lunes, 17 de septiembre de 2018

Miriam Molero: “Para mí escribir es disfrutar y sufrir porque tengo un nivel de exigencia horrible y hermoso”






La escritora y periodista Miriam Molero habló con Entre Vidas acerca de su primera novela El rapto publicada por la Editorial Vestales y comentó que lo primero que se le ocurrió fue escribir una novela policial o de suspenso en homenaje, en honor o por amor a Raúl Barreiros, el hombre que le abrió las puertas al mundo de la semiología.




PH Sergio Vázquez para Nuevos Vientos Studio



¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Supongo que voy variando en cuanto al lugar, la hora. Depende de la época, de mis ocupaciones en ese momento, de si es invierno o verano. Lo que sí puedo asegurar porque se repite desde que tengo memoria es que para ponerme a escribir soy como los perros: antes de sentarme doy por lo menos tres vueltas alrededor, hago cualquier cosa con tal de posponer la escritura.

¿Con qué frecuencia escribís?
Con muy poca frecuencia. Es algo que amo hacer pero también algo a lo que me resisto sistemáticamente. Para mí escribir es disfrutar y sufrir porque tengo un nivel de exigencia horrible y hermoso. Nada me da lo mismo. Nada. Ni una palabra. (Ojo que lo mismo me sucede cuando leo. Soy una lectora despiadada). Ahora, una vez que arranco en la locura, una vez que estoy en la ruta, escribo entre ocho y diez horas seguidas. Menos no me alcanza. Cuando paro porque volqué hasta la última línea de historia que tenía en la cabeza, o porque llegué a ese punto de la corrección en que ya no leo con ojos nuevos sino con la memora caché del cerebro, levanto la cabeza y pasaron ocho o diez horas. Me pasa lo mismo con cualquier otra cosa, una vez que me pongo con una tarea y una vez que me concentré en el trabajo se me desaparece la noción de tiempo o el tiempo, directamente. Es como estar en otra dimensión.

¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela El rapto?
Lo primero que se me ocurrió fue escribir una novela policial o de suspenso en homenaje, en honor o por amor a Raúl Barreiros, el hombre que me abrió las puertas al mundo de la semiología. Falleció este año. Lo quise y lo sigo queriendo mucho. La idea no sé por qué se me puso en la cabeza y una noche estábamos charlando y le dije: "Voy a escribir una novela con vos y con Sebástián (su hijo)". Los personajes, por supuesto, después cobran su propia forma y se alejan de las personas reales pero el objetivo está cumplido. Cualquiera que lea El rapto se enamora, admira y detesta a Roberto Hernández, el semiólogo secuestrado, en idénticas proporciones. Después, al momento de poner todo a andar, apareció el cura porque quería, de paso, encargarme de un par de temitas de la Iglesia.

¿Cómo se dio la elección de escribir una novela negra?
Desde el principio estaba convencida de que la novela iba a ocuparse de cuestiones que operan sobre todo a nivel del pensamiento y no se puede escribir un texto que obliga a pensar poniendo por delante esta función. Hay que enmascararla. Así que tenía que venir dentro de un género popular. Un envoltorio amable para una carga pesada. Lo que no planifiqué es que el policial se convirtiera en comedia policial pero así resultó siendo. Se ve que también quería reírme.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con la Editorial Vestales
Esta es una pregunta hermosa. La respuesta que te voy a dar es larga y verdadera porque creo que vale la pena. Ya conté varias veces esta primera parte pero está bien recapitular para entender el proceso y por qué se dieron las cosas como se dieron y qué descubrí en los sucesivos fracasos. Escribí El rapto en 45 días no seguidos y con el último aliento la mandé al premio Biblioteca Nacional y salió finalista. Cuando me llamó Carlos Bernatek para decírmelo pensé que era joda. No podía creerlo porque sabía que la novela necesitaba edición, que no estaba terminada. Ser finalista fue, sin embargo, un espaldarazo: si podía llegar hasta ahí con una novela a medio trabajar, cómo sería con algo terminado. El problema es que había escrito la novela en tan poco tiempo que había quedado fóbica, sabía que había que editarla pero no podía leer una sola línea y estaba en desventaja para capitalizar el asunto del premio. No obstante, se la mandé a varias editoriales, a algunas porque quise y a otras porque me solicitaron el original. A todos y a cada uno les dije que era una novela que necesitaba edición, así, sin eufemismos ni vueltas. Escuché los comentarios más diversos, algunos desde el vamos me hacían dar cuenta de que quien estaba opinando de la novela no la había entendido. Ahí se rompió mi primera ilusión sobre el mundo editorial: yo tenía la idea loca, la fantasía de que los editores trabajaban de editores, no de seleccionadores de textos o coordinadores de la línea fordista de producción. Habrá excepciones pero no es la regla. Tuvo que romperse ese espejismo en mi cabeza para que, años después, mientras me duchaba se me viniera esta idea: "Voy a editarla yo como si fuera de otra persona. A la novela hay que modificarle esto, aquello y lo de más allá". Y así me puse a trabajar, nuevamente de modo frenético, pero sólo un veinte por ciento de la novela, lo suficiente para poder mostrarla. Le mandé ese tramo de nueva versión a un par de amigos como para testear y después le pasé el word a Editorial Vestales y sin conocerme, por mail, me contestaron que sí, que les interesaba, que la publicaban. Vestales es una buena editorial, fuerte en romántica y en suspenso -si yo tuviera una editorial haría lo mismo porque son géneros que venden y te bancan los trapos-, pero también tiene publicados otros autores que ahora son descubiertos por editoriales más grandes como Juan Carrá, Ezequiel Dellutri, Andrea Milano, que es la escritora más dúctil que conozco, un caso de locos, una genia...

Para el que todavía no leyó la novela, ¿con qué se va a encontrar?
Es una comedia policial que arranca con una casa vacía donde sólo se ven los rastros de lo que no está. Un profesor de semiología ha sido secuestrado. Su hijo sospecha y busca ayuda en una vieja amiga de ambos, una mujer de pensamiento lateral quien, a su vez, no puede procesar el fallecimiento de su marido y se está hundiendo en la soledad. Ahí comienza la aventura: en el mundo exterior la de estos dos personajes tambaleantes que siguen pistas inciertas con más pálpito y suerte que cabeza; en el mundo del encierro, víctima y victimario mantienen un largo diálogo para intentar sacarse información mutuamente a cuento de un estudio inconcluso sobre sexualidad encargado por la Iglesia. Es un duelo verbal en el que el lector sabe que ambos mienten o esconden secretos pero no se sabe cuáles ni por qué ni para qué.

¿Qué repercusiones tuviste respecto de los lectores de la novela?
Muy buenas! Cada uno lee lo que quiere. Para algunos la protagonista es Catalina, la viuda. Para otros, los protagonistas son el semiólogo y el cura secuestrador. Algunos se engancharon con el perfil peronista del semiólogo y otros con el destripe de la Iglesia Católica respecto de la sexualidad y, sobre todo, del ocultamiento de los actos pedófilos de sus sacerdotes. A muchas mujeres les divirtió el catálogo de prácticas sexuales y parafilias que debe estudiar el semiólogo para entregar un estudio sobre consumo sexual.

¿De qué tema que todavía no escribiste tenés pensado hacerlo próximamente?
Mi próxima novela la escribí hace dos años y se va a tratar de un tema que se va a discutir dentro de cinco, con suerte.  Explico: la base fundacional de El rapto es la siguiente pregunta: ¿Alguna vez te pusiste a pensar qué pasa por la mente de un sacerdote honesto, vocacional, que cumple con los preceptos religiosos, cada vez que lee que la Iglesia a la que pertenece protege a sacerdotes pedófilos? ¿Qué siente, qué piensa? No puede darle lo mismo, se le tiene que revolver el estómago. Mi segunda novela parte de otra pregunta fundacional que no voy a revelar acá ni ahora pero que está en El rapto en palabras del semiólogo. Así como hoy el tema de la pedofilia y la intervención de la Iglesia en la sociedad civil, como es el caso de oponerse fieramente al ley de aborto legal y gratuito, es algo que explota hoy pero antes no estaba tan en la superficie, creo que esta otra pregunta fundacional que es la base de mi segunda novela va a reventar dentro de un tiempo.

¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
Dentro del ambiente, ninguno. ¿Qué es el ambiente literario? Tengo amigos escritores a quienes quiero mucho y amigos editores y amigos libreros. Me gusta que Pablo Braun, dueño de Eterna Cadencia, haga asados en casa e ir a comer locro a lo de Antonio Santa Ana donde lo más probable es que vayas a conocer otros escritores y editores. Me encanta ir a la pileta a la casa de Claudia Piñeiro y matarnos de risa al sol sobre pavadas graciosas que nos pasan y que no podemos contarle a nadie. Leo Calderone, que es guionista de televisión y se mandó esta novela divina que es El falso camote -ya hubiera querido escribirla Nora Ephron-, es mi compañero de lectura de clásicos y nos juntamos los miércoles en grupo para comentar libros con el entusiasmo y la pasión con que otros hablan de fútbol. Mi vida es un ambiente bastante literario pero de ese tipo. No del tipo de ambiente de integrar la lista del ministerio, ni invitaciones para aquí y para allá, ni la red de te doy una mano y vos me das la otra aunque lo tuyo no valga nada y lo mío menos. No integro ninguna runfla y no tengo carácter para hacerlo. Me muevo casi exclusivamente por fervor. Por otra parte, como dice Julián López, a quien adoro, soy "resolutiva, económica, altiva, con a bit of justificado desprecio por el nivel general" que son características imperdonables en una runfla.

¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Me volví loca con Florentina, de Eduardo Muslip (Blatt & Ríos). Ahí tenés un escritor. No a alguien que escribe; un escritor, una escritura, un estilo, una idea, una concreción, trabajo de pico y pala, cementado, pintura, molduras, terminaciones con pincel fino. Es perfecta.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Siempre hago cosas. Trabajo bastante y soy ocurrente así que con frecuencia tengo ideas. Ahora tengo una que no depende sólo de mí. Veremos. Los ritmos del mundo no son mis ritmos. En la vida en general tengo la sensación de ser perezosa y hacer poco, que los demás hacen mil cosas mientras yo estoy como paralizada, pero cuando trabajo en equipo suelo ver al otro como moviéndose en cámara lenta y tengo que sentarme a esperar. Mientras espero pienso y pienso. No está mal. También tengo que sentarme a reescribir la segunda novela de la que hablamos recién pero, bueno, estoy en la etapa del perro, dando vueltas en círculo sobre la cucha antes de acomodarme.



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