El escritor Yair Magrino habló con Entre Vidas de su novela Wonderboy publicada por la editorial Alto Pogo y de su flamante sello Sorojchi Editores con el que estará publicando autores latinoamericanos. Además, el autor señaló que le interesa mucho entrever las relaciones de la Historia y la Política como principales moderadores del accionar humano.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
No soy muy de rituales. Creo que por el modo intempestivo en el que me pongo a escribir. Es casi una necesidad, como una explosión. El mate no me falta si escribo de día. No tengo el cliché del vino ni del whisky. Puedo hacerlo con música o en silencio. Con ropa, sin ropa, con calor o con frío. Para mí es un momento de abstracción de la realidad. No tengo hambre, no tengo sed, no tengo nada más que la urgencia de poder crear un pequeño universo.
¿Con qué frecuencia escribís?
Mis momentos de escritura son bastante discontinuos. Nunca pude ser muy disciplinado con eso. Wonderboy la escribí en tres meses. Con la continuación (“Bajo Flores”) estuve seis meses para escribir un par de capítulos, luego la dejé por seis meses y en 15 días escribí la otra mitad que faltaba. Hace poco me ocurrió algo similar con la precuela de Wonderboy (“Adoración de los Manes”). Estuve once meses para escribir cien páginas y en tres meses escribí las doscientas páginas que me faltaban. Mi escritura se parece bastante a una catarsis. De todos modos, en los momentos en los que no escribo siempre estoy pensando escenas, diferentes variantes para la trama, hago anotaciones en una línea de tiempo, tacho mentalmente, repienso, borro. Eso me ayuda a la hora de sentarme a escribir porque casi todo ya está definido.
¿Quién te inculcó tu amor por la literatura?
En mi casa nunca hubo un gran amor por la literatura. Gran parte de la biblioteca familiar estaba comprendida por libros de pintores y unos pocos libros de Historia. Y muchos adornos para completar los espacios vacíos. De chico me obsesioné con una enciclopedia infantil de Snoopy. La leía todas las noches, prácticamente me la sabía de memoria. Después aparecieron los cuentos de Elsa Bornemann y Mafalda. De ahí pasé a Bradbury, al Quijote, me fascinaban las distopías. Y sobre todo leía muchas novelas de espías, guerrilleros de ETA o del IRA que perdían siempre en sus intentos de revolución.
¿Por qué decidiste que tu novela se llamara Wonderboy?
Wonderboy es el nombre de un videojuego que fue muy famoso en los 80s y 90s. El título es un guiño. Es una novela de iniciación y es un intento de retrato generacional. Esas generaciones fueron las primeras en acceder a los videojuegos masivamente. El personaje, de un modo bastante cobarde e infantil, reconfigura la realidad para pensarse dentro de un videojuego. Porque allí no hay consecuencias. Cuando se pierde, se pone una ficha más y se vuelve a comenzar. Sin embargo, toda esa ficción que lo protege se rompe y el personaje debe hacerse cargo de su propia aventura. Está muy presente el 2001, es el contexto que da origen a la aventura. Adriana Santa Cruz dijo que Wonderboy es una alegoría de una época contradictoria. Me gusta pensarla así.
¿Cuál fue la imagen disparadora que da inicio a la historia?
Tengo muy claro el día que decidí escribir esa historia. Yo vivía en Barcelona y había ido con mis amigos a una casa okupada en medio de la montaña. Veía toda una comunidad viviendo al margen de la Barcelona que yo vivía y me parecía alucinante. Y al mismo tiempo me reconocí sin el valor necesario para poder llevar a cabo ese estilo de vida. Mis amigos y yo, ya veníamos frecuentando un círculo de actividades anarquistas o que estaban en los márgenes sociales. Había mucha libertad, muchos excesos y mucha gente talentosa. Ese fue el germen. De vuelta en Buenos Aires tardé uno o dos años en encontrar la justificación para escribir la novela. Se dio un poco naturalmente. Comencé con un cuento. Lo dejé. Comencé otro cuento. También lo dejé. Un día se me ocurrió juntarlos y sin darme cuenta tenía todo el universo de Saporitti /Wonderboy. Cuando estuvo eso, el resto salió bastante rápido.
¿Qué tenés de la protagonista Saporitti?
Creo que nada. O puede que todo. Esa primera persona en la que está narrada la novela me permitía jugar con esos bordes. ¿Qué de todo eso es verdad o mentira? Me han preguntado muchas veces qué partes tenían un correlato con la realidad. Los únicos que lo saben son esos amigos que estuvieron conmigo en la casa okupada en la montaña, a quienes les dedico la novela. Me interesa mucho la literatura del yo, no tanto la del ego. No recuerdo se fue Abelardo Castillo u Onetti quien dijo que escribir es recordar mal. Siempre me pareció una excelente definición.
¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con la editorial Alto Pogo?
Un poco el culpable fue Juan Guinot. Le pasé la novela, la leyó y nos juntamos una noche a conversar. Después vinieron dos meses de nuevas correcciones (siguiendo algunas de las recomendaciones de Guinot) y finalmente la acerqué a Alto Pogo. Los tiempos de la literatura (y de las editoriales independientes) son bastante tiranos y quedó un poco relegada. Pasó el tiempo. La novela ganó un premio del Fondo Metropolitano al otro año y con ese aval volví a la carga.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Los temas son casi siempre los mismos. Me interesa mucho entrever las relaciones de la Historia y la Política como principales moderadores del accionar humano. Somos hijos de la época en que nos toca vivir. Y eso nos enfoca de determinada manera para luchar por ciertos objetivos. O perderlos. Para la generación de mi abuela, por ejemplo, el acceso a la educación para sus hijos era prioridad. Era algo de lo que se hablaba en la panadería o en los cumpleaños. Para la generación de mis padres, que fueron jóvenes en los 70s, de lo que hablaban en las panaderías y en los cumpleaños era de democracia. Y mi generación vio como la democracia mandaba a la bancarrota a todo un país, se robaron ahorros, estafaron jubilados, se demolió la educación y la ciencia. Para las generaciones más jóvenes las luchas pasan por otro tipo de libertad. Están más relacionadas con la diversidad sexual, con la posibilidad de dejar atrás cierto binomio en desuso. Y sobre todo el crecimiento de los movimientos feministas, lo cual celebro. Van detrás de un objetivo igualitario que me parece necesario. Creo que nunca hay que perder de vista cuestiones de clase, de derechos de los trabajadores, de redistribución de riquezas, de programas estatales en cuanto a educación y a inversión en ciencia. Estas cuestiones están siempre presentes a la hora de escribir.
¿Qué libros o autores recomendarías?
No descubro nada: Saer. Me parece el gran novelista argentino. Y Di Benedetto. De ellos recomiendo cualquiera de sus novelas. De los contemporáneos, me parece que Aníbal Jarkowski es alguien que debería ser leído por todos. De él recomiendo “Rojo Amor”. Y Gustavo Ferreyra me parece un escritor bestial. Las novelas “El Director”, “Piquito de Oro” y “Vértice” me parecen tres maravillas de la literatura argentina de los últimos años. Fabián Casas me gusta mucho. Alan Pauls también. Tengo un amor casi irracional por Silvina Ocampo: en los colegios debería incluirse como bibliografía obligatoria “Autobiografía de Irene”. Inés Garland es de las mejores cuentistas de la actualidad. Y ahora estoy esperando que salga el nuevo libro de cuentos de Clara Anich. Espero que sea pronto. Soy bastante fanático de W. G. Sebald. Escribió “Los Anillos de Saturno” y “Los emigrados”, entre otros. Emanuelle Carrere es otro escritor que me gusta muchísimo. Y Philip Roth nos sigue enseñando como escribir. Todo lo que leo de él es un manual sobre cómo hacerlo bien. Tiene un manejo estético muy interesante, y sobre todo, claridad y originalidad en cuanto a estructuras narrativas. Gustavo Espinosa, de Uruguay, me parece otro talento importantísimo.
¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
Creo que ninguno en particular. Me pierdo en la acción de todos los días. Tengo dos editoriales (Clubcinco y Sorojchi), soy parte de Grupo Alejandría (somos un colectivo de autores que nos dedicamos a la gestión cultural y la promoción de la lectura). Mantener esas actividades ya es un triunfo. Me hace muy feliz hacer lo que hago. Disfruto mucho. Tal vez sería momento de plantear un norte más claro, salir un poco de las trincheras. De todos modos, me gusta el barro, así que puede que me quede un rato más haciendo todo eso.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Están más relacionados con lo editorial. Acabo de lanzar el sello Sorojchi Editores, con el que estaré publicando autores latinoamericanos. Y el proyecto editorial de Clubcinco Editores me parece hermoso: el rescate y reedición de obras maravillosas que han sido descatalogadas. En cuanto a lo literario, con una lentitud exasperante, estoy trabajando en una novela sobre surf. En realidad, el surf es una excusa para poder escribir sobre el imperialismo cultural. Con el Grupo Alejandría (junto con Clara Anich y Jimena Ruth Rodriguez) estamos llevando a cabo un proyecto hermoso que se llama Mapa Literario con el que llevamos el ciclo al interior, o bien, estamos trayendo escritores del interior y del exterior a Buenos Aires. Grupo Alejandría es eso: tender puentes entre escritores y lectores. Ahora estamos haciendo esos puentes más largos. Y estamos muy felices de poder hacerlo.
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