miércoles, 9 de noviembre de 2011
Hugo Salas: “Me divierte pensar que Hugo Salas pueda terminar convirtiéndose en mi Ripley”
El escritor Hugo Salas publicó su primera novela “Los restos mortales” en la que el narrador de la historia recibe el nombre del autor dejando entrever que tiene mucho de autobiográfico. El libro cuenta como un asesino a sueldo llega a un pequeño pueblo patagónico con el fin de matar a la mamá de Salas. Entre las páginas de ésta novela maravillosa aparecen el sexo y la violencia, dos cosas que como señala el autor “son parte fundamental de la vida”.
¿En qué momento de tu vida decidiste que querías ser escritor?
Empecé a escribir muy chico, alrededor de los nueve años, y recuerdo que en el colegio secundario estaba absolutamente seguro (con esa confianza temeraria que suele tener todo adolescente) de que iba a ser escritor. Sin embargo, a los dieciocho dejé de escribir, y durante mucho tiempo estuve convencido de que aquello no había sido más que una vocación adolescente (si bien, en el terreno laboral, el periodismo iba convirtiéndome en un escribiente profesionalizado). Aunque fui gestando (y abandonando) distintos proyectos, recién a los 28 retomé seriamente la escritura, con plena conciencia de todo lo que implicaba. Recién ahí “decidí” ser escritor.
¿Qué fue lo primero que escribiste?
Lo más viejo de lo que tengo memoria –no conservo el material, afortunadamente– es una nouvelle escrita en tercer o cuarto grado, donde se contaba la historia de un asesino desesperado y vengativo (por aquel entonces no conocíamos todavía el concepto de los asesinos seriales, pero nos fascinaban igual). Comenzaba con una escena en que el protagonista (sospechosamente, un niño) asesinaba a un perro “en defensa propia”. Lo más probable es que haya sido una mala copia de El juguete rabioso, cruzado con fantasías vindicatorias propias de la edad.
¿Por qué decidiste que el narrador de tu primera novela “Los restos mortales” se llamara Hugo Salas?
Más allá de que la reiteración de mi nombre en el del narrador blanqueaba el contenido autobiográfico del libro, también me resultaba interesante ese doble gesto en términos del problema de la autoría, con los múltiples problemas que supone decir “yo” dentro del discurso literario. De hecho, me resulta raro que tantos escritores argentinos escriban sobre sí mismos (ya sea en términos realistas o idílicos) pero se cambien el nombre.
¿Fue difícil la construcción de la primera persona?
Cualquier voz, en literatura, es difícil de construir, aún la supuestamente propia (digo supuestamente porque me parece que nadie termina nunca de conocer su voz, su cuerpo, tal como los conocen los demás, como pura exterioridad… ¿quién no ha fantaseado con poder verse a sí mismo fuera del espejo?). En términos prácticos, el dilema de la identidad se resuelve entendiendo que uno es tan imaginario como cualquier otro personaje. Me divierte pensar que Hugo Salas pueda terminar convirtiéndose en mi Ripley (salvando las diferencias, claro está).
¿Cómo nace la historia?
Lo primero que tuve en claro fue el personaje de Pedro, un hombre cansado, rutinario, perdido en un hotel de mala muerte en medio de la Patagonia, más concretamente en la zona norte de Santa Cruz, donde nací. A poco de comenzar a escribir sobre él, descubrí que era un asesino a sueldo, lo que me planteó una pregunta, ¿qué corno hace un asesino a sueldo ahí? Y la respuesta surgió “sola”, o había estado esperando agazapada: entendí que ese hombre sólo podía estar ahí para matar a mi madre. Allí, justamente, comienza a producirse el cruce entre la invención (Pedro) y la autobiografía (mi madre murió asesinada, efectivamente, tal como se cuenta en la novela).
En alguna oportunidad has dicho que te intrigaba tu propia familia, ¿podrías contar qué es lo que te llamaba la atención de ellos?
