lunes, 9 de julio de 2018

Ariel Basile: “No me cierro en cuanto a temas”





El escritor Ariel Basile publicó la novela Por la banquina con Ediciones Smug y el libro de cuentos Trabajos de oficina y habló con Entre Vidas de ambas publicaciones y adelantó que tiene una nueva novela terminada que actualmente busca editorial.





¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Hoy no tengo rituales. Quizás porque tampoco tengo horarios tan fijos para escribir, ni lugares. Puedo escribir en un cuaderno en un bar al mediodía, o una noche en la PC en mi casa.

¿Con qué frecuencia escribís?
Tengo un plan -que nunca cumplo-, de escribir cuatro veces por semana: dos días a la mañana y dos días a la noche. Tengo que obligarme y evitar todas las distracciones. Me cuesta encontrar una rutina, hacerme el hábito, pese a que estoy convencido de que el hábito es la única forma de avanzar en la literatura. Durante mucho tiempo escribí de noche, tarde. Pero desde que fui papá en esos horarios lo único que quiero es dormir. La realidad es que hoy escribo menos de lo recomendable.

¿Cuál fue la imagen disparadora de tu novela Por la banquina?
La de un flaco de poco más de veinte años que allá post crisis 2001 (la novela la empecé en 2002) lo despiden de su trabajo en una empresa donde era oficinista y decide ir a un pueblo para hacerse pasar por un futbolista que tiene su mismo nombre. El verdadero había sido un jugador de paso fugaz por primera división y que estaba deambulando por una liga muy menor de Europa. Lo empecé como un cuento, con la idea de que después se encadenara con otros con el mismo personaje. Derivó en novela. La imagen disparadora no hubiera funcionado en un contexto posterior. La explosión de Internet, Wikipedia y los teléfonos inteligentes hubiese tornado inverosímil buena parte de la historia.

¿Por qué le pusiste ese nombre?
Porque en la novela pasan muchas cosas en la ruta. Y el personaje nunca logra reencausar su rumbo. Va y viene. No es un delincuente, pero orilla el delito. Petrusi se mueve por los márgenes, siempre cerca de entrar de nuevo al sistema pero también a punto de salir definitivamente. La banquina expresa ese margen.

¿Cómo te llega la posibilidad de publicar con Ediciones Simurg?
Es la gran pregunta que nos hicimos todos los escritores con un primer texto definitivo que estimábamos publicable: ¿qué hago ahora? En mi caso, tomé cinco editoriales. Alguna muy grande, otras de moda y un par independientes pero con un catálogo que me parecía interesante y bien literario. Entre estas últimas estaba Simurg, que había publicado a autores con prestigio, en muchos casos obtenido después de haber pasado por la editorial. Presenté el original y el editor, Gastón Gallo, me dio el ok para avanzar.

¿Para el que todavía no leyó tu novela qué podrías adelantar de la historia?
Desde esa imagen disparadora, donde el protagonista roba una identidad casi como una broma, las cosas empiezan a salirle mal. O a descubrirlo, mejor dicho. Y empieza a huir, y en esa huída Petrusi vuelve a hacer macanas, ya como una forma de subsistir. El protagonista encara un road movie, en algunos casos con socios con tantos matices como los de él, donde siempre busca ser Otro. Pero llega un punto en que esa tensión, que por momentos roza lo absurdo y lo cómico, le cae encima y tiene que tomar decisiones en apariencia definitivas.

¿Qué tenés del protagonista Diego Petrusi?
Como Petrusi, en algún momento tuve las ganas de dejar de ser oficinista, que suele ser un trabajo rutinario, de pocos sobresaltos. También eran años difíciles, porque estaba en pleno 2002. Esa novela la empecé a escribir con 22 años y para esos tiempos yo trabajaba en un banco, a persianas bajas por las protestas contra el Corralito. En un punto, Petrusi es el opuesto a todo eso. Y la libertad de ser lo que quisiera y que todo sea posible tiene que ver con aquellos veintipocos en un contexto bastante particular para el país.

