La escritora Mariana Travacio publicó el libro Como si existiese el perdón con la editorial Metalúcida y para muchos lectores fue una de las mejores novelas del año pasado. La imagen disparadora apareció durante un viaje que realizó junto a sus hijas por el nordeste de Brasil. Actualmente, la autora está escribiendo una nueva novela y algunos cuentos.
¿Qué rituales tenés en el momento previo a escribir?
No muchos. A veces creo que ninguno. Más que rituales, creo que tengo algunas preferencias. Prefiero el silencio, por ejemplo, pero eso es relativo: me he encontrado escribiendo rodeada de ruidos. Prefiero el teclado de una computadora al esfuerzo de la manugrafía, pero eso también es relativo: últimamente me encuentro garabateando cuadernos, hojas sueltas, servilletas. De todas formas, sí, prefiero la soledad, la quietud, el silencio.
¿Cuál fue la imagen disparadora que dio inicio a la escritura de tu novela Como si existiese el perdón?
Fue una imagen tan inesperada que nunca me la pude olvidar. Estaba en el nordeste de Brasil, había llevado a mis hijas a una fiesta popular, era de noche. Iba caminando, ellas a mi lado, y algo me detiene en la puerta de un templo: miro para adentro: velaban a alguien. El templo era un rectángulo angosto, con piso de tierra. En el centro del rectángulo, un cajón. Alrededor del cajón, un puñado de hombres. Hombres que rezaban, resignados, sobre la tierra. Esa noche escribí el primer capítulo, con cierta urgencia, sobre mi falda, en la terraza de una casa alquilada, frente al mar.
¿Por qué decidiste ponerle ese nombre al libro?
Durante el proceso de escritura, el título era otro. Se llamaba Viento norte. Era un título que me servía de faro, como si todo lo que ocurriese en el texto sucediese un poco por azar, a capricho del viento. No obstante, yo sabía que era un título provisorio. Cuando le acerqué el manuscrito a Sandra Buenaventura, hablamos del tema y resolvimos buscarle otro nombre. Anduvimos meses pensándolo, garabateando posibilidades, hasta que un día aparece Pablo Forcinito y sugiere llamarlo Como si existiese el perdón. Nos miramos y no tuvimos dudas: Pablo había dado con el título de la novela.
¿Que la novela esté formada por 62 capítulos cortos fue algo que te planteaste de entrada?
No, no fue algo planteado de entrada. Fue algo impuesto por la estructura misma de ese primer capítulo, escrito tan así, en un arrebato, como te contaba recién. Muchas veces quise modificar ese capítulo: me parecía demasiado corto y con una densidad narrativa imposible de sostener. Pero la realidad es que nunca pude cambiarlo, así que me tuve que resignar: si quería contar esa historia, tenía que escribirla así, sobreponiendo imágenes, sumando fragmentos.
¿En qué te basaste para la construcción del protagonista Manoel?
Manoel vino así, esa noche, después del templo. Vino entero. Todo junto. Nunca sentí que lo tuviese que construir. Tuve, más bien, la sensación de haberlo encontrado.
¿De qué temas se nutre tu escritura?
Supongo que de los mismos temas que nos conciernen a todos desde el inicio: el amor, la vida y la muerte. Como decía Rulfo, estamos contando lo mismo que han contado desde Virgilio. El tema es cómo lo contamos, de qué forma, con cuáles artificios. Estoy de acuerdo con Rulfo. Creo que el gran tema, en literatura, es el asunto de la forma.
¿Cómo surgió la posibilidad de publicar el libro con la editorial Metalúcida?
Cursábamos la Maestría en Escritura Creativa. Éramos treinta. Entre ellos, Sandra Buenaventura. A poco de andar, Sandra dejó la cursada para dar inicio al proyecto editorial de Metalúcida. Lo inauguró con dos títulos: En tu mundo raro y por ti aprendí, de Pablo Forcinito, y Protocolos naturales, de Yamila Bêgné. Yamila era, también, compañera de la Maestría. Cuando terminé de escribir la novela, no lo dudé. Le escribí a Sandra y le pregunté si tenía interés en leerla. Me dijo que sí.
¿Qué libros recomendarías?
Siempre me cuestan las listas. Siento que dejo afuera, o que me olvido, o que cada día puedo dar una lista distinta. Son tan azarosas, las listas, y tan arbitrarias. Pero, bueno, desde la arbitrariedad de hoy, mientras escucho que un perro ladra, allá afuera, tan insistente, digo: Manual de inquisidores, de António Lobo Antunes; Estrella distante, de Roberto Bolaño; Leche derramada, de Chico Buarque; Una letra femenina azul pálido, de Werfel; Magnitud imaginaria, de Stánislaw Lem; Alexis o el tratado del inútil combate, de M. Yourcenar; Pnin, de Vladimir Nabokov.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Estoy escribiendo una novela. Y algunos cuentos.
Siempre lúcida Mariana!!
ResponderEliminarUn lujo leerla