La escritora Samantha San Romé habló con Entre Vidas acerca de su novela Todo lo que nos pasa, editada por Hojas del Sur. Además, la poeta señaló que defiende mucho las redes sociales para crear lazos y que hasta le importan más que los premios.
¿Qué rituales tenés al momento previo a escribir?
Muchos. Despliego uno u otro según la necesidad del texto. Tengo que entrar en clima, ejercitar el músculo del lenguaje. Salgo a caminar. Me siento en un café o en una plaza y miro. Tomo apuntes. Escucho. Leo. A veces necesito el silencio y la soledad total. Después me aburro o me deprimo. Me abro un vino, le escribo a algún ex, a mis amigas, necesito hablar, escuchar música, bailar, les digo que vayamos a un bar. Todo es parte de lo mismo. Si quiero escribir, hago todas las cosas para encontrar inspiración, hasta ir al chino a ver qué pasa. En general, pienso de noche. A la noche aparecen las ideas. A la mañana hago una estructura, ordeno. Tiene que haber luz, abro las ventanas. Y durante el día soy la obrera: trabajo el texto.
¿Con qué frecuencia escribís?
Creo que la mente está escribiendo siempre. La consciencia es un texto. Prácticamente, en la “hoja”, todos los días escribo algo. Aunque sea una palabra.
¿Quién te inculcó tu amor por la literatura?
Diría el amor por la escritura porque me recuerdo escribiendo antes y más que leyendo. Mis viejos me escribían cartas. Mi papá escribía canciones. Mi mamá copiaba poemas en las carpetas. Yo escribía en diarios e inventaba historias y se las contaba a mis amigas en los recreos de la escuela. Seguro se acuerdan. Después tuve que leer. Si quería escribir, tenía que leer más. Pero fue en la adolescencia.
¿Por qué decidiste que tu novela se llamara Todo lo que nos pasa?
Tiene que ver con la identidad, con la pregunta sobre quiénes somos. Juan Solá lo definió mejor que yo en el prólogo: “al final es todo lo que nos pasa lo que nos enseña a amar”. Somos lo que nos pasa. Precisamente: vamos siendo. Pero somos cuando elegimos. Ese fue mi aprendizaje. Al principio pensé que estaba hablando de un personaje femenino que buscaba su libertad. Está de moda eso de soltar, de desprenderse de cosas y de personas para ser libres. Y entendí que la protagonista no buscaba liberarse de nada ni nadie sino aceptar lo que tiene, lo que le pasa, cómo le pasa, reconocer el propio deseo y vivir con lo verdaderamente suyo, a su manera. En el medio yo estaba leyendo sobre zapatismo y la palabra autonomía me influenció bastante –alegremente- porque tiene en cuenta a los “Otros”.
¿Cuál fue la imagen disparadora que da inicio a la historia?
No fue una imagen, fueron voces. La voz de Bety, esa viejita que se la da de sabelotodo sin llegar a ser arrogante, que cada dos oraciones cita el horóscopo y a través de Julia intenta hablarle al marido muerto, que aprende a amarlo. Una voz contradictoria que se dice y desdice, que se forma de lo que es, lo que dice ser, lo que fue, lo que quiso ser, lo que no se animó y también lo que no pudo. Y la voz de Julia rebelde y escéptica, pero con su propia fe en los ideales. Ellas dos hablando, con palabras que las unen y rechazan. Todo el tiempo así: “Querida, la vida es lo que nos pasa. También es lo que elegimos, Bety. Bueno Julia, pero elegimos lo que podemos. Y como podemos, Bety.” Todo eso tomando vino y escuchando tango.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
La novela la escribí en un año (creo). Lo disfruté mucho. Escribí escuchando música, leyendo astrología trucha, llorando, en el bondi, escuchando a la verdadera dueña de mi departamento. Hasta hice entrevistas. Para un capítulo, quise entender a alguien muy religioso y le pregunté a mi mamá: “¿para vos qué es el cielo?” Pensando que me iba a decir una pavada y me dijo la respuesta más linda: “un misterio”. Está en el libro.
¿Cómo surge la idea de incorporar en algunos capítulos diálogos de chat?
