hacia noviembre de 2009 me mudé a una casa más grande que las casas en las que hasta entonces había estado viviendo y entonces me llevé esas cosas personales. Hay una escena en Flipper, en que el narrador y su hermana revisan una caja de recuerdos y van separando todo lo que tiene la letra del padre. Ahora no lo recuerdo muy bien, pero quizás la imagen generadora haya sido esa: un hijo revolviendo una caja llena de recuerdos de su padre muerto.

¿Cómo fue el proceso de escritura de pasar de escribir cuentos a tu primera novela?
En realidad tal pasaje no existió, porque Flipper, si bien es mi primera y única novela publicada, en realidad es la tercera novela que escribí. Tengo una novela inédita, terminada en 2008, que me gusta. Es una novela medio juvenil de unas 200 páginas. Y escribí otra en 2009 que la corregí y después la abandoné porque no me gustó más y cada tanto le saco pasajes que uso en otras piezas o convierto en relatos. Recién a partir de 2009 empecé a escribir los cuentos más sólidos, los de Big Bang y Bengalas, y poco tiempo después, hacia noviembre de ese año empecé, contemporáneamente a los cuentos, Flipper. Es decir: el proceso fue casi inverso. Lo que pasa es que mis oportunidades editoriales terminaron dándose por el lado del cuento y es esa parte de mi trabajo la que la gente más conoce. No obstante, con relación a Flipper, y haciéndome eco de tu pregunta, podría decir que son ocho relatos -con más o menos autonomía- que forman una pequeña novela.

¿Cómo surgió la posibilidad de editar ambos libros con Paisanita Editora?
Conozco a Gabi Luzzi, que es la directora de la editorial, más o menos desde el año 2012. Tenemos un vínculo muy cercano desde entonces, y a ella, por suerte, le gusta lo que yo escribo. Una vez publicó un relato mío: “Mi amiga Luján” (que luego fue incluido en mi tercer libro: Jauría, Eloísa Cartonera, 2014) en las plaquetas que dieron inicio a su labor editorial. Cuando se decidió a publicar en formato libro, nos ofreció la posibilidad a Ariel Bermani y a mí. Así salieron la novela Furgón, de Ariel, y Bengalas.

¿Qué diferencias notás entre tus libros de cuentos anteriores y el que publicaste este año llamado Carrusel?
Hay mucha diferencia. En primer lugar, Carrusel fue un libro que quise hacer. Nunca antes había trabajado a partir de una pauta. Esta vez, sí. No era una pauta muy estricta, pero era una pauta: escribir una serie de relatos largos, para salir un poco, para quebrar esa tendencia muy marcada al relato breve que se estaba estableciendo en mi laburo: cuatro libros de relatos breves. Lógicamente, la mayor extensión, me permitió trabajar zonas que hasta entonces no había explorado: la mayor profundidad de los climas, ciertas recurrencias argumentales o del lenguaje, los rasgos de los personajes, digresiones en las tramas, etcétera. Eso derivó en un cuerpo que, en mi opinión, es mucho más sólido. Más denso. Con otro peso. No digo mejor ni peor que, por ejemplo Bengalas o Big Bang; pero sí diferente, que era lo que yo, en definitiva, quería encontrar.

El libro tiene un epígrafe de Mario Levrero que dice “Este es mi mal, mi razón de ser”. ¿Cómo surge la elección de esa frase?
En realidad la elección surge a partir de la frase anterior: (Por eso el mundo rechina cuando gira). Creo que podría haber dejado el epígrafe ahí y el universo poético del libro habría estado bien condensado y representado en esa sola línea, porque, de alguna manera, en Carrusel, todo gira, y también rechina. Lo que pasa es que lo que venía después (la frase que vos citás) era muy fuerte. Muy potente, y además creo que, en algún punto (en algún punto muy íntimo), la literatura me permite sondear y, por momentos, anclar en esa zona: la que habita mi mal y mi razón de ser.

¿Con qué se va a encontrar el lector de Carrusel?
Me voy a hacer eco un poco del prólogo hermoso que escribió para el libro Silvina Gruppo. El lector de Carrusel se va a encontrar con un mundo donde las reglas están apenas corridas de lugar. Parece este mundo; pero no lo es. Algo no termina de encajar bien. Por eso los planteos, con punto de partida siempre realistas, van derivando, suavemente, en universos obsesivos, oníricos, absurdos, mágicos, exasperantes.

