El escritor Héctor Prahim habló con Entre Vidas de su libro El pabellón de los animales domésticos publicado por Indómita Luz Editorial y contó que los cuentos que componen la edición son cápsulas autónomas concatenadas por un mismo color narrativo, para dinamizar y oxigenar la lectura.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Busco leer algo potente, que me conmueva, salgo a caminar, me tomo un micro a cualquier parte, miro una película, escucho música, voy al puerto a mirar los barcos pasar, intento instalarme en el movimiento, intento retroceder, meter el cuerpo en cierta insatisfacción, y salir a lo que llamo “estado de gracia”, para obsesionarme con lo que escribo. Marguerite Duras dijo: Estar sola con el libro aún no escrito es estar aun en el primer sueño de la humanidad. Me gusta eso. Fijate que la invención de la escritura, se calcula, fue hace 3000 años antes de Cristo, y aún hoy se escribe, y se seguirá escribiendo en alguna de las lunas heladas de los planetas gigantes que colonicemos. Sin ánimo de sacralizar la literatura, me parece que la escritura como práctica, es uno de los actos mundanos más espirituales y movilizadores que tenemos.
¿Con qué frecuencia escribís?
Escribir, no escribo siempre, eso sí, intento “corregir” todos los días, a raja tabla, en papel y después lo paso a computadora. Porque puntual, Mauro, el proceso creativo de un cuento es más espaciado, al menos en mí, que llego a la historia por pura intuición, tanteando, es decir que, en un día bueno, en “estado de gracia”, puedo llegar a tener un cuento crudo, pero me llevará meses corregirlo, documentarme, encontrar el tono y las palabras justas. No me quejo de eso, el proceso creativo me parece una angustia placentera, que reconforta más cuando algunos párrafos con lo que venís luchando, aun así, con algo de insomnio y obsesión, entregan su máxima belleza.
¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro El pabellón de los animales domésticos?
Hace algún tiempo, nos juntamos con Valentina Vidal, Marcelo Rubio, Miguel Sardegna y Guadalupe Faraj para trabajar distintos proyectos de novelas, en uno de esos encuentros hermosos, cerveza de por medio, hablando de la intensidad narrativa, Valentina dibujó en el aire la silueta de un dragón, dijo que la novela siempre necesitaba momentos altos y bajos, explosiones controladas, como la silueta de ese dragón, porque de lo contrario se corría el riesgo de anestesiar al lector. Eso quedó grabado en mí. Al tiempo, y como suele pasar, mi naturaleza de cuentista se impuso, y la selección para armar mi libro se basó en eso, en administrar la intensidad, en distribuirla, en hacerla correr como si fueran capítulos. De esa forma, el libro tiene la espina dorsal de una novela, pero con cuentos que son cápsulas autónomas concatenadas por un mismo color narrativo, para dinamizar y oxigenar la lectura.
¿Cuál fue la imagen disparadora del cuento que le da el nombre al libro?
Por lo general, gran parte del año extrañamos la casa colorida, llena de flores y pájaros que alquilamos en Mar de Ajó, en el barrio “El Silvio”, donde solemos instalarnos un mes y algo para las vacaciones. Allí me gusta levantarme temprano y hacer algo de ejercicio, leer y corregir un buen rato, después bajar a la playa con mi perro, a caminar por esas amplias llanuras costeras que antiguamente, sirvieron como pista de aterrizaje para los aviones que traían el correo y los diarios de la Capital. Vuelvo a la casa con pescado fresco y pan, y espero a que la familia termine de despertar para prepararles el desayuno. Después, bajo el sol cálido de la media mañana, siempre con música, nos ponemos a planificar nuestro largo día de playa. Quizás, ahora que lo pienso, no haya sido una imagen el gran disparador del cuento que mencionas. Es muy probable que a lo largo del tiempo, esa geografía atlántica haya macerado en mí un escenario narrativo.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
Me parece que fue una forma justa de decirle gracias a ese cuento, porque me dio todo, porque cuando llegó, coincidió con el nacimiento de Luciana, mi segunda hija, hasta entonces solo tenía cuentos muertos, disecados, desde ese momento entendí cómo tenía que contar, y así lo hice, y mi escritura viró para siempre.
¿Cuál es el cuento que más te gusta y cuál es el favorito de los lectores?
Son varios, y cada uno me dejó algo, pero si tengo que definirme por uno, ese es la “Densidad del agua”, quizás porque llegó en medio de mi crisis de los 40, y me sostuvo, y fue mi refugio hasta que pasó el temporal. Este año, el ayuntamiento de Bilbao, lo publicó bajo el nombre “Aflicción”, en una edición formidable para toda España, donde me doy el lujo de compartir cartel con escritores geniales como Antonio Tocornal, Jack Babiloni y el maestro Manuel Moya. Ahora si hablamos de los cuentos más renombrados entre los lectores eso son: El pabellón de los animales domésticos, El rectángulo exacto donde estuvo mi cama matrimonial, Temporada de nidos en el garzal y Una voz cálida y humana al otro lado de la línea.
¿Cómo se dio la posibilidad de publicar el libro con Indómita Luz Editorial?
Cuando el libro fue premiado en Casa de las Américas, recibí varias propuestas de editoriales. Diego Ardiles ya me había contactado, pero pasó un tiempo hasta que pudimos juntarnos a tomar un café y escucharlo contar el proyecto de Indómita Luz, proyecto que me interesó de inmediato, y no me equivoqué. Una vez, Martín Sancia Kawamichi, me dijo que el texto escrito es de uno, el texto con el que convivimos por años, el texto que corregimos, una y otra vez, pero que en definitiva, el libro también pertenecía a toda esa gente que trabajó para ponerlo en pie: editores, correctores, diseñadores, distribuidores, reseñadores, libreros y lectores. El equipo de indómita luz me trató y me trata con un profundo respeto y cariño, como suelen tratar a los libros.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Esto es algo que charlamos seguido con Roberto Montaña y con Ariel Coronel, cada vez que nos juntamos a comer, o a tomar un café: las obsesiones en nuestra narrativa, la autodestrucción, la desigualdad, el valor de estar vivo, la fragilidad de nuestras emociones, y por sobre todas las cosas, la soledad profunda que experimentamos en esta época de nativos digitales y globales. Si no me equivoco, creo que fue en el 2018 que la entonces primera ministra británica, Theresa May, anunció la creación de una dependencia gubernamental especial, que medios como The Guardian señalaron como el primer Ministerio de la Soledad. Y sí, aunque la primera impresión resulte ridícula, es un hecho, un flagelo tangible y humano de la vida moderna, eso, que cada vez estamos más solos.
¿De qué tema todavía no escribiste pero te gustaría hacerlo en un futuro?
Siria fue la nación de mis abuelos, Siria, que según la ONU, es el mayor desastre humanitario del siglo. Siria me duele, Mauro, la masacre sistemática de su población civil. En el libro hablé de los desplazados, incluso mis personajes son migrantes de sus propias vidas, pero en algún momento me gustaría que mi escritura se vuelva una caricia, un alivio hermano para Siria y para los desplazados, los dolientes del mundo.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
El pabellón de los animales domésticos me ha dado muchas satisfacciones, y tengo algunas propuestas lindas para mi segundo libro, a lo largo del tiempo iré contando. Por lo pronto, leo, salgo a caminar, me tomo un micro a cualquier parte, miro una película, escucho música, escribo, y la mayor parte del tiempo, sueño.
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