lunes, 20 de agosto de 2018

Mariana Travacio: “Cada cuento nace del fallido anterior, son meros intentos de bordear lo que sigue reverberando, insistente y sin respuesta”






La escritora Mariana Travacio publicó el libro de relatos Cenizas de carnaval a través de Tusquets Editores y le contó a Entre Vidas que actualmente anda explorando la noción de fracaso: sus inflexiones, sus rarezas, sus azares.




¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
No muchos. A veces creo que ninguno. Más que rituales, creo que tengo algunas preferencias. Prefiero el silencio, por ejemplo, pero eso es relativo: me he encontrado escribiendo rodeada de ruidos. Prefiero el teclado de una computadora al esfuerzo de la manugrafía, pero eso también es relativo: últimamente me encuentro garabateando cuadernos, hojas sueltas, servilletas. De todas formas, sí, prefiero la quietud, la soledad, el silencio.

¿Con qué frecuencia escribís?
De distintas formas, y con distintos fines, escribo a diario. Las ideas precarias, en cuadernos sueltos. Las frases que sobrevienen, en servilletas o en pedazos de papel. A veces son escenas que aparecen de golpe. Eso va siempre en papeles sueltos. Lo curioso es que suelo perderlos, es raro que vuelva sobre ellos. A veces los reencuentro, pero pasaron años. No obstante, es como si el acto de escritura los hubiera dejado grabados, disponibles para cuando me hicieran falta. Me encuentro retomándolos, años después, frescos, como si acabasen de sobrevenir, cuando me siento, en silencio y de noche, en mi estudio, a escribir.

¿Por qué decidiste que el libro de relatos se llamara Cenizas de carnaval?
El título del libro se lo debo a mi editora, Paola Lucantis. El manuscrito se llamaba Como veneno en abril. Pero yo venía de publicar una novela que se llamaba Como si existiese el perdón: decidimos abandonar la insensatez de que ambos títulos comenzaran con la misma palabra. Y así anduvimos, con este tema dando vueltas, durante varios meses. Hasta que una tarde, en casa, en pleno proceso de edición, Paola sugiere ese título: Cenizas de carnaval. Me pareció un hallazgo; la mesa estaba plácida y plagada de papeles: sentí que ese nombre permitía condensar el recorrido del libro.

¿Cuál fue la imagen disparadora del relato que le da el nombre al libro?
No sé si Cenizas de carnaval nace tanto de una imagen. Creo que surge más de una obsesión. Lo escribí siete veces, con siete narradores distintos: siete puntos de vista. Fue un infierno, pero estaba obsesionada. Había muerto un familiar. Estábamos en el velorio. La esposa, anciana, sentada al lado del cajón, inmóvil, toda la noche, sin que se le perdiera un instante de esa noche a su lado. Al día siguiente, se puso de pie sólo para seguirlo hasta el cementerio. Después volvió a su casa, se acostó a dormir y ya no volvió a despertarse. Este cuento nace esa perplejidad. ¿Qué muertes son esas?, ¿de qué muere esa anciana?, ¿de amor?, ¿de frío?, ¿de ausencia? No sé. Como si nos pudiéramos morir a puro empeño de morir, al día siguiente, por mera decisión, como quien baja la térmica. Algo de eso me interpeló profundamente y me obligó a escribir este cuento.


¿Cómo surge la elección del epígrafe, fragmento de Chico Buarque?
“Pero si con la edad nos da por repetir ciertas historias -dice Chico- no es por demencia senil, sino porque algunas historias no paran de ocurrir en nosotros hasta el final de la vida”. Creo que lo elegí porque me pareció que daba cuenta de la estructura del libro: la repetición como intento de elaboración de lo indigerible, de lo traumático: de lo que no tiene nombre. La sucesión de historias, a lo largo del libro, no hace más que recorrer esa misma cosa: la noción de ausencia, algunas formas de la fragilidad, la incertidumbre.

¿Qué diferencias notás entre tu anterior libro de relatos Cotidiano y Cenizas de carnaval?
No lo sé. Cada cuento, de cada libro, tiene su propia génesis y su propio proceso de escritura. Pero los cuentos son riesgosos; como decía Bolaño, “nunca aborde los cuentos de uno en uno; si uno aborda los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte”. Y a veces creo que es eso: cada cuento nace del fallido anterior, son meros intentos de bordear lo que sigue reverberando, insistente y sin respuesta.
¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Tusquets Editores?
Me escribió la querida Paola Lucantis. Poco después estábamos en un café, en el barrio de Congreso, conociéndonos. Fue bellísima la experiencia y yo le estoy muy agradecida.

¿De qué temas se nutre tu escritura? 
Supongo que de los mismos temas que nos conciernen a todos desde el inicio: el amor, la vida y la muerte. Como decía Rulfo, estamos contando lo mismo que han contado desde Virgilio. El tema es cómo lo contamos, de qué forma, con cuáles artificios. Estoy de acuerdo con Rulfo. Creo que el gran tema, en literatura, es el asunto de la forma.

¿De qué tema todavía no escribiste pero te gustaría hacerlo en un futuro?
No tengo la menor idea. Me voy dejando llevar. Me importa que aparezca una voz. Después, la escritura se limita a escuchar esa gramática. Y es la cadencia de esa voz la que compone la historia. Y prefiero que eso siga así. Como decía la querida Duras: “si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena”. Me interesa precisamente eso: la escritura como acto de descubrimiento.

¿Qué libros o autores recomendarías?
Siempre me cuestan las listas. Siento que dejo afuera, o que me olvido, o que cada día puedo dar una lista distinta. Son tan azarosas, las listas, y tan arbitrarias. Pero, bueno, desde la arbitrariedad de hoy, mientras me gana el fin de la noche, digo: los cuentos de Clarice Lispector; los ensayos de Pascal Quignard; La tinta de la melancolía, de Jean Starobinski; La monja alférez, de De Quincey; El orden natural de las cosas, de António Lobo Antunes; La escoba del sistema, de David Foster Wallace; Exploradores del abismo, de Enrique Vila-Matas; El testamento de O’Jaral, de Marcelo Cohen; Alexis o el tratado del inútil combate, de Marguerite Yourcenar; Los límites del control, de Yamila Bêgné; Deslinde, de Debret Viana.

¿En qué otro proyecto estás trabajando actualmente?
Ando explorando la noción de fracaso: sus inflexiones, sus rarezas, sus azares.

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