¿Cómo se dio la oportunidad de publicar el libro con Kintsugi Editora?
Leandro Surce, el director de Kintsugi, es un gran lector de mi trabajo. Algo que siempre le agradecí desde que nos conocemos, porque además del cariño e interés con que recibe mi obra, ha reseñado Bengalas y  no pierde oportunidad para recomendar mis libros. En algún momento él me ofreció la posibilidad de publicar en Kintusugi, y a mí me pareció una idea hermosa que quise honrar con el mejor material que tenía. En principio le di otro libro. Carrusel (con el nombre Etapas) estaba concursando en el Fondo Nacional de las Artes. El libro no figuró ni a los premios en el concurso. Quedó liberado. Para entonces teníamos avanzada la posibilidad de publicar el otro libro: Las Oportunidades Perdidas, pero yo le dije: “Lean, tomate unos días y leete este libro porque para mí es superior”. Leandro lo leyó y estuvo de acuerdo conmigo. Me sugirió una serie de correcciones y cambiar el título, de Etapas a Carrusel. Y así fue. En el curso del verano que pasó liquidamos todo. 

¿Qué libros o autores recomendarías?
Voy a ser bien específico porque, si no, serían muchos. En los últimos años me sacudieron mucho estos autores y libros: Luciano Lamberti (El loro que podía adivinar el futuro). Fedra Spinelli (Delta). Bob Chow (Todos contra todos y cada uno contra sí mismo). Selva Almada (Ladrilleros). Marcelo Cohen (Gongue). Hernán Ronsino (Lumbre). Pedro Mairal (Salvatierra). Aira (Varamo). Osvaldo Bossi (Chicos malos). Jorge Consiglio: Pequeñas intensiones, y la poesía, en general, de Gustavo Yuste.   
 
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy dándole vueltas a un proyecto que suba la apuesta de Carrusel. Vengo de Bengalas: 12 relatos breves. Pasé por Carrusel: 6 relatos largos. Y quisiera ir a un libro de solo tres narraciones. Las piezas ya las tengo: Aserradero, Tokio y Aspas. Aserradero me parece un lindo nombre para el libro. Tendría que corregirlas un poco (un poco bastante, tal vez), y ver si, entre las tres, arman un universo que les permita compartir la publicación. Por otro lado estoy en unas setenta y pico de páginas de una narración cuyo arco narrativo ya cerré. Se llama Hogar. Estoy revisando el medio. Uniendo detalles. Salvando baches. Ajustando climas y revisando el tono. Y tengo un proyecto con posible editorial y todo (este dato por ahora queda en secreto); pero solo tengo el título, Jaja: Latitud 0. Creo que va a ser una novela realista. Y como el realismo, en general, me cuesta, todavía no escribí nada. 




Melisa Ortner: “Mis relatos tienen que ver con los momentos en que se tienen que tomar decisiones”





La escritora Melisa Ortner publicó el libro de poesía Reino con la editorial Pánico el Pánico y actualmente está escribiendo y corrigiendo un libro de cuentos, género con el que se siente muy cómoda. Además, señaló que le interesa mucho narrar la voz femenina en diferentes épocas y situaciones. La autora comparte sus relatos en el blog: www.lamujerenlaluna.com





¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
No se trata de un ritual, sino de estar pensando ideas constantemente. Viajando en el subte en la vuelta a casa, subida a un auto, caminando por la calle, escuchando conversaciones de la gente en el colectivo. De repente, se aparece alguna escena o recuerdo algún momento. Después está en mi mente el trabajo de unirlas, darles un escenario, una forma. Esos recuerdos vienen solos, pero creo que los estoy buscando todo el tiempo. Enseguida necesito escribirlos, por lo general, lo hago en mi celular, necesito dejarlos escritos en algún lado de inmediato. Soy coleccionista de libretas y cuadernos;  creo que las acumulo teniendo la ilusión de llenarlas, pero la escritura en la computadora me es más fluida y más cómoda. Creo que tengo nostalgia con las libretas porque me recuerdan a mi infancia, donde sí solía usarlas. Me parece que la infancia es clave a la hora de escribir. Es imposible no encontrarse ahí.

¿Con qué frecuencia escribís?
Podría decir que todos los días estoy escribiendo en mi cabeza. Y trato de darle forma a esas ideas, mínimo cuatro veces por semana.

¿Quién te inculcó tu amor por la poesía?
No sé si llamarlo amor. La poesía es un modo de andar por el mundo, una forma de conmover, algo que te deja un ruido, que te deja pensando. Tal vez ahora me siento un poco alejada de la poesía. Desde Reino, que salió editado en 2016 por Pánico el pánico, no escribí más poesía. Pero si tuviera que decir quién me mostró por primera vez la poesía, esa fue mi primera maestra, Gabriela Stoppelman Con ella hice mi primer taller, me hizo conocer autores como Charles Bukowsky, Paul Celan, Alejandra Pizarnik, Maria Negroni. Fue en ese taller que se gestó mi primer libro, Lunar (2014, Ediciones Uñum Hue).

