La escritora Natalia Leiderman habló con Entre Vidas acerca de su libro Starenka publicado por Caleta Olivia y contó que la figura de su abuela es el centro de gravedad sobre el que gira todo el poemario. Además, contó que junto a Patricio Foglia están terminando de corregir nuestra segunda traducción de Mary Oliver que saldría este año.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Moverme. Mover partes del cuerpo, mirar algo que se mueve, escuchar a alguien moviéndose; leer, y sobre todo leer algo que me llegue como una música. A veces el mismo escribir es el ritual necesario para escribir. Hablo de escribir lo más físicamente posible, como movimiento puro, como ritmo que luego te lleva, misteriosamente, a descubrir algo que te estalla entre las manos.
¿Con qué frecuencia escribís?
No soy ordenada. Este año pasé mucho tiempo sin escribir. Y de repente vuelvo a escribir casi obligándome, indignada; en general porque empiezo a necesitar alivio, representación, ver. Pero escribir no significa en absoluto escribir algo que valga la pena. Cuando pierdo la constancia, en general habilito un cuaderno y me digo: voy a escribir cualquier cosa, todos los días, y así empiezo. Como si se tratara de un conjuro para seguir viva. No me gusta que sea así, pero así es como me relaciono con la escritura, porque la necesito. Después dejo de necesitarla, le tomo el gusto a la vida tranquila, y el ruido empieza a pulirse.
¿Quién te inculcó tu amor por la poesía?
El a-mor a la poesía me lo inculcó el miedo. Yo no quería (no quiero) morir de miedo. Yo no quería que todo a mi alrededor me llevara puesta; quería entenderme, y entender a lxs otrxs, sentirlxs. Ser otrxs quería también. No hubo alguien en particular. Mi mamá me leía cuentos, y eso era hermoso y lo rescato como una parte preciosa de mi infancia (ese entusiasmo de seguir historias tan encandilada es irrepetible). Pero a la poesía como arma más inmediata y vital llegué en la adolescencia y primero a partir de canciones; más tarde mi tía me regaló la poesía completa de Alejandra Pizarnik. Y ahí fue mi sí definitivo, cuando me casé conmigo, como diría Thénon. Empecé a llevar los poemas como piedritas en los bolsillos, para apretarlos en el puño cuando me desesperaba: Aunque es tarde, es noche /y tú no puedes./ Canta como si no pasara nada/ Nada pasa.
¿Cómo fue el proceso de selección de las poesías que aparecen en tu libro Starenka?
Escribí mucho y durante varios meses. Tomé nota de todo. Mi abuela estaba viviendo en mi casa. Y el proceso de este libro fue, al principio, un tiempo extendido de observarla furiosamente. Yo estaba muy enojada. Hubo muchas notas que obviamente no llegaron a poemas, muchos poemas que no llegaron al libro, muchos poemas del libro que ni siquiera sé si son poemas pero ahí están. Porque creo que se hablan entre sí. Trabajé los textos con Osvaldo Bossi, quien me ayudó a ordenar, a poner en perspectiva, a entender, a desenojarme, a no ser despiadada con este personaje. A darme cuenta de acá yo porto la voz: no puedo ni debo ser cruel. Y creo, viéndolo en retrospectiva, que se trató de un camino de reconciliación, de entender a esa mujer profundamente humana, cruzada y recruzada por fuerzas ancestrales e históricas. Se trató de ejercer la ternura: por ella, y por mí. Yo salgo del libro entendiéndola, entendiéndome más: y también queriendo ser otra.
¿Cuál es tu poesía preferida del libro y cuál es la que destacan los lectores?
