La escritora Adriana Romano habló con Entre Vidas acerca de su novela Cuando deje de llover publicada a través de la editorial Modesto Rimba. Además, adelantó que está con varios proyectos entre los que se destaca una novela de amor con final feliz.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Soy una escritora rumiante, sin ritos, y si los hay los desconozco. Como las vacas que tardan en transformar el pasto en alimento, así en mí las palabras se toman mucho tiempo. Las vacas son curiosas y amigables, muy activas pero lentas en los procesos. Eligen el pasto con esos hocicos húmedos y miran mucho. Puro ojos para observar, oídos para las voces, olfato y gusto para los sabores. En mi caso, las imágenes -vengan del sentido que vengan- se criban en la fragua interna para colarse finalmente en el texto. Como dice, tan bien, Bea Lunazzi en un reportaje de esta misma revista: “No siempre la coreografía es frente al ordenador con un vaso de whisky, las colillas rebalsando el cenicero. A veces, muchas, se escribe en latencia, observando, atesorando casi sin ser conscientes”.
Si tuviera ritos, tendría un escenario garantizado, una forma de convocatoria de las musas, cierta certidumbre, saber que si sigo determinados pasos, las palabras van a venir y entraré “en estado”. Entonces, la casa sería algo así como las viejas salas de espera, “Silencio hospital” por “Silencio escritura”. Pero no, soy muy desordenada en ese aspecto. Muy activa e inquieta en la superficie, aunque nunca pierdo la quietud interna.
El único ritual que no desconozco, pero que no tiene que ver directamente con la escritura, o sí, tal vez, quién sabe, es el de detener el auto al costado de la Ruta 5, en la orilla del Salado, cada vez que viajo a 9 de julio, después que paso Alberti y antes de entrar al Partido de Bragado. Ahí, apago el motor, me bajo, piso la tierra y me quedo un rato frente al río. Es un encuentro tan amoroso.
¿Con qué frecuencia escribís?
Escribo a los saltos como leo, a los saltos, pasando de un texto a otro, me gustan mucho los clásicos y los nuevos escritores, también los manuales escolares, los resúmenes, los viejos libros de historia de autores absolutamente desconocidos; también los atlas, Wikipedia con su dudosa reputación y estar presente y en silencio no “ante” sino “en” el paisaje. Así que todo el tiempo estoy en estado de escritura- lectura aunque no me siente a escribir con método. O sea soy morosa, rumiante como te decía antes. En tiempos veloces, soy una vieja Olivetti.
¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la historia de tu novela Cuando deje de llover?
Un sueño. Volvía de mi primera clase de Tai chi en un estado interno perfecto. Me tiré a dormir la siesta y soñé. El sueño era tan vívido que, en cuanto abrí los ojos, me senté a escribirlo. Treinta páginas después supe que tenía entre manos una novela. Con ese sueño empieza Cuando deje de llover.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
Ése no era el título primario. Antes la novela tenía otro nombre: Milagrosamente en pie. Flavia Pantanelli me sugirió Cuando deje de llover, me dijo que ese título era menos místico y me convenció. Además el nuevo título alienta una cierta esperanza, y me convenció. Suelo ser muy obediente cuando entiendo las sugerencias. Al fin de cuentos, todo es de todos.
Para el que todavía no leyó la novela, ¿con qué se va a encontrar?
Es la historia del odio de un padre hacia su hija, bastante doloroso e inexplicable. Y a la vez el entrecruzamiento de la historia personal y la de este país que suele volverse incómodo y que parece odiar a sus hijos. El contexto es la inundación del 84 en la Provincia de Buenos Aires y la vuelta de la Democracia. Muchas heridas por cerrar.
¿Qué repercusiones tuviste respecto de los lectores de la novela?
Enormes, no hay día que no reciba algún comentario de los lectores que leyeron, están leyendo o acaban de leer la novela y que no pueden desprenderse de su paisaje emocional y físico.
¿De qué tema que todavía no escribiste tenés pensado hacerlo próximamente?
Los temas me toman por sorpresa. Se ve que los voy digiriendo despacio, para volver a la metáfora de los rumiantes, y luego aparecen en el papel y se me imponen cuando estoy garabateando en algún bar en una servilleta o en el cuaderno que siempre llevo conmigo. Así que no sabría decirte qué tema va a aparecer. Sí me gustaría trabajar un híbrido que mezcle historia, ficción narrativa y poesía.
¿Cómo nace la editorial Modesto Rimba?
Modesto es una idea inicial de Mauro Lo Coco y Santiago Castellanos. Ellos me convocaron para colaborar como editora a cargo de la colección de rescate de obra.
¿Qué criterio utilizan para la elección del material que publican?
La calidad literaria, siempre.
¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
Soy una persona sin objetivos. Vivo ahora, hago lo que el corazón me pide y gozo, eso significa avanzar en la experiencia sin expectativas, haciendo lo que elijo hacer con enorme entrega. Lo que en nada significa irresponsablemente. Me fascina el proceso, gestionar con otros, que siempre me provoca un estado de sorpresa y agradecimiento frente a los resultados. Aún cuando los logros no sean en apariencia fabulosos, los resultados son pura delicia, pura conciencia. No se me pasa por la cabeza alcanzar metas, convertirme en ”alguien”. Si en lugar de la escritura, amara la carpintería trataría de disfrutar de la madera, del olor del aserrín y no tendría objetivos para el mundo carpinteril.
En cuanto al ambiente literario me encanta compartir con los que amamos los libros. Leer a mis colegas, de la nacionalidad que sean, tanto si están empezando y su producían es inmadura como si han alcanzado maestría en el oficio; es algo así como husmear en la historia de estos dos siglos sobre los que estamos a caballo. Pero, además, si sumo las voces de mis contemporáneos a la de los antiguos consigo vislumbrar el proceso de esta humanidad, la misma genética en otros tonos. Las mismas preguntas sin respuesta frente al enigma. La corroboración de esa hermandad me provoca una enorme alegría.
¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Unos cuantos: La caída de Roma de Anne Carson. Las aventuras de la China Iron de Cabezón Cámara. Los pájaros de la tristeza de Luis Mey. La débil mental de Ariana Harwicz. Safo (en la nueva traducción de Mondadori). Noches azules de Joan Didion. Mi sabiduría es arruinarla de Mauro Lo Coco. Adios, hasta mañana de William Maxwell. Lo que trae la niebla de Marcelo Rubio. Los árboles de Hugo Correa Luna. El alma de Gardel de Levrero. El minero de Natsume Söseki. La habitación alemana de Carla Maliandi. El libro de cocina de Petrona C. de Gandulfo. Historia antigua de Levene. Hormigas de Bea Lunazzi. Cuadernos de lengua y Literatura. Volumen 10 de Mario Ortiz. Tríptico del desamparo de Pablo Di Marco. Recorre los campos azules de Claire Keegan. El mensajero tardío de Leons Briedis. La Biblia (autor desconocido jaja). La Odisea, Doctor Fausto (2da parte) y la Eneida. Heceme lo que quieras de Flavia Pantanelli (siempre). El cuerpo en la batalla de Fernanda Nicolini …… y podría seguir. Todos conversando sobre mi escritorio, ahora, todos abiertos y leídos completos o a medias.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Ando dando vueltas con varios proyectos, el que me tiene “convocada” es una novela de amor con final feliz. Un desafío, sin dudas, para no caer en lugares comunes.
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