domingo, 18 de septiembre de 2016

Juan Carrá: "Entre la primera y la última novela siento que hay un proceso de maduración de la prosa"





El escritor Juan Carrá publicó la novela Lloran mientras mueren con la Editorial Vestales. La novela tiene como protagonista a una asesina a sueldo que mata a sus víctimas envenenándolas con cianuro para que paguen por querer tapar un abuso sexual. También, hay un periodista tratando de descubrir que se oculta tras cada asesinato. La novela no da respiro en ningún momento y tiene la venganza en primer plano. El autor estuvo hablando con Entre Vidas de su reciente publicación y de los proyectos en los que está trabajando.




¿Tenés algún ritual en el momento previo a ponerte a escribir?
Escribo cuándo y cómo puedo. Lo que sí, escribo casi todos los días, ya sea en la computadora o en una libreta que llevo a todos lados. Si estoy con un proyecto en la cabeza, trato de dedicarle al menos una hora diaria. Los jueves curso clínica de obra con Julián López, entonces el viernes suele ser el día que le dedico más tiempo a correcciones.

¿Cuál fue la imagen disparadora que da inicio a la historia de tu novela Lloran mientras mueren?
Quizás son tres. Por un lado, las ganas de poner el foco en la clase media para poder contar el delito en ese estrato social. La idea de la venganza, la justicia por mano propia, que ya había trabajado en Criminis Causa, pero en esta tipo de estructura. Por otro lado, por entonces leí la crónica Tres tristes tazas de té, de Leila Guerriero, que trata sobre la famosa envenenadora de Monserrat, Yiya Murano. El texto arranca con la frase: "Lloran mientras mueren. Los envenenados con cianuro, lloran mientras mueren". Entonces supe que quería usar esa imagen poéticamente trágica para una asesina con características de femme fatale. Una tercera idea que aparecía era poder contar un típico delito del capitalismo que es la corrupción y la impunidad.

¿Realizaste alguna investigación previa acerca de los efectos del cianuro?
Sí, tuve acceso a material científico de los usos y efectos del cianuro, pero sobre todo tuve una entrevista con un forense que me explicó en una clase magistral todo lo que tiene que ver con cómo actúa el veneno cuando entra al cuerpo. Parte de esa entrevista está trabajada en uno de los capítulos del libro. La investigación previa en la ficción es muy importante para la construcción del verosímil. Más en el caso de las novelas de género que trabajan en el marco de un realismo tan cristalino.

¿Por qué decidiste que la protagonista de la novela sea una asesina a sueldo?
Quería usar una mujer como personaje central y para esta trama la idea de usar a una killer fue la que mejor cuajaba con cómo quería que esa mujer se moviera en un universo (la novela negra) que suele ser propio de los hombres. Por otro lado, me parecía interesante jugar con la idea de que las tres posibles víctimas fueran tipos del poder acostumbrados a concebir a la mujer como objeto, incapaz de poner en peligro sus influencias. Dicho de otro modo, era entrarle a esos tres desde el flanco más débil: su machismo.

En Lloran mientras mueren se tocan los temas de la corrupción y de la justicia por mano propia, ¿te basaste en algún caso que hayas seguido como periodista?
No. Son dos temas propios del sistema en el que vivimos, intrínsecos a él. Por lo tanto, todos estamos en contacto cotidiano tanto con uno como con otro. Sí es verdad que trabajar desde el periodismo en el mundo judicial te permite ajustar el verosímil. Pero todos todo el tiempo tenemos conocimiento de historias de abusos que terminan impunes. Y cuando el Estado falla aparece la idea de la venganza como forma de resolver esa falla, lo cual se vuelve como mínimo peligroso.

¿Qué cambios notas en vos como escritor entre tu novela Criminis Causa y tu nueva novela?
Lloran mientras mueren es una novela que escribí apenas terminé de escribir Criminis, después vino Lima, aunque se publicaron en orden invertido. Entre la primera y la última novela siento que hay un proceso de maduración de la prosa. Un despojo del periodista para darle paso al escritor. Me parece que cada nuevo libro va quedándose con lo mejor del anterior y mejorando los puntos flojos. Esto es un camino que se hace a fuerza de trabajo, humildad y sobre todo sabiendo escuchar a quienes hacen observaciones para poder poner en crisis tu propio trabajo y así seguir creciendo.