La capacidad para resguardar su historia. Normalmente, todas las familias tienen una serie de relatos que contribuyen a aceitar la trama vincular, y como tales son públicos o al menos compartidos, y otros que se cuentan a escondidas, los secretos (vergonzantes o terribles). En mi familia, fundamentalmente la de mi madre, que era la más cercana a mí durante mi infancia, se producía algo muy extraño: todos los relatos, incluso los más anodinos y banales, recibían el tratamiento dispensado a los secretos, con lo que cualquier cosa que hubiese ocurrido antes del nacimiento de uno, se perdía en la más extraña e incomprensible de las brumas. Paradójicamente, la revelación solía hacerse de una manera bastante brutal y directa, sin mucho cuidado, y cuando el que entonces pasaba a recibir la historia acusaba recibo y daba cuenta de su impacto, todos reaccionaban con extrañamiento, como si se hubiese tratado de la cosa más pública y conocida del mundo, lo que a su vez servía para tapar otra parte de información. Un ejemplo concreto: durante toda mi infancia, mi madre organizaba cajas con ropa usada para “una gente pobre del pueblo” (el pueblo del que provenía su familia, en la provincia de Río Negro). Sin embargo, a los 14 años advierto que el domicilio no corresponde a ese pueblo y pregunto. Sin mucho preámbulo, mi madre me contesta que se trata de los hijos y nietos de mi abuela materna, la familia que armó luego de abandonar a mi abuelo, cuando ella era chica (hasta ese momento, sin saber muy bien cómo, yo suponía que esa abuela había muerto, sencillamente), que yo sabía perfectamente quiénes eran. La respuesta fue tan tajante que ahorró, por ejemplo, que yo preguntara hasta qué edad esa abuela había estado viva, y si yo hubiese podido llegar a conocerla (dato que ignoro al día de hoy). Este mecanismo tenía por resultado, desde luego, una familia muy intrigante, pero bastante literaria, al menos en su capacidad de aportar peripecias.
¿Tu historia familiar fue el motor que te impulsó a escribir la novela?
No, como señalé antes la novela, que es la historia de Pedro, se cruzó accidentalmente con mi propia historia… digamos que fue como un choque en cadena sobre una autopista, con los resultados predecibles para todos los involucrados.
¿Qué trabajo previo tuviste que realizar para construir el personaje de Lidia, la prostituta del pueblo?
Para mí, parte de ser escritor es ser curioso. No tanto para conocer/saber cosas, sino ante todo para afinar el oído y descubrir modos de habla. En ese sentido, el personaje de Lidia fue relativamente sencillo, porque a lo largo de mi vida conocí a varias trabajadoras sexuales, en su mayoría travestis, y eso me permitió traspolar muchos códigos y modos de relación. Por otra parte, creo que la prostitución no deja de ser un caso extremo de las condiciones laborales que la mayoría de nosotros vivimos bajo el capitalismo en su forma actual.
¿Siempre tuviste en mente el nombre de la novela o manejabas alguna alternativa? ¿Por qué recibe ese nombre?
Durante mucho tiempo, la novela no tuvo nombre, pero cuando apareció fue Los restos mortales, y por suerte nadie me pidió que barajara una alternativa. Me parece que compendia varias cosas: por un lado, la noción de la literatura como algo que se produce con restos (de charlas, de imágenes, de historias y en este caso hasta de mi biografía), y por otro, una noción psicoanalítica que siempre me gustó, según la cual todos somos, de alguna manera, el resto de la cópula de nuestros padres (percepción agravada, desde luego, cuando los padres de uno han sostenido una relación tan pasional). Esos restos, a su vez, son mortales en un doble sentido: mueren y matan. Y todo ello se condensa en esa frase fija, un poco fosilizada, que se utiliza como eufemismo para referirse a un cadáver.
En la novela aparecen varias situaciones de sexo y violencia, ¿la idea era apuntar a una historia dura?
No, en ningún momento hubo un afán “sensacionalista”, por llamarlo de alguna manera. Sencillamente, considero que el sexo y la violencia son parte fundamental de la vida. Tal vez lo que intenté pensar fue por qué, al menos en este momento particular de la historia, tienden a aparecer tan ligados.
¿Al mismo tiempo que escribías la historia leíste algunos libros dentro del género policial negro como para ayudarte en el proceso creativo?
Durante los períodos de escritura, suelo reservarme el acto de leer como un lugar que me libera de los materiales con los que estoy trabajando, por lo que comúnmente leo cualquier cosa que no tenga que ver con el tema. Sí he trabajado con anterioridad el género, en la literatura y sobre todo en el cine (que es mi principal espacio de investigación como crítico), pero no sentí la necesidad de volver sobre esos pasos durante el proceso de producción.
Hay escritores que escriben a partir de una imagen, otros no empiezan a escribir si no saben el final de antemano, ¿cómo es en tu caso?
Creo que a diferencia del cuento, que es un género mucho más técnico (y, por ende, en términos generales, suele tener un mayor grado de planificación, cierto avance más deliberado), la novela ofrece justamente el gustito de la búsqueda, del descubrimiento. Personalmente, ingreso en los proyectos novelísticos a partir de una situación, a la que sigue cierta configuración de personaje o personajes. Qué ocurrirá con ellos es algo que tengo que descubrir en el camino. De hecho, las novelas que están muy “organizadas” de antemano suelen provocarme cierto aburrimiento, porque esos materiales están, de alguna manera, exhibidos desde el comienzo.
Por último, ¿en qué proyectos estás trabajando actualmente?
Mientras avanzo sobre dos proyectos de novela de los que no tengo mucho para decir de momento, intento organizar un volumen de relatos y textos breves, sin título todavía, probablemente para publicar en 2012 o 2013.
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