¿Por qué decidiste que tu libro de poesía se llamara Reino?
Antes de escribirlo, ya sabía el nombre. Eso fue raro. Reino tiene que ver con un territorio, con un lugar. Reino fue por el sustantivo, pero también el verbo. Había una necesidad de reinar. Reinar el bosque, la selva, el paraíso. Ser la reina, eso tiene que ver con el dolor. Me parece que Reino es  un libro doloroso, oscuro; lo necesitaba así. Pienso que es imposible huir de tu propia oscuridad. Tal vez hubo también algo de religión, lo sentí como una oración, una plegaria, un anuncio. Reino es la voz de una mujer que busca una voz y a la vez busca los límites.

¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas que aparecen en el libro?
Un día le dije a Flor Codagnone que tenía unos poemas que quería que fueran libro. Había amapolas, raíces, tierra, aire, fuego, lluvia. Todo parecía  estar en sintonía con los elementos del reino vegetal. Después, al tener de antemano la ilusión de este Reino como nombre, los poemas empezaron a cortarse, a hacerse solos y más cortos, intensos.  Empecé a escribir nuevos poemas para el libro, como tratando de encastrar piezas de una misma obra. Después empezamos acomodar los versos para que sean una gran canción. Fue un trabajo muy musical. Lo leímos mil veces para entender los espacios, los silencios, los tonos. 

¿Cuál es tu poema preferido del libro y cuál es el que destacan los lectores?
Acá va uno de los que más me gusta:
No pertenezco a ningún habla. / Vos no pertenecés/ ni lo que dice tu lengua. / Mis palabras no/ Cada una de mis letras no. / La manera en que se expresan/ mis huesos/ es bien huérfana. / No le pertenezco/ ni siquiera /a la soledad/ ni a una lágrima rota/ ni a un poema. / Mis palabras no/ Cada una de mis letras no. / Si pudiera encerrar lo que digo/se lo daría al aire/ para que estalle/ para que sea de nadie/para que vuelva.
Y el que destacan los lectores:
Una cicatriz/ se teje en todo/ lo que no sucede/. No encuentro/ otra forma de herirme/más que en mi lenguaje/ Nadie va a pronunciarte/mejor que yo.

¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Pánico el Pánico
Haber trabajado con Flor, que editó sus dos primeros poemarios por esa editorial, creo que fue una puerta que estaba abierta. Hablé con Marina Gersberg, la editora, le mandé el material y después nos encontramos en un bar. Todo fue muy cálido y amoroso. Reino es un libro corto y yo tenía la ilusión de editarlo en un formato pequeño, como los de Pánico. Fue redondo el proceso y muy rápido. Después me puse en contacto con la ilustradora y salió la tapa; también, todo con muy linda energía. Flor Huerga hizo una muy linda lectura. En la imagen está lo femenino, las amapolas, el círculo. Todos los reinos son círculos, giran, están en movimiento, cambian todo el tiempo. 

¿De qué temas se nutre tu escritura? 
Ahora estoy un poco alejada de la poesía (de la escritura de poesía, porque nunca dejo de leer. Incluso acabo de leer Reconocimiento de terreno de Tamara Tenembaun y es ahí cuando uno dice: ¡qué lindo escribir así!).
Creo que es imposible salirse de uno mismo. En poesía me nutrí siempre de experiencias personales: el desamor, la enfermedad, los amores obsesivos, los desencuentros,  la infancia.
Ahora me encuentro escribiendo cuentos desde que empecé taller con Gaby Larralde. Me siento mucho más cómoda en ese reino, ja.  ¿De qué se nutre mi escritura? De las relaciones humanas, las conflictivas, las que provocan cortocircuitos. Mis relatos tienen que ver con los momentos en que se tienen que  tomar decisiones. Me interesa mucho narrar la voz femenina en diferentes épocas y situaciones.

¿Qué libros/autores recomendarías? 
En poesía recomiendo a Diana Danessa, que publicó su primer poemario el año pasado, se llama Donde haya lugar,  vale la pena leerla. Nací en verano de Natalia Romero; Natalia Fortuny y su última obra Chacarita,  Resto de Flor Codagnone, La resistencia de la luna, de Carolina Giollo, Mi juventud unida, de Mariano Blatt.
Recomiendo también los cuentos de Seres queridos de Vera Giacomi, a Gaby Larralde y sus Soluciones quirúrgicas, Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez, Siete casas vacías de Samanta Schweblin, Angst de Adriana Riva, Los mejores días de Magalí Etchebarne.

