miércoles, 19 de octubre de 2016

Esteban Castromán: “Para mí escribir es especular”





El escritor Esteban Castromán publicó su libro La cuarta dimensión del signo con la Editorial Alto Pogo y analizó para Entre vidas su flamante novela en la que un hombre común se convierte en un asesino serial. Además, adelanto un pequeño fragmento de su novela corta llamada CASATANQUE.




PH Mailen Albamonte

¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Siempre varían. Por lo tanto, tal vez no sean rituales.

¿Con qué frecuencia escribís?
Intento ponerme dos o tres noches por semana.

¿Cuál fue la imagen disparadora de tu novela La cuarta dimensión del signo?
Algunos años atrás, durante cierta tarde chiflada en una terraza de Villa Crespo, con un gran amigo fabulábamos la posibilidad de escribir una historia de venganza urbana motivada por la promesa publicitaria no cumplida de una fábrica de puertas blindadas. Así empezó todo.

En un fragmento del libro el protagonista dice que tras la muerte de su familia descubrió que su única misión en este mundo era la de asesinar a todos aquellos que tuvieron algún grado de responsabilidad. ¿Por qué decidiste convertir a un hombre común en un asesino serial?
Para mí escribir es especular. Por lo tanto, cada vez que escribo me interesa especular con las infinitas posibilidades en que lo extraordinario podría irrumpir y transformar el supuesto orden de estabilidad cotidiana. La potencia de la ficción está ahí: en su capacidad para alterar la velocidad crucero de todos los días, destrabar el piloto automático, abrir boquetes hacia nuevos mundos.

Es inevitable comparar al protagonista de la novela con Walter White de la serie Breaking Bad. ¿Ese personaje te sirvió para construir al de tu historia?
El personaje de Walter White no, porque aún no ví la serie Breaking Bad, pero sin dudas el modelo conceptual que encarna: padre de familia, clase media, cierta infelicidad latente, pulsión de muerte contenida, irrupción novedosa que eyecta su lado B. En ese sentido, tal vez haya operado un recuerdo difuso de la saga de películas El Vengador Anónimo (con el actor Charles Bronson a la cabeza) que veían en mi casa cuando era chico.

Para las personas que todavía no leyeron el libro, ¿por qué se llama La cuarta dimensión del signo?
Porque se trata de un relato que mezcla universos paralelos que rara vez se juntan: la médula rancia de la academia con el espamento alienante de los cursos de inducción empresariales, cierto tipo de melancolía violenta con el sistema piramidal de ventas. O cómo sería ir en busca del sentido mediante una experiencia en alta definición. O hacia una gramática de la carne. O detener la mirada en el segundo plano de la pornografía. En cierto modo, “La cuarta dimensión del signo” es también un homenaje al cine giallo: aquel subgénero de origen italiano, derivado del thriller y el horror, que estalló en la década del 70.

¿Cómo se dio la posibilidad de publicar con la Editorial Alto Pogo?
Ya había participado en proyectos anteriores de la editorial. A principios de este año me propusieron publicar una novela. Y al toque empezamos a trabajar el texto con rigor quirúrgico y placer musical.

¿Qué libros de los que hayas leído últimamente recomendarías?
Dos fantasías espaciales, de Sergio Bizzio, publicado por Mansalva.

¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
En una novela corta o cuento largo titulado CASATANQUE que empieza más o menos así:

NOCHE.
Tras una cortina de agua sobre fondo negro la casa de enfrente persistía en el lugar habitual. Aunque su aspecto era difuso, como una versión de sí misma desordenada, fragmentaria y oscilante, con cierto tipo de sustancia óptica que tendía al error.
Horas más tarde, cuando dejó de llover y el cielo estaba despejado, pude ver la casatanque con bastante claridad, iluminada por la luna llena.
En su ventana lateral distinguí una anomalía que me llamó la atención.
Agudicé la precisión de mi plano: cortina naranja desplazada, alguien detrás, parecía un nene, un nene rubio con camisa.
Sí, era un nene rubio que vestía una camisa abotonada hasta arriba.
Desvié la mirada para examinar el resto de la casa y percibí un desfasaje entre lo que observaba y mi memoria: algo raro, una disparidad sutil, pero imposible de reconocer.
Pocos segundos después volví a enfocar la ventana y el nene ya no estaba.
La cortina naranja había recuperado su posición rígida habitual.

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