No tengo un poema preferido y necesito olvidarme de lo que escribo, estoy un poco en ese momento. Pero, por otro lado, no siento que haya poemas individuales sino una continuidad donde todo hace eco con todo. Igualmente sí hay un poema que destacan en general. Empieza así: ante todo/ no te culpo. Y es la pregunta a la que llega el poema –creo- lo que inquieta. El poema habla de la maquinaria de lo cotidiano sobre nosotrxs, nuestras decisiones, nuestros movimientos. Rebelarse no es fácil, incluso en este presente feminista de hermoso y poderosísimo abrir los ojos, en donde todo parece claro y distinto. Parece fácil, pero unx falla una y otra vez. Hay que tener cuidado porque puedo aplastar sin darme cuenta a otrxs en mi supuesta liberación. Si bien yo veo tan evidentes los sometimientos de mi abuela, ella vivió su vida con una pasmosa naturalidad, entonces: qué cosas estaré soportando/ yo ahora/ opacadas bajo el trabajo milimétrico/ de la costumbre. Todo es confuso y complejo. Hay que estar atenta, mirar mucho a mi alrededor, cuidarme de que el odio no tiranice mi mirada; mirar de verdad a quienes amo, hablar y tender redes de afecto activas, que crezcan desde la ternura: aprender y reaprender todo el tiempo. Aceptar, sobre todo, los límites y las contradicciones que tengo: no hay una fórmula suave y fácil para ser más libre. Yo tampoco he podido rebelarme. Es un trabajo constante. A veces hay momento luminosos, pero me siento frustrada en general. De ese fracaso, de esa vulnerabilidad, surge este poema.
¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con Caleta Olivia?
Ya había publicado en 2017 con Pablo Gabo una traducción (hecha junto a Patricio Foglia): “El pájaro rojo” de Mary Oliver. Estábamos en contacto y quería publicar con él así que esperé a que se diera la oportunidad; vengo desde el principio siguiendo su arduo trabajo como editor.
¿Qué diferencias notás entre este libro y el anterior llamado “Animales dorándose al sol”?
“Animales dorándose al sol” (El ojo del mármol, 2016) es probablemente un libro con un rejunte más caótico de poemas, escritos es momentos muy distintos. Sí hay obsesiones y preguntas que vuelven como qué es la juventud, qué la vejez, qué el deseo, qué el amor y por qué todo se destruye (ja). En Starenka hay un solo hilo del que tiré, un momento preciso en el que escribí; la figura de mi abuela es el centro de gravedad sobre el que gira todo el poemario. Digamos que tiene un funcionamiento más “en serie”, donde la individualidad de cada poema queda más bien desplazada y es más importante la resonancia de todos los poemas entre sí.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
No sé si la escritura se nutre de temas. O sea, podría decirte “temas”: diría que me nutro de estar desesperada, de ver que todo lo hermoso muere, de la rabia, del tiempo, del amor y su brillo insoportable; de la opresión, la extrañeza, el dolor. Pero eso no diría nada particular de mí. Los temas son -con ligeras diferencias, con ligeros cambios de énfasis - siempre los mismos. Creo que la poesía en particular se nutre más de un ritmo primitivo, de esa cosa medio invisible que es la vértebra musical que la pone de pie. Encontrar la voz, el ritmo propio, es el desafío que tiene cada poeta.
¿De qué temas que aún no escribiste te gustaría hacerlo en un futuro?
Como dije en la respuesta anterior, imagino que los temas van a ser siempre los mismos. Pero yo creo fervientemente en el efecto aleph que tiene un poema cuando es logrado o, yendo a la cuestión del “tema”, que tiene un tema cuando se roe desde el fervor, desde el apasionado compromiso. Un poema cava, va hacia abajo, hacia los cimientos, y busca conquistar algo que va muchísimo más allá de lo individual. Bueno, eso: para mí el buen poema es como la mónada leibniziana; es espejo de todo el universo. Más que otro tema, quiero ir más hasta el fondo.
¿Qué libros de poesía o autores recomendarías?
Es muy difícil esta pregunta, así que va un corte rigurosamente sincrónico de los libros que tirados (amorosamente, estoy mucho en el piso) alrededor mío por distintas razones: “Mundo de siete pozos” de Alfonsina Storni; “Museo salvaje” de Olga Orozco; “La bestia ser” de Susana Villalba; “Tres” de Osvaldo Bossi; “La casa de la niebla” de Elena Anníbali; “Transgénica” obra reunida de Gabby De Cicco; “La hermana la extranjera” de Audre Lorde (este es un ensayo pero vuelvo a él siempre como biblia poética). Y van de yapa tres jóvenas que tengo al lado de la compu right now: “Por mano propia”, De Melina Varnavoglou; “Contrato precario” de Micaela Szyniak y “Piedra grande sin labrar” de Verónica Yattah.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estamos terminando de corregir nuestra segunda traducción de Mary Oliver con Patricio Foglia. El libro se llama “El trabajo del sueño” y saldrá este año por Caleta Olivia si todo sale bien. Es un poemario que venimos trabajando hace más de dos años y nos fuimos enamorando cada vez más de su claroscuridad. Ojalá les guste.
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