Surge de una idea que vengo trabajando y pensando más allá de la novela. Tiene que ver con la lingüística y la semiótica. La idea de que todos/as usamos la función poética del lenguaje cuando escribimos en el chat. Todas esas decisiones que tomamos, lo que hacemos y seleccionamos cuando charlamos virtualmente, le importa a la literatura. O debería.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
No sé, ¿qué podemos decir nosotros/as sobre los temas? Me siento un poco ridícula diciendo que hablo de amor o de libertad o del miedo. En general, el ser humano es alguien que siempre siente que tiene cosas importantes para decir. Es un poco cansador darnos cuenta de que hacemos eso: hablamos todo el tiempo. A mí me gusta la literatura que surge de lo que veo y lo que escucho, de los demás, de lo que leí. Me gusta cuando es al revés: cuando la escritura es la que habla, cuando nutre los temas y el yo se desdibuja un poco y no te sentís el centro del mundo porque encima no lo sos.
También escribís poesía, ¿con qué género literario te sentís más cómoda?
Si yo pudiera definir, diría que la poesía es el lenguaje de todo texto. Una manera de estar y de mirar y de hacer. Es más todavía, es toda una cosmovisión del mundo que para mí tiene que ver hasta con el socialismo, con desnaturalizar, con la creatividad, con cuestionarnos las cosas tal cual las conocemos. No me siento cómoda en los géneros. Pero sí, diría que el poema es más generoso. En narrativa siento que tengo que saber más cosas. Hay una grieta ahí. La poesía es más revolucionaria, libre, inclusiva aunque pareciera que se mueve en un círculo cerrado. Para mí es más excluyente la narrativa, más prejuiciosa, menos auténtica. Hay canon, hay bien y mal. Capaz no sea así, pero yo lo siento así.
Publicaste anteriormente el libro de microrrelatos Permanente con editorial Árbol Gordo y el libro de poesía Ojalá el tiempo no fuera una prisión con la editorial El Ojo del Mármol. ¿Cómo fue el proceso de selección de ambos libros?
Sí, los libros fueron tres experiencias súper distintas pero relacionadas. Los poemas y los microrrelatos los ordené buscando una coherencia. Así descarté muchos textos. Lo que desecho no es que lo tiro, lo guardo para otro libro o queda en alguna parte. Pero intento que las partes sean un todo que es el libro y que tiene que tener un sentido.
¿Cuáles son tus poemas favoritos y cuáles los que han destacado tus lectores?
Mi poema preferido es el epígrafe del libro de poesías “ojalá el tiempo no fuera una prisión” y no lo escribí yo, lo escribió mi hermanita Sara a los seis años durante un ejercicio que hicimos juntas en mi taller. Dice: “Una nena abre una puerta y ve una nube rosa. Entonces se sorprende y quiere ir a tocarla, pero la nube se desarma”. Habla de la ilusión mejor que nada. Tengo preferidos, pero queda mal que los diga yo. En general coinciden con los que me han destacado. Eso es bueno.
¿Qué libros o autores recomendarías?
Esa pregunta siempre me costó porque yo voy cambiando, entonces cambian los libros: mis preferidos y mis lecturas. Pero hay cosas que no cambian. Algunas mujeres: Marguerite Duras, Sharon Olds, Clarice Lispector, Virginia Woolf. Hay que leer los libros y autores que nos gustan. En eso también es importante elegir. Tenemos que conocernos y saber cuáles son los libros para nosotros/as. Armar el propio canon porque el que arman para nosotros no puede representar a todos, deja gente afuera. Es ideológico. Excluye gente de la lectura. Lo que sí recomiendo es leer siempre otras cosas: filosofía, política, psicoanálisis. Es útil para escribir.
¿Cómo te llegó la posibilidad de publicar el libro con la editorial Hojas del sur?
Por las redes sociales. Es una oportunidad para quienes tienen proyectos de escritura. Es para otra nota, pero democratiza bastante. Yo defiendo mucho las redes para crear lazos. Me importan más que los premios. Te leen más personas que en un jurado. Y mientras ahí te dicen está bien o mal, en las redes te llega un mensaje como: tu texto me hizo escribir esto… y eso puede ser un círculo de intercambio re poderoso.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Siempre escribo poesías. Estoy escribiendo unos mails porque sigo con el tema de la virtualidad, pero no lo pienso como proyecto. El proyecto viene después.
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