domingo, 13 de noviembre de 2016
Néstor Darío Figueiras: “Si uno intentara escribir para un lector ideal, su obra sería cualquier cosa menos genuina”
El escritor Néstor Darío Figueiras publicó el libro de cuentos El cerrojo del mundo está en Butteler a través de la editorial Textos Intrusos, en el mismo uno puede encontrarse con historias que pasen por diversos géneros entre los que se encuentran la ciencia ficción y la fantasía. El autor señaló que el editor Hernán Casabella le acercó la propuesta de publicar su libro ya que antes había formado parte de una antología llamada Umbrales y crepúsculos.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Casi siempre pongo música, algo de rock progresivo, o heavy metal… O lo que sea, mientras sea algo que me guste. Últimamente repito mucho el soundtrack del animé coreano “Wonderful Days”. Me parece hermoso, muy inspirador. Muchos relatos surgen de la música que escucho. Por ejemplo, Danza-sobre-un-volcán, el protagonista de “En el museo de los Sueños Verdaderos”, debe su nombre a “Dance On A Volcano”, la canción de Genesis que abre el disco “A Trick of the Tail”. Otro “ritual” es caminar, cuando tengo el tiempo para hacerlo. Una buena caminata por la ciudad (también con música en los auriculares) me mete en algún clima particular, una atmósfera que necesito invocar para que se desarrolle la historia. Puedo tener la idea en más o menos delineada en mi mente, pero sin ese clima especial —que es único para cada historia—, es difícil que el relato se concrete. Y de ese modo, muchos cuentos quedan ligados a ciertos sitios de Buenos Aires, los cuales pueden estar presentes en la historia o no. Más de una vez tuve que volver a determinados lugares para poder empaparme de ese clima y poder terminar un relato. Me pasó con “Una nota que garpe”, publicado por Ediciones Ayarmanot en la antología “Buenos Aires Próxima”, un cuento largo donde la Facultad de Agronomía y La Paternal son algo más que el escenario. Y también con “El cerrojo del mundo está en Butteler”, cuyo verdadero protagonista es el pasaje Butteler, cerca de Parque Chacabuco.
¿Con qué frecuencia escribís?
Escribo mucho menos de lo que quisiera. Trato de hacerlo todos los días, pero me cuesta mucho lograr esa continuidad. Y no siempre por falta de tiempo. Escribir es para mí una tarea muy ardua. Pero a la vez me resulta muy seductor. Un placer trabajoso, más que un trabajo placentero. Admiro mucho a los colegas que tienen un gran nivel de producción —“admiro” es un eufemismo para “envidio”—, y espero alguna vez alcanzar un ritmo sostenido.
¿Cómo fue el proceso de selección de los cuentos que aparecen en tu libro El cerrojo del mundo está en Butteler?
No fue una selección difícil. Hernán Casabella —alma mater de Textos Intrusos— me dio una mano grande para elegir los mejores relatos entre los que le mostré. En realidad es un libro bastante ecléctico, a pesar de que las temáticas de los cuentos siempre rondan en torno a la ciencia-ficción y el fantástico, o el “cuento extraño”. No hay un hilo conductor, o parece no haberlo a simple vista, aunque creo que algunos tópicos se repiten, como el uso del poder, la memoria, o la intrusión tiránica de la tecnología en los cuerpos.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
La sugerencia para el título también vino de Hernán. A pesar de que es un título largo, a él le pareció muy sonoro e idiosincrático, con mucho “gancho”, por la referencia barrial (y futbolera también, aunque el cuento nada tenga que ver con el deporte favorito de Borges). Al principio a mí no me sonaba, pero al ver lo dificultoso de encontrar un denominador común para los cuentos, tal como dije en la respuesta anterior, lo acepté. Luego, cuando Guillermo Vidal hizo la ilustración de la portada, inspirada en el relato, me convencí. Pero si me quedaba alguna duda, ésta se disipó cuando el diseñador Paulo Santonocito me mostró el concepto de la cubierta, con un cerrojo abrazando el tomo, el pasador de ese portón oxidado que apenas deja entrever el zaguán borgeano que conjuró Vidal (otra vez Borges, omnipresente en mis respuestas). En ese momento sentí que era el título correcto y el libro cobró su forma definitiva. Ahí comenzó a tener entidad para mí.
