lunes, 24 de diciembre de 2018

Jesús Iribarren: “Sin temor a equivocarme, quién se aferra a la fe, lleva mejor la existencia”




El escritor Jesús Iribarren habló con Entre Vidas de su libro de poesía Pasó el reviente publicado por la editorial Ojo del Mármol y adelantó que trabaja en la corrección de nuevos poemas.





PH Marcelo Pedro

¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
No soy de tener rituales, porque generalmente cuando empiezan a incubar las ideas es en lugares incomodos, saco mi libretita y anoto ideas sueltas, después en casa preparo el mate y, cada treinta minutos salgo a fumar un cigarrillo.

¿Con qué frecuencia escribís?
Trato de hacerlo todos los días, pero hace unos cuantos meses desordené la rutina y escribo cuando una idea que viene madurando vale la pena llevarla al papel. Soy muy obsesivo con la corrección y le dedico mucho tiempo, inclusive meses. Ahora estoy corrigiendo poemas que creo que nunca van a tener el tono que me gustaría, por eso borro y vuelvo a agregar, en una escritura inconformista que tiene vocación de infinita.

¿Quién te inculcó tu amor por la poesía?
Mi abuela escribía poemitas, pintaba cuadros y tocaba el piano, yo pasaba largas horas en su casa que estaba pegada a la mía, y creo que ahí está el germen. Mi vieja también me enseñó el valor de la poesía cuando me hacía escuchar música. Creo que en la adultez, aprendí a leer en profundidad esas señales que me dejaron como miguitas de pan en la infancia.

¿Por qué decidiste que tu libro de poesía se llamara Pasó el reviente?
Nació así, porque desde antes de pasarlo al Word, sabía que era una contracara de mi libro anterior Vergüenza, en el cual estaba presente cierta carga emocional donde las drogas, el alcohol, las pastillas, el descontento y esa voz áspera, tosca y desilusionada, predomina a lo largo del libro; ya en el segundo había una idea del post reviente, donde la contemplación de los males y el fracaso cotidiano toman vuelo. Es también un libro intenso, pero sin dudas, hay una madurez del narrador y sus circunstancias.

¿Cómo fue el proceso de selección de los poemas que aparecen en el libro?
Como siempre me ocurre, los fui descartando a medida que el libro se armaba, porque desde el primer poema hasta el último hay un orden y cierto hilo conductor que no me gusta revelar, porque cada lector debe interpretar lo que tenga ganas; es un garrón cuando alguien te explica de antemano un libro o un tema. Mejor, libertad.

¿Cuál es tu poema preferido del libro y cuál es el que destacan los lectores?
Como todo padre, no puedo optar. Te dejo el que mejores devoluciones tuvo de los lectores:

Olavarría, 5.30 am.
Salgo a la calle medio empedo a fumar un pucho,
las luces del parque de enfrente
se reflejan en el pasto mojado
por el rocío.
Dos autos estacionados afuera.
Un silencio matador
que se corta con el compresor de la estación de servicio
y un remis que pasa con las luces altas.
Como una trompada se me viene a la mente
la noche que fuimos a ver al Indio.
Pogueamos como locos y tomamos cerveza a morir;
fue una noche excelente y vos así despeinada
estabas mortal.

Apago el pucho con la suela de la zapatilla,
cierro la puerta —dos vueltas con llave—
y se acabó.

¿De qué temas se nutre tu escritura?
 Mis temas van desde la realidad cotidiana, hasta los libros que, con mucha pasión leo.  Hay temas que siempre son recurrentes y están en la desilusión de la vida y la humanidad.

¿Qué temas de los que todavía no escribiste te gustaría hacerlo en un futuro?
Sobre mi infancia en Pringles (que de a poco voy soltando algunos poemitas); el amor y la desilusión o su agotamiento; la muerte como fantasma que siempre está presente; la fe que es algo tan amplio más allá del culto que cada quien profese, y en mi caso es más complejo porque no creo en nada. Sin temor a equivocarme, quien se aferra a la fe, lleva mejor la existencia.

¿Qué libros o autores recomendarías leer?
Soy bastante ecléctico en mis lecturas. Te respondo por fanatismo: “La broma infinita”, de David Foster Wallace, con sus trescientas ochenta y ocho notas al pie y mil doscientas y pico de páginas; “2666”, de Roberto Bolaño; la poesía reunida de Fogwill; “El arte de narrar”, de Juan José Saer; Onetti, todo; la poesía de Vicente Luy; Héctor Viel Temperley; Anne Carson; Roger Wolfe; karmelo Iribarren; Leonard Cohen; Alejandra Pizarnik; Nicanor Parra; Charles Simic; Michell Houllebeqc. Y por último, me sorprendieron las novelas “Movimiento único” de Diego Gándara y “Como si existiese el perdón”, de Mariana Travacio.

¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Ojo del Mármol
Le mandé un mail a Valeria De Vitto preguntándole si podía pasarle un manuscrito, y ella con la mejor onda y su amoroso trato me dijo que sí.

¿En qué nuevo proyecto estás trabajando actualmente?
Ordenando el caos. Estoy pelando ramitas de un arbolito que apenas asoma. Hay muchos poemas sueltos que necesitan irse para siempre, y otras reescrituras.
Hice un taller de novela con Carlos Chernov, y mis fallidos intentos han quedado por la mitad. Tengo el síndrome de la página 80. No paso de ahí. Me frustro fácil.



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