La escritora Natalia Zito habló con Entre Vidas de su libro de cuentos Agua del mismo caño, publicado por Pánico el Pánico y de dos libros que saldrán el año que viene: la novela Rara, que publicará Emecé y una crónica periodística novelada que saldrá por Random House Mondadori.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Un ritual es, ante todo, tiempo. Y el tiempo, en esta época, es un lujo. Pero hay lujos necesarios. Tengo dos rituales: leer y bailar. Leo de acuerdo a lo que tenga que escribir. Lo hago con la intención de acumular. Es una enseñanza del teatro. Acumular como quien enciende un motor y confía en que cuando las turbinas estén listas, harán que salga disparada a escribir.
Bailar nace de la misma idea, pero también para desbaratar todo lo que me endurece. A veces no es tan fácil cortar con las preocupaciones cotidianas, las cuentas a pagar, los hijos, los horarios, los otros trabajos que financian la escritura. Entonces, para pasar de un mundo a otro, bailo. Pongo música, subo el volumen y bailo, bailo como loca, moviendo cada parte del cuerpo durante un tema o dos. Luego de haberme sacudido por completo, escribo.
Si la escritura se atasca, vuelvo a leer o a bailar o ambas. O salgo corriendo a buscar a mis hijos a la escuela o toca el timbre algún paciente.
¿Con qué frecuencia escribís?
Todos los días.
¿Quién te inculcó tu amor por la literatura?
Para ninguno de mis padres el castellano era la lengua materna. La de mi papá era el calabrés y la de mi mamá, esloveno. Tal vez por eso, en mi casa, hablar bien era importante. Mi papá me inculcó que dominar el idioma, en pronunciación y variedad, es un capital. Llegó a Argentina a los quince años, sin hablar una palabra en castellano, ni saber nada de Argentina. Aprender otro idioma a las apuradas debe haber sido tortuoso. Yo crecí viendo cómo se esforzaba por pronunciar bien cada sílaba. Supongo que de ahí salió el amor por la frase lograda y la belleza de las palabras bien dichas.
Mi mamá llegó a Argentina a los cuatro años, también en barco, también sin hablar una palabra en español. Al poco tiempo, era ella la que le traducía a su madre, mi abuela, cuando iban a hacer compras. Hasta que comenzaron a ponerse de novios, en su casa se hablaba esloveno. Mi mamá me regalaba cuadernillos con ejercicios de reglas ortográficas, que me encantaban. También fue la que me acercó los primeros libros. No fueron muchos, ella no es una gran lectora, pero tuvo la habilidad de ponerme cerca cuatro o seis títulos que plantaron la idea de que los libros pueden resolverte la vida.
El amor por la literatura debe tener que ver con algo de todo esto y con las máquinas de escribir que había en el estudio de mi viejo, con las que yo jugaba a escribir antes de saber escribir.
¿Por qué decidiste que tu libro de relatos se llamara Agua del mismo caño?
Agua del mismo caño es un concepto, una idea que tuve un día en el que estaba comprando un café en una estación de servicio y se acercaron dos chicos de la calle a pedir un vaso de agua a la cajera. Pidieron eso: un vaso de agua. La cajera respondió que no podía dárselo, que podían tomar de la canilla que estaba afuera, al lado de la manguera para poner aire a las cubiertas. Los chicos se fueron sin protestar. La cajera sirvió mi café y lo acompañó con un vasito de agua de la canilla que tenía un filtro. La imagen del vasito al lado del café se me presentó junto con los chicos que se veían desde el ventanal, agachando la cabeza para que el chorro de agua les entrara por la boca.
El cuento Agua del mismo caño surgió de esa imagen, de esa situación en la que no tuve tiempo para cambiar nada, pero tuve la certeza de que esos chicos, la cajera y yo tomábamos agua del mismo caño. Que el agua era la misma y nosotros también. Que si tuviéramos eso presente, podríamos sacudirnos las posiciones a las que nos obliga la sociedad y de paso podríamos cuestionar las posiciones solidarias que solo perpetúan a cada uno en su lugar. El “rico” que “ayuda” al “pobre”. El rico se siente bueno y el pobre agradecido. Eso no es más que un circuito de violencia. La desigualdad es fruto de los caprichos e injusticias sociales y tal vez no logremos cambiarlas del todo, pero lo que no podemos es pensar que un mundo no tiene que ver con el otro. Si pensáramos en términos más dinámicos podríamos hacernos más preguntas.