Al leer cada cuento uno se encuentra con historias repletas de ciencia ficción, fantasía y mucha imaginación. ¿De qué temas te nutriste para escribir cada relato?
Más que nutrirme de temas, me nutrí de otras obras. De la literatura que me gusta leer. Porque uno quiere escribir aquello que le gustaría leer. Yo creo eso. Por lo menos en un principio, la cosa es medio egocéntrica, medio onanista. Pienso que si uno intentara escribir para un “lector ideal”, su obra sería cualquier cosa menos genuina. Es más: como no existe un tal lector —¿qué cualidades reuniría un “lector ideal”—, es inútil proponerse semejante empresa. El primer lector que debe ser satisfecho es uno mismo. Por eso la literatura es una tarea solitaria. Escribir, por lo menos al comienzo, es casi un solipsismo. Luego, cuando la obra madura y llega a los lectores, se produce el milagro de la conexión, el puente entre los mundos. En el texto de los agradecimientos yo digo que el libro empezó a ser escrito antes de lo que cualquiera pudiera imaginar, cuando mi viejo me trajo “2001: una odisea espacial” y cuando mi vieja me regaló “Crónicas marcianas”. En otras palabras, todo lo que leí en mi vida confluye de una u otra forma en las historias de “El cerrojo del mundo está en Butteler”.
¿Cuál es tu cuento preferido del libro y cuál el que destacan los lectores?
Hoy, Mi-Relato-Preferido-De-Butteler —“Butteler” es la forma abreviada que yo le doy al título de este primer libro— es un laurel que se debate entre el cuento que da nombre al libro, “En el museo de los Sueños Verdaderos”, “Bendita” y “Reunión de consorcio”. Si tengo que elegir alguno, me quedo con “En el museo…”. Muchos me han dicho que también prefieren este último. Pero otros lectores eligen “Bendita”, o “El cerrojo…”. Igual siento que desde que los puse a todos juntos en un libro, mi sentir hacia cada uno de ellos cambió. Por ejemplo, “Las transmigraciones…” (tengo un tema con los títulos largos, parece), es un cuento que me gustaba mucho; o mejor dicho, que me gusta mucho si no lo contemplo como parte del libro. No es que ahora me desagrade: fue publicado originalmente en Revista Próxima, de Laura Ponce —junto a una ilustración mía, una publicación de la cual estoy muy orgulloso—, y hace poco ha sido elegido para formar parte de una antología extranjera que pretende reunir una muestra de la mejor ciencia-ficción y narrativa especulativa de Argentina. Pero visto en el conjunto de Butteler, siento que se desluce un poco. Por otro lado, sí sé con seguridad que el que menos me gusta es “La libertad anhelada”, porque me da la sensación que la idea requería más trabajo. En fin… Tal vez un libro de cuentos sea una especie de fórmula química. O, mejor aún, una receta de cocina, en la que el sabor de los ingredientes cambia al componer algo más grande.
¿Cómo surgió la posibilidad de publicar el libro con la Editorial Textos Intrusos?
Hernán me mandó un inbox diciendo que estaba interesado en publicarme, así, sin muchas vueltas. Obviamente, fue una gran sorpresa para mí. En verdad, él había quedado muy contento con mis constantes posteos en Facebook para difundir una antología anterior de Textos Intrusos, en la que participé junto a otros escritores, algunos de los cuáles son grandes amigos, como Esteban Moscarda y Verónica Vázquez. Este libro se llama “Umbrales y crepúsculos”.
¿A que le atribuís que una gran cantidad de escritores estén publicando libros de literatura infantil o juvenil? ¿Está en tus planes volcarte a ese género?