¿Cómo nace tu amor por el género negro?
Como lector. Chandler fue un descubrimiento para mí. Y a partir de él fui buceando en el género hasta que me topé con un estilo muy propio en Leonardo Oyola y entonces supe que era ese tipo de literatura la que me identificaba.  Cuando lo leí a Leo (Santería fue el primero) sentí lo mismo que cuando leí por primera vez a Arlt. Voces potentes que cuentan al sujeto del margen y con un lenguaje cercano a esos universos.

¿Cómo ves el momento actual del policial negro?
Es un momento muy prolífero lo cual es muy bueno, sobre todo cuando tenés la suerte de cruzarte con los autores en festivales o ferias. En esos momentos se viven momentos muy interesantes, además de divertidos. La obra de uno crece en el debate y en el comentario con los colegas. La colección Opus Nigrum de Vestales está incorporando autores que vienen de un recorrido en otras editoriales como Daniel Sorín, mientras que Negro Absoluto –dirigida por Juan Saturain- volvió a ocupar un lugar en las librerías y eso suma mucho para el género. Ni hablar el surgimiento de editoriales como Revólver que tiene un catálogo muy importante y que está dándole lugar a nuevas voces y a otras ya consagradas.

¿Qué autores contemporáneos de novela negra recomendarías?
Por suerte hay muchos que me gustan. Recomiendo a Oyola y Kike Ferrari. A Raúl Argemí, Guillermo Orsi. Creo que la última novela de Juan Mattio, Tres veces luz, es una joyita imperdible. Igual Noxa de María Inés Krimer y el trabajo de Alicia Plant; dos mujeres que son un claro exponente de que este género ya no es cosa de tipos. Galgo, Marcos Almada. Los hijos de Saturmo, de Javier Chiabrando me pareció muy buena y con un componente como el humor jugando en primer plano, cosa que no abunda en el género. La obra de Ezequiel Dellutrie, Sebastián Chilano y del resto de mis compañeros de colección en Vestales son muy interesantes.  Tengo para leer ahora, Paraná de Pablo Forcinito, que promete; y estoy a la espera de Dogo de Nicolás Ferraro, que se publicará pronto. Por otro lado, sin ser una novela estrictamente de género, pero que sí se toca todo el tiempo con algunas cuestiones que son típicas, recomiendo mucho la novela de Mariana Travacio, Como si existiese el perdón; en este mismo plano metería la última de Esteban Castromán, “La carta dimensión del signo”. Seguro me olvido de alguien, porque como te decía, somos muchos y mucho bueno.

¿Qué  posibilidades hay de ver una historia tuya en teatro o en cine?
Es algo que no depende de mí. Sí, me encantaría que suceda. Sería un honor que un director de cine, teatro o televisión o de cualquier tipo de adaptación, elija un texto mío para hacer una obra propia. Ojalá ocurra.

¿En qué proyectos estas trabajando actualmente?
Estoy trabajando una novela que busca correrse del género negro, aunque tiene sos toques. Va de un represor en prisión domiciliaria que su contacto con el exterior, además de algunas escapadas, es a través de la chica que limpia en su casa. Es una historia que busca meterse en el universo íntimo de un personaje tan nefasto como este, en ese micropoder que se teje dentro de una casa entre el patrón y una trabajadora, y sobre todo en cómo me interesa trabajar las intimidades de esos dos personajes que tienen una extraña simbiosis.  Además estoy releyendo una novela que terminé el año pasado en la clínica de Julián López. Se llama “No permitas que mi sangre se derrame” y es una especie de wester entre dos bandas de delincuentes que ponen en disputa el territorio en la villa y en la cárcel. Las bandas están inspiradas en santos populares y en arcángeles, así que hay un trabajo de intertextualidad fuerte con muchas obras religiosas.


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