¿Qué podés adelantar del libro de cuentos que estás escribiendo?
Lo estoy trabajando con Marina Yuszczuk, reescribiendo y corrigiendo constantemente. Quiero que salga lindo, que cierre por todos lados. El camino es largo pero hermoso; muy productivo. Ya estoy pensando en qué voy a hacer cuando lo termine. La ansiedad es  un mal necesario,  hace que esté todo el tiempo en movimiento, escribiendo en mi cabeza. No paro de pensar y eso es una locura hermosa.



Paula Brecciaroli: “El amor, el odio y la poesía tienen la sinceridad de un golpe”




La escritora Paula Brecciaroli publicó el libro de poesía La sinceridad de un golpe a través de la editorial Santos Locos y habló con Entre Vidas acerca del proceso que definió como mágico. Además, la autora señaló que la diferencia entre este libro y sus anteriores es que se sumó una mirada introspectiva. Actualmente trabaja en la escritura de una nueva novela llamada Las Pardas que ya entró en la etapa de corrección.




PH Sebastián Pani


¿Con qué frecuencia escribís?
La escritura es como un asalto. Nunca sé dónde ni cuándo va a ocurrir.  A veces planifico una noche de escritura y la despilfarro, otras veces el furor o una frase se me presentan en la calle y hay que escribir ahí, en el teléfono, en una receta.  Nunca dejo pasar ese momento lúcido.

¿Quién te inculcó tu amor por la poesía?
La poesía corre como los chismes. Mis amigos poetas cuando encuentran algo hermoso no pueden contenerse de comentarlo. Y yo se los agradezco. Hay una pasión que despierta la poesía que empuja a compartirse.  Pero si pienso en mi infancia, me veo en tardes de siesta leyendo un libro de Sor Juana Inés de la Cruz que tenía mi abuela.

¿Por qué decidiste que tu libro de poesía se llamara La sinceridad de un golpe?
Sé que no fue fácil para el editor convencerme de que ese era el título. Pero decidí confiar en su certeza y de a poco fue teniendo un sentido poderoso que yo no llegaba a ver.  Hoy sé que el libro no podía llamarse de otra forma. El amor, el odio y la poesía tienen la sinceridad de un golpe.  En ese terreno, no hay metáfora posible. 

¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas que aparecen en el libro?
El proceso del libro fue mágico. Yo había escrito un puñado de poemas y le pedí a Marcos Gras, que me diera su opinión, porque además de mi amigo, es un gran editor y lector de poesía.  Me hizo unas correcciones y me alentó a seguir escribiendo. Así fue pasando el tiempo, en poemas que iban y venían por mail y por whatsapp.  También me ayudaron mucho las lecturas de mis amigos Ariel Bermani, Bruno Szister, Acheli Panza, Juan Crasci y Magalí Milkis que me hicieron devoluciones muy generosas que ayudaron a pulir el libro en sus primeras versiones.

¿Cuál es tu poema preferido del libro y cuál es el que destacan los lectores?
Es raro decidirme por alguno, porque todos tuvieron mucho trabajo y mucha corrección apasionada. Cada uno está enlazado con su momento de escritura y con distintas emociones, creo que eso me condiciona bastante. Respecto a los lectores, es divertido ver cómo les resuenan unos por sobre los otros.

¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Santos Locos
Fue algo que me sorprendió.  Venía trabajando los poemas con Gras, porque confío en su mirada y en su criterio, pero no estaba en mis planes pensar en una publicación.  Inclusive el día que me dijo que tenía un libro nuevo para Santos Locos, le pregunté de quién era, y me dejó helada cuando dijo, el tuyo.  No fue un libro planificado y eso me pareció maravilloso. 

¿De qué temas se nutre tu escritura? 
La observación está primero.  Me intriga todo lo que me rodea: la naturaleza, las calles, el cuerpo, las plantas. Me fascina pensar en los astrónomos de la antigüedad mirando el cielo, tratando de comprenderlo.  Creo que mi escritura tiene algo de eso. La diferencia en este libro, es que se sumó una mirada introspectiva.  Fue como poner en una mesa de laboratorio los sentimientos y diseccionarlos.  Necesito escribir para entender.

¿Qué libros o autores recomendarías? 
Para recomendar prefiero nombrar poetas contemporáneos.  Los clásicos son obvios. En un listado rápido diría: Walter Lezcano, Mariano Blatt, Jorge Consiglio, Gabriela Clara Pignataro, Damián Ríos, Marcos Gras, Ariel Bermani, Gabriela Luzzi, Gustavo Yuste, Pamela Terlizzi Prina, Javier Roldán, Patricia González López y puedo seguir sumando.

¿En qué nuevo proyecto estás trabajando actualmente?
Tengo una novela que estoy trabajando desde hace tiempo. Se llama “Las Pardas” y ahora entra en la etapa de corrección que es la parte que más disfruto.  Estoy bastante ansiosa por dedicarme de lleno a terminarla.