El personaje es un chanta pero de esos queribles. ¿Te basaste en alguien en particular para la construcción Petrusi?
No. De nadie en particular. Y a su vez de todos los chantas que me rodeaban y me rodean. Incluido yo mismo. Después, ya en tren de composición del personaje, hice un esfuerzo deliberado porque el personaje tuviera esas ambigüedades. Si tuviera que definir un objetivo cumplido con la novela sería ese: crear un personaje que no es lineal, y que fue leído de distintas formas por cada lector, en toda la gama que puede entrar entre el cariño y el odio.

Luego, publicaste a través de la misma editorial el libro de cuentos Trabajos de oficina. ¿Cómo fue el proceso de selección de los relatos que aparecen?
No me fue difícil. Porque el libro fue el resultado de haber tenido muchos cuentos escritos. No me puse a escribir cuentos para componer un libro. Entonces, un día me encontré con cuarenta cuentos terminados o casi terminados. Algunos eran decididamente descartables, otros me gustaban y quería publicarlos, y un tercer bando era el de los textos sobre los que tenía dudas. De esos tuve que descartar algunos a los que les tenía simpatía y un par quedaron adentro del libro. Pero el proceso prácticamente decantó solo.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
Es variado. No me cierro en cuanto a temas. Sí trato de escribir, o me siento más cómodo, con ambientes que me sean familiares. Pero en los cuentos hay un collage muy grande, y eso lo vi como un problema cuando publiqué Trabajos de Oficina, porque no encontraba una línea clara que uniera a todos los textos. Después vi que hay ejemplos de sobra de cuentistas que tienen relatos variados en un mismo libro y me despreocupé. En especial en los cuentos tomo temas como la amistad, el fútbol, relaciones de parejas, la represión, lo fantásticos, lo barrial, etcétera.

¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
A mí me gustan Cabeza de turco, Trabajos de oficina, Musuppapa. Los lectores me hablaron más de Chau, Garrafa, Fuego Amigo, la isla.

En varios de tus cuentos aparece el fútbol. ¿Cuál tu vínculo con ese deporte?
Es fuerte en varios sentidos. Como hincha, me considero enfermo por San Lorenzo. Voy a la cancha desde que tengo uso de razón, y además es un espacio que comparto con mi viejo, con muchos de mis grandes amigos y al que ahora se empiezan a sumar nuestros hijos. Una derrota de San Lorenzo puede cagarme la semana. Como intento de jugador, jugué desde muy chico. Hice amigos que sigo viendo 30 años después, con quienes nos conocimos en el recreativo de San Lorenzo a los 7 años y luego compartimos equipo en clubes de babyfútbol. A los 17 abandoné las inferiores, cansado de viajar y de entrenar. Hoy, pisando los 40, sigo jugando en un estado físico bastante deplorable en torneos de cancha de 11 con un equipo que creamos en 2005 con amigos: Gladiadores de Pompeya. Lo tomamos bastante en serio pero nunca perdimos la esencia de compartir momentos, divertirnos y tratar de volver a ser chicos al menos dos horas a la semana.

¿Qué escritores argentinos recomendarías leer?
Soy muy pegado a los clásicos. Me cuesta innovar. Me gustan mucho Marechal, Jorge Asís, Soriano, Puig, Humberto Costantini, Guillermo Martínez. Me parece bueno volver cada tanto a Borges y Cortázar. De los jóvenes: Samanta Schweblin. Nada sorprendente ni muy original.

¿Qué objetivos tenes dentro del ambiente literario?
No me planteo objetivos. Suena tribunero, pero la única meta que me pongo es la de escribir con cierta frecuencia. No tengo ninguna táctica de posicionamiento en el campo literario. No me desvela. El ambiente literario, como lugar de relacionamiento, me es ajeno. Sí traté de hacerle llegar mis libros a escritores que me gustan, con buenas devoluciones. Fue mi forma de canalizar esa cuestión del ego, tan presente en la literatura.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Tengo una novela terminada y estoy en búsqueda de editorial. También tengo varias ideas de cuentos, pero me está costando encontrar los tiempos para darle continuidad a la escritura.



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