Creo que no es novedad que el sector más consumidor de la población es el de los pibes, aún para la industria cultural. Por eso las editoriales están ávidas de este tipo de literatura, lo que hace que más escritores opten por probar suerte con el género. Pero más allá de la cuestión marketinera, creo que hay quienes se dedican a esa literatura en vista de la oportunidad —haciéndolo bien, claro, no se trata de una crítica— mientras otros tienen un genuino y natural talento para hacerlo. No creo que sea para cualquiera. Yo recuerdo que, estando en sexto grado, los libros del franco-belga Philippe Ebly me volaron el marote (especialmente los de la serie “Conquistadores de lo imposible”). No podía dejar de leerlos. Si alguna vez probara suerte en esto de la literatura infanto-juvenil, la verdad, me gustaría crear algo parecido a lo que él hizo. O tener una idea revolucionaria como Edward Packard con “Elige tu propia aventura”. (¡Qué buen concepto! No me cansaba de leer una y otra vez esos libros, tratando de alcanzar todos los finales). Igual es raro cómo funciona la cabeza de los chicos hoy en día, al estar tan estimulados… Hace poco, me escribió por chat la madre de mi lector más joven, un chico de once años que se había devorado Butteler en dos días. Imaginate mi sorpresa. (Y susto también, porque hay algunos cuentos que nos son aptos para todo público… O eso creo). El pibe estaba feliz. Quería más. Tuve que recomendarle a la mamá algunos libros y autores. Sé que tengo una conexión con los chicos. Volví a comprobarlo hace unos días en un café literario celebrado en un colegio secundario al que me invitaron. Pero aún no sé si me pondré a escribir algo específicamente pensado para ellos.
¿Qué objetivos tenés dentro del ambiente literario?
¿En el ambiente literario? No sé. La expresión “ambiente literario” me pone en guardia. Como en todos los contextos artísticos, en él suele haber pugnas que, la verdad, me parecen una boludez. Me gustaría afirmar que tengo el narcisismo bien domado, como dice un amigo mío, pero apenas lo controlo. Aún así, en el ambiente no procuro mucho más que seguir aprendiendo y haciendo buenos amigos. Todas mis pretensiones “literarias” apuntan a los lectores. Mi norte es uno, y es muy claro: cuando escribo —y luego, cuando me publican—, lo que persigo es causar en los lectores esa maravilla que me llenó el pecho cuando leía de chico, y que ahora, habiendo pasado tanta agua bajo el puente, parece tan huidiza. Que una historia mía le produzca profunda satisfacción al lector, que el mismo se sienta complacido al cerrar la tapa, deseando que el viaje que le propuse no hubiera terminado nunca… Eso es lo que ansío cuando me pongo a escribir. Si viene acompañado de reconocimientos, premios y dinero, mejor, ¿no? (Aunque ganar dinero escribiendo suena un poco ilusorio… Será porque la realidad de nuestra latitud no acompaña). El error es empezar al revés, poniendo la fama y el reconocimiento como objetivos, cuando en realidad suelen ser la consecuencia natural de una meta mayor. La vieja cuestión de qué significa “éxito” para cada uno.
¿En qué proyecto estas trabajando actualmente?
Ahora estoy terminando de corregir y pulir los textos de mi segundo libro de cuentos, que se va a intitular “Capricho #43”, y que, a diferencia de Butteler, es una suerte de “monstruario” con muchas ficciones breves y microficciones (aunque va a tener algunos cuentos cortos también, como “Želva” y “El turbocronión y los carteles de siempre”), con temáticas más vinculadas al terror, al género fantástico y al New Weird. (Pero siempre destilo algo de CF…). Por otro lado, tengo que terminar un par de relatos largos, uno para la Revista Próxima, de viajes en el tiempo, y otro para una antología de New Weird (que también estará inscrito en el mismo universo que “El cerrojo del mundo está en Butteler” y “Želva”). Por último, tengo que abocarme de lleno a una novela, un proyecto largamente esperado por Ediciones Ayarmanot, antes de que Laura Ponce tome medidas drásticas, jajajaja.
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