Agua del mismo caño es todo eso. Trata de mostrar cómo los mandatos sociales son una cárcel de la que algunas personas nunca podrán salir. Hay un personaje que está por adoptar un hijo y por más que quisiera creer que va a lograr sentirse padre de un niño que no lleva su biología, no puede. Tiene la certeza también que su propia madre, no podrá ser la abuela de su hijo adoptado porque su manera de pensar se lo impide.
Para estos días, en los que todavía hay sectores “pro vida”, que se oponen a la ley de legalización del aborto, creyendo que el aborto se podría evitar con una buena ley de adopción, este cuento se propone mostrar que las cosas no son tan simples. Aun cuando sus propios protagonistas quisieran pensar distinto.
Al mismo tiempo, el libro sostiene en su estructura el concepto que le da nombre. Por un lado, hay cinco cuentos con humor negro (sobre los que versará la obra de teatro en la que estoy trabajando), los cuentos de Eduardo, que quiere matarse y no puede. Esos cuentos conviven con los otros, que no están escritos en clave de humor pero que también tratan de personajes que quisieran irse de la vida que tienen.
Todos los cuentos del libro son agua del mismo caño.
¿Cómo fue el proceso de selección de los relatos que aparecen en el libro?
Fue escrito como un libro. Entonces, la selección fue el propio proceso de escritura. El primer cuento del libro que escribí fue El tren arranca de nuevo. Un cuento en el que Eduardo está decidido a tirarse a las vías del tren, pero no puede porque alguien se tira en la estación anterior y él tiene que esperar su turno. Me divertí mucho escribiéndolo. De ahí surgió la exploración del suicidio. Eduardo empezó a aparecer en otros cuentos con otros intentos fallidos. En esa época llevaba lo que escribía al taller de Claudia Piñeiro. Fue ella la que una vez me dijo algo así como: podes hacer un libro de suicidas. Yo escuché: podes hacer un libro. Eso fue revolucionario para mí. Hasta ahí escribía por el solo gusto de hacerlo, sin pensar en una forma.
¿Cuál es tu relato preferido del libro y cuál es el que destacan los lectores?
Cinco vueltas es mi preferido. Es el último cuento de Eduardo, el que revela la circularidad del libro, el que pude escribir gracias a haber acumulado todos los otros cuentos. Es también el último cuento que escribí, aunque no es el último del libro. Es el que cuando terminé, supe que el libro estaba terminado.
Nombre de almacenera es el que más destacan los lectores. Es el que ganó el segundo premio del Concurso Itaú de Cuento Digital 2012.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
De todo lo que se me cruza.
Todo se convierte, de un modo u otro, en escritura. En lo cotidiano, presto atención a los modos de hablar que tiene la gente, de mirar, qué palabras usan, cómo las pronuncian, qué ropa eligen para vestirse, si hubo intención en el vestuario. Miro las formas de los cuerpos, qué hace la gente con las incomodidades físicas, cómo algunos rasgos definen la identidad, etc.
Debajo de todo eso está especialmente la muerte, lo disparatado que me resulta pensar que todos llegaremos al día en el que no seamos nada.
¿Qué temas de los que todavía no escribiste te gustaría hacerlo en un futuro?
Haber escrito un libro a partir de una investigación periodística (se publicará el año que viene) abrió el horizonte de lo que me gustaría escribir y de lo que siento que podría escribir. Me interesa el mundo de las sectas. La magnitud que puede tomar la manipulación del pensamiento en provecho de algunos. Me gustaría escribir un libro sobre eso, una crónica sobre un caso real.
¿Qué libros o autores recomendarías leer?
El maestro ignorante, de Jacques Rancière es un libro que debería leer todo el mundo.
El extranjero, de Albert Camus es una novela que tiene la capacidad de transmitir la experiencia de la belleza de las palabras.
Bartleby, de Melville porque es importante saber que se puede preferir no hacer.
Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica porque te desafía a pensar todo otra vez y porque sigue vivo cada vez que te comes un pedazo de carne.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy escribiendo la adaptación de los cinco cuentos de Eduardo, del libro Agua del mismo caño, para teatro. Estamos trabajando en una convergencia interesante entre pura escritura y dramaturgia de improvisación. Un proceso en el que la escritura va acompañando los ensayos en los que la obra va tomando cada vez más forma. Dirige Mariana Melinc, una actriz que ha compartido escenario con Gasalla y debuta como directora. La obra estará protagonizada por dos actores muy interesantes como Hilario Quinteros y Soledad Cicchilli.
También estoy en el último tramo de trabajo, junto con los editores, de dos libros que saldrán el año que viene. Rara, novela que publicará Emecé. Y una crónica periodística novelada que saldrá por Random House Mondadori.
No hay comentarios:
